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La crítica puede estar justificada: aparentemente nada es más contrario al arte que la matemática. Pero eso es solo eso: una apariencia.
Melissa Lambraño escribe que le da pavor contar: contar propósitos de año nuevo, pero sobre todo, contar libros leídos, libros por leer y libros desahuciados. Esto, a propósito de la tendencia en redes de publicar cuántas lecturas hicimos en 2024, tendencia que, por supuesto seguí. La crítica puede estar justificada: aparentemente nada es más contrario al arte que la matemática. Pero eso es solo eso: una apariencia.
En música, la relación es clara: cantar, dicen los filósofos, es un ejercicio del alma en el que esta cuenta sin darse cuenta. Así, sabemos que un paseo vallenato divide el pulso de su ritmo cardiaco en grupos de a dos golpes, mientras que la puya lo divide en grupos de tres; que la relación entre la afinación de una nota y su octava es de 1 a 2, y que la primera nota que suena cuando la orquesta sinfónica empieza a afinar sus instrumentos produce una oscilación de las moléculas del aire 440 veces por segundo. En pintura la perspectiva se basa, desde el Renacimiento, en la geometría para representar en un lienzo plano objetos de tres dimensiones, teniendo a Leonardo da Vinci como su representante más famoso.
La literatura y el lenguaje en general tardaron en hacer evidente su relación con la matemática: aparte de aburridos estudios sobre la frecuencia con la que ciertas palabras aparecen en un discurso, no fue hasta que Noam Chomsky usó las técnicas más avanzadas de la lógica formal que empezó a descubrirse la relación entre la gramática y la matemática. Usada como tema, encontramos quizás a Borges, quien teje complejos rompecabezas discursivos citando la teoría de conjuntos de principios de siglo, hablando del Aleph, una cantidad infinita cuyo centro está en cualquier parte de la recta que lo representa.
La relación entre los números y las palabras es bastante más difícil de ver que la existente en las demás artes, pero es justamente esa relación la que nos permite hallar belleza en los conteos. Y es que la matemática va más allá del mero cálculo: se trata de encontrar patrones, regularidades, sendas escondidas entre el caos de una realidad incomprensible. Fue así como descubrimos que, al dividir la circunferencia por el diámetro, en cualquier círculo, grande o pequeño, siempre obtenemos el número π. Es decir, el diámetro de la tierra cabe exactamente 3,14 veces en su circunferencia, y el diámetro del sol cabe exactamente 3,14 veces en su circunferencia, la misma cantidad de veces que cabe el diámetro de mi reloj en su circunferencia. Entender esto es sorprendente.
Empecé a anotar lecturas porque mi memoria se saturó: ya no podía recordar bien qué había leído meses atrás, y eso me produjo un tremendo terror, el de la inevitable vejez. Ver la lista me tranquilizaba, evocaba el placer producido por cierto pasaje o una idea capturada al volver a casa tras un trabajo estresante. Al tener la lista enfrente descubrí, luego de décadas como lector promiscuo, ciertos patrones: mucha ciencia ficción, literatura fantástica, pocas mujeres, pocos asiáticos y ningún africano. Así pude alterar mis sesgos para leer más literatura negra, más divulgación e historia… Por todo esto, hacer listas no es pavoroso: hace parte del impulso humano que llevó a Homero a componer el famoso catálogo de las naves en la Ilíada como remedio para vencer el olvido, impulso que nos ha permitido entender un mundo que sí es, la mayor de las veces, espantoso. Tan espantoso como el spam de traseros y bíceps operados que a veces inundan las redes. En ese sentido, prefiero que la gente presuma sus interminables listas de lecturas, o de propósitos de año nuevo.
Por Alfonso Cabanzo
La crítica puede estar justificada: aparentemente nada es más contrario al arte que la matemática. Pero eso es solo eso: una apariencia.
Melissa Lambraño escribe que le da pavor contar: contar propósitos de año nuevo, pero sobre todo, contar libros leídos, libros por leer y libros desahuciados. Esto, a propósito de la tendencia en redes de publicar cuántas lecturas hicimos en 2024, tendencia que, por supuesto seguí. La crítica puede estar justificada: aparentemente nada es más contrario al arte que la matemática. Pero eso es solo eso: una apariencia.
En música, la relación es clara: cantar, dicen los filósofos, es un ejercicio del alma en el que esta cuenta sin darse cuenta. Así, sabemos que un paseo vallenato divide el pulso de su ritmo cardiaco en grupos de a dos golpes, mientras que la puya lo divide en grupos de tres; que la relación entre la afinación de una nota y su octava es de 1 a 2, y que la primera nota que suena cuando la orquesta sinfónica empieza a afinar sus instrumentos produce una oscilación de las moléculas del aire 440 veces por segundo. En pintura la perspectiva se basa, desde el Renacimiento, en la geometría para representar en un lienzo plano objetos de tres dimensiones, teniendo a Leonardo da Vinci como su representante más famoso.
La literatura y el lenguaje en general tardaron en hacer evidente su relación con la matemática: aparte de aburridos estudios sobre la frecuencia con la que ciertas palabras aparecen en un discurso, no fue hasta que Noam Chomsky usó las técnicas más avanzadas de la lógica formal que empezó a descubrirse la relación entre la gramática y la matemática. Usada como tema, encontramos quizás a Borges, quien teje complejos rompecabezas discursivos citando la teoría de conjuntos de principios de siglo, hablando del Aleph, una cantidad infinita cuyo centro está en cualquier parte de la recta que lo representa.
La relación entre los números y las palabras es bastante más difícil de ver que la existente en las demás artes, pero es justamente esa relación la que nos permite hallar belleza en los conteos. Y es que la matemática va más allá del mero cálculo: se trata de encontrar patrones, regularidades, sendas escondidas entre el caos de una realidad incomprensible. Fue así como descubrimos que, al dividir la circunferencia por el diámetro, en cualquier círculo, grande o pequeño, siempre obtenemos el número π. Es decir, el diámetro de la tierra cabe exactamente 3,14 veces en su circunferencia, y el diámetro del sol cabe exactamente 3,14 veces en su circunferencia, la misma cantidad de veces que cabe el diámetro de mi reloj en su circunferencia. Entender esto es sorprendente.
Empecé a anotar lecturas porque mi memoria se saturó: ya no podía recordar bien qué había leído meses atrás, y eso me produjo un tremendo terror, el de la inevitable vejez. Ver la lista me tranquilizaba, evocaba el placer producido por cierto pasaje o una idea capturada al volver a casa tras un trabajo estresante. Al tener la lista enfrente descubrí, luego de décadas como lector promiscuo, ciertos patrones: mucha ciencia ficción, literatura fantástica, pocas mujeres, pocos asiáticos y ningún africano. Así pude alterar mis sesgos para leer más literatura negra, más divulgación e historia… Por todo esto, hacer listas no es pavoroso: hace parte del impulso humano que llevó a Homero a componer el famoso catálogo de las naves en la Ilíada como remedio para vencer el olvido, impulso que nos ha permitido entender un mundo que sí es, la mayor de las veces, espantoso. Tan espantoso como el spam de traseros y bíceps operados que a veces inundan las redes. En ese sentido, prefiero que la gente presuma sus interminables listas de lecturas, o de propósitos de año nuevo.
Por Alfonso Cabanzo