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Columnista - 30 mayo, 2016

Secreto a voces

Qué rápido nos acostumbramos a las cosas. Todos nos hemos acostumbrado y quizás hemos querido vivir en un país donde es normal mantener miles de ciudadanos presos, creyendo ingenuamente que han sido excluidos del mundo para nunca jamás regresar ¡Qué equivocación! En el año 2000 fue inaugurado el establecimiento penitenciario y carcelario de alta y […]

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Qué rápido nos acostumbramos a las cosas. Todos nos hemos acostumbrado y quizás hemos querido vivir en un país donde es normal mantener miles de ciudadanos presos, creyendo ingenuamente que han sido excluidos del mundo para nunca jamás regresar ¡Qué equivocación!
En el año 2000 fue inaugurado el establecimiento penitenciario y carcelario de alta y mediana seguridad de Valledupar conocido como “La tramacúa”, establecimiento que ha sido fuertemente criticado a lo largo de estos años.

Acostumbro a llamarle al pan, pan y al vino, vino, por eso afirmo que el lugar es un desastre que solo ha traído la presencia de estructuras criminales dedicadas a un sin fin de delitos. Muchos se preguntarán por qué, la razón es obvia señores, el hecho de recibir delincuentes de “alta peligrosidad” provenientes de todos los rincones del país, ha generado que se traslade con él además de su familia, toda su banda criminal.

Pero bueno, si ya tenemos que vivir con esta situación, es hora de entender la problemática y trabajar en soluciones efectivas hacia el problema. Para ello propongo acoger en una serie de acciones, que si bien no son la panacea para el problema de inseguridad que padecemos, por lo menos contribuyen a la reducción de las altas tasas de criminalidad que observamos.

Lo cierto es que hoy nadie cree que las cárceles cumplen la labor de resocialización que se les encomendó, por el contrario, nos queda claro que son escuelas de crimen que proporcionan al delincuente razones y mejores conocimientos para delinquir. Situación que genera un impacto profundamente negativo en la seguridad ciudadana.

Si el castigo más frecuente para quienes atacan la ley es la cárcel y son demasiados los presos que tenemos hacinados, lo ideal es adoptar una estrategia que permita que el número de salidas de la cárcel sea muchísimo mayor en comparación con el número de ingresos. Pues bien, ahí está el problema, parece que en vez de avanzar, retrocedemos, y lo más preocupante es que la tasa de reincidencia criminal es altísima, es decir, un gran número de reclusos vuelve a delinquir luego de recuperar su libertad, y esa claramente no es la idea.

Las personas recluidas presentan altos niveles de desocupación y ansiedad, situación que se ve empeorada por el consumo de drogas y las precarias condiciones de salubridad. Los malos tratos, el aislamiento, y los abusos solo empeoran la situación, eso solo elimina cualquier intención de cambio en ellos. A lo que quiero llegar es que la implementación de programas de resocialización y acompañamiento a los reclusos durante y después de su detención, es mucho más económico y efectivo que cualquier otro método de control del delito; lo que sucede es que nuestra naturaleza vengativa y talional no nos permite reconocerlo. Si los reclusos son tratados médica y psicológicamente, con profesionales idóneos que brinden un acompañamiento integral durante el proceso de reorientación, y además se les educa y se les prepara para una vida laboral lícita, la gran mayoría podrá reintegrarse a la sociedad, reconstruir lazos familiares y sociales, y con ello disminuimos la posibilidad de que vuelva a hacer daño.

Por eso invito a nuestros dirigentes a que trabajen para dejar un legado, alcen su voz y exijan el cumplimiento de estos programas que son de obligatorio cumplimiento. Es necesario que exista una verdadera articulación entre las autoridades nacionales y las entidades territoriales para llevar a cabo estas acciones que evitan en gran medida las conductas criminales que atentan contra la tranquilidad ciudadana. Hago un llamado a cambiar el rumbo.

Por Daniela Pumarejo Medina

 

Columnista
30 mayo, 2016

Secreto a voces

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El Pilón

Qué rápido nos acostumbramos a las cosas. Todos nos hemos acostumbrado y quizás hemos querido vivir en un país donde es normal mantener miles de ciudadanos presos, creyendo ingenuamente que han sido excluidos del mundo para nunca jamás regresar ¡Qué equivocación! En el año 2000 fue inaugurado el establecimiento penitenciario y carcelario de alta y […]


Qué rápido nos acostumbramos a las cosas. Todos nos hemos acostumbrado y quizás hemos querido vivir en un país donde es normal mantener miles de ciudadanos presos, creyendo ingenuamente que han sido excluidos del mundo para nunca jamás regresar ¡Qué equivocación!
En el año 2000 fue inaugurado el establecimiento penitenciario y carcelario de alta y mediana seguridad de Valledupar conocido como “La tramacúa”, establecimiento que ha sido fuertemente criticado a lo largo de estos años.

Acostumbro a llamarle al pan, pan y al vino, vino, por eso afirmo que el lugar es un desastre que solo ha traído la presencia de estructuras criminales dedicadas a un sin fin de delitos. Muchos se preguntarán por qué, la razón es obvia señores, el hecho de recibir delincuentes de “alta peligrosidad” provenientes de todos los rincones del país, ha generado que se traslade con él además de su familia, toda su banda criminal.

Pero bueno, si ya tenemos que vivir con esta situación, es hora de entender la problemática y trabajar en soluciones efectivas hacia el problema. Para ello propongo acoger en una serie de acciones, que si bien no son la panacea para el problema de inseguridad que padecemos, por lo menos contribuyen a la reducción de las altas tasas de criminalidad que observamos.

Lo cierto es que hoy nadie cree que las cárceles cumplen la labor de resocialización que se les encomendó, por el contrario, nos queda claro que son escuelas de crimen que proporcionan al delincuente razones y mejores conocimientos para delinquir. Situación que genera un impacto profundamente negativo en la seguridad ciudadana.

Si el castigo más frecuente para quienes atacan la ley es la cárcel y son demasiados los presos que tenemos hacinados, lo ideal es adoptar una estrategia que permita que el número de salidas de la cárcel sea muchísimo mayor en comparación con el número de ingresos. Pues bien, ahí está el problema, parece que en vez de avanzar, retrocedemos, y lo más preocupante es que la tasa de reincidencia criminal es altísima, es decir, un gran número de reclusos vuelve a delinquir luego de recuperar su libertad, y esa claramente no es la idea.

Las personas recluidas presentan altos niveles de desocupación y ansiedad, situación que se ve empeorada por el consumo de drogas y las precarias condiciones de salubridad. Los malos tratos, el aislamiento, y los abusos solo empeoran la situación, eso solo elimina cualquier intención de cambio en ellos. A lo que quiero llegar es que la implementación de programas de resocialización y acompañamiento a los reclusos durante y después de su detención, es mucho más económico y efectivo que cualquier otro método de control del delito; lo que sucede es que nuestra naturaleza vengativa y talional no nos permite reconocerlo. Si los reclusos son tratados médica y psicológicamente, con profesionales idóneos que brinden un acompañamiento integral durante el proceso de reorientación, y además se les educa y se les prepara para una vida laboral lícita, la gran mayoría podrá reintegrarse a la sociedad, reconstruir lazos familiares y sociales, y con ello disminuimos la posibilidad de que vuelva a hacer daño.

Por eso invito a nuestros dirigentes a que trabajen para dejar un legado, alcen su voz y exijan el cumplimiento de estos programas que son de obligatorio cumplimiento. Es necesario que exista una verdadera articulación entre las autoridades nacionales y las entidades territoriales para llevar a cabo estas acciones que evitan en gran medida las conductas criminales que atentan contra la tranquilidad ciudadana. Hago un llamado a cambiar el rumbo.

Por Daniela Pumarejo Medina