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Columnista - 30 noviembre, 2011

Seguimos llorando y clamando

Desde mí cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro El suceso que nos saca gemidos del alma, una vez más lo ejecuta un grupo que quiere continuar siendo catalogado como sedicioso con todo lo que entraña: en el mundo los sublevados están sacando del poder a gobiernos sólidos, apoyados por los Estados Unidos y sus aliados que […]

Desde mí cocina

Por: Silvia Betancourt Alliegro

El suceso que nos saca gemidos del alma, una vez más lo ejecuta un grupo que quiere continuar siendo catalogado como sedicioso con todo lo que entraña: en el mundo los sublevados están sacando del poder a gobiernos sólidos, apoyados por los Estados Unidos y sus aliados que quieren únicamente el botín, por supuesto, en este caso no sucedería por ese lado, espero.
Lo más doloroso es cuando colectivamente gemimos por la crueldad de nuestros compatriotas, que armados por la administración o por algún jefe que quiere ser poderoso, traspasan el límite de la conmiseración que afirmamos es de ‘humanos’ para asesinar a personas en estado de indefensión extrema.
Varias generaciones de colombianos hemos nacido y crecido entre guerras internas, no recuerdo un día en que hayamos vivido en completa paz; y así nos refugiemos en las festividades regionales o religiosas –que precisamente son ideadas para distraer de la realidad-  siempre sucede algo que las enturbia y nos convierte en individuos torvos, con el espíritu empequeñecido y por ello no reconocemos la bondad en los demás, así sea manifiesta.
La terquedad es reconocida popularmente como sinónimo de bruto, así que podemos afirmar que hemos sido guiados por una casta  de intransigentes administradores, elegidos por nosotros, ‘no se sabe quién es más bestia: si el burro o el que lo arrea’, que no han cesado de promulgar que el único camino que tienen los alzados para traficar, es la entrega incondicional de cuerpo y armas.
Así jamás llegaremos a algo sólido y concreto para las partes, porque en Colombia los paramilitares se entregaron a Uribe Vélez que los traicionó deportándolos a EE.UU. y lo único que logró fue desparramar a miles de asesinos (tropa) que ahora hacen ‘negocios’ por su cuenta, mejor dicho, son huestes urbanas incontrolables.
Nos maravillamos porque en España ETA depuso las armas y no las entregó, por tanto no se sabe si las vuelvan a usar cuando se les dé la gana, pero por ahora se les aplaude.
Pero no estudiamos el canje extraordinario de mil palestinos presos por actos terroristas en Israel por uno solo de sus soldados. La lealtad de las tropas es lo que nos hace falta, para que no vendan sus pertrechos de guerra, ni trabajen en la sombra para organizaciones al margen de la ley. Los ‘uniformados’ por la Ley asesinados por las FARC jamás sintieron estando encadenados, con hambre, miedo y frío, el abrazo fraterno de su institución, escuchaban en la selva el ruido que hacían con sus naves y sus armas, mas ya no se sentían parte de ellos, eran entes que se arrastraron por años bajo el techo verde, húmedo y poblado de alimañas humanas y animales.
El único consuelo es que tendrán una tumba a la cual acudirán sus deudos suspirando aliviados porque ¡al fin saben dónde están!
[email protected]

Columnista
30 noviembre, 2011

Seguimos llorando y clamando

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mí cocina Por: Silvia Betancourt Alliegro El suceso que nos saca gemidos del alma, una vez más lo ejecuta un grupo que quiere continuar siendo catalogado como sedicioso con todo lo que entraña: en el mundo los sublevados están sacando del poder a gobiernos sólidos, apoyados por los Estados Unidos y sus aliados que […]


Desde mí cocina

Por: Silvia Betancourt Alliegro

El suceso que nos saca gemidos del alma, una vez más lo ejecuta un grupo que quiere continuar siendo catalogado como sedicioso con todo lo que entraña: en el mundo los sublevados están sacando del poder a gobiernos sólidos, apoyados por los Estados Unidos y sus aliados que quieren únicamente el botín, por supuesto, en este caso no sucedería por ese lado, espero.
Lo más doloroso es cuando colectivamente gemimos por la crueldad de nuestros compatriotas, que armados por la administración o por algún jefe que quiere ser poderoso, traspasan el límite de la conmiseración que afirmamos es de ‘humanos’ para asesinar a personas en estado de indefensión extrema.
Varias generaciones de colombianos hemos nacido y crecido entre guerras internas, no recuerdo un día en que hayamos vivido en completa paz; y así nos refugiemos en las festividades regionales o religiosas –que precisamente son ideadas para distraer de la realidad-  siempre sucede algo que las enturbia y nos convierte en individuos torvos, con el espíritu empequeñecido y por ello no reconocemos la bondad en los demás, así sea manifiesta.
La terquedad es reconocida popularmente como sinónimo de bruto, así que podemos afirmar que hemos sido guiados por una casta  de intransigentes administradores, elegidos por nosotros, ‘no se sabe quién es más bestia: si el burro o el que lo arrea’, que no han cesado de promulgar que el único camino que tienen los alzados para traficar, es la entrega incondicional de cuerpo y armas.
Así jamás llegaremos a algo sólido y concreto para las partes, porque en Colombia los paramilitares se entregaron a Uribe Vélez que los traicionó deportándolos a EE.UU. y lo único que logró fue desparramar a miles de asesinos (tropa) que ahora hacen ‘negocios’ por su cuenta, mejor dicho, son huestes urbanas incontrolables.
Nos maravillamos porque en España ETA depuso las armas y no las entregó, por tanto no se sabe si las vuelvan a usar cuando se les dé la gana, pero por ahora se les aplaude.
Pero no estudiamos el canje extraordinario de mil palestinos presos por actos terroristas en Israel por uno solo de sus soldados. La lealtad de las tropas es lo que nos hace falta, para que no vendan sus pertrechos de guerra, ni trabajen en la sombra para organizaciones al margen de la ley. Los ‘uniformados’ por la Ley asesinados por las FARC jamás sintieron estando encadenados, con hambre, miedo y frío, el abrazo fraterno de su institución, escuchaban en la selva el ruido que hacían con sus naves y sus armas, mas ya no se sentían parte de ellos, eran entes que se arrastraron por años bajo el techo verde, húmedo y poblado de alimañas humanas y animales.
El único consuelo es que tendrán una tumba a la cual acudirán sus deudos suspirando aliviados porque ¡al fin saben dónde están!
[email protected]