En segundo lugar, al destape de lo ilógico de ciertos discursos religiosos y lo irracional de quienes los aceptan con el más consagrado fanatismo, hasta ahora descubierto sólo en los kamikazes.
Por Marlon Javier Domínguez
El ambiente político que se reveló al público hace unos días, pero que en ninguna época del año deja de fraguarse a baja voz, ha resultado un caldo de cultivo excelente para dos situaciones a menudo ignoradas (no desconocidas). Me refiero, en primer lugar, al clientelismo que impera en las instituciones públicas, en las que debería primar el mérito y la competitividad.
En segundo lugar, al destape de lo ilógico de ciertos discursos religiosos y lo irracional de quienes los aceptan con el más consagrado fanatismo, hasta ahora descubierto sólo en los kamikazes.
Para hablar de lo primero me declaro impedido, puesto que también yo he sido beneficiario de algún contratillo menor (aunque, en estos días, ni enviando como emisario al mismo Cristo haya podido conseguir nada más). Dedicaré unas cuantas líneas a lo segundo, profundamente convencido de que ninguna razón puede sacar de su letargo a quienes, renunciando a la lógica, se hunden en el fanatismo; y de que ningún discurso carente de razón (por político o religioso que sea) puede hacer perder la cabeza a quien realmente tenga los pies apoyados en la tierra.
Desde que se produjo el salto cualitativo que hizo diferentes al hombre y al animal, existe la religión. Inicialmente ésta no fue otra cosa sino el intento humano por explicar los fenómenos naturales que no eran comprensibles en ese momento, luego cada religión se consolidó sobre la base de no ser simplemente un intento humano por alcanzar a Dios, sino la revelación de un Dios que quiso venir al encuentro de la humanidad.
La historia humana está llena de ejemplos, testimonios, libros sagrados, milagros y revelaciones que han soportado el juicio de la historia misma y de la razón, y han demostrado utilidad práctica. Pero también está plagada de avivatos y manipuladores que se ungen a sí mismos como enviados del cielo y dicen ser poseedores de una verdad que está por encima de la razón misma.
No critico aquí que las confesiones religiosas se usen como fortines políticos o económicos o para lavar activos, cosa que de por sí es deplorable: enriquecerse o empoderarse a través de la fe. Quiero, más bien, dirigir mi atención al hecho de que existan personas que, como borregos llevados al matadero, creen lo ilógico y afirman como verdad cuerpos de doctrina que son obviamente irracionales.
¿Qué le ha pasado a nuestra razón? Ninguna religión puede exigirnos que renunciemos a ella, ninguna fe puede arrebatarnos un don tan preciado proveniente del mismo Dios. Las iglesias no deben estar llenas de zombies o robots programados, sino de seres humanos que descubren en Dios una respuesta racional a los grandes interrogantes de su vida. Pregúntese, analice, critique, exija respuestas, “tenga el coraje de servirse de su propia razón” y sea realmente lo que debe ser: Homo sapiens sapiens.
En segundo lugar, al destape de lo ilógico de ciertos discursos religiosos y lo irracional de quienes los aceptan con el más consagrado fanatismo, hasta ahora descubierto sólo en los kamikazes.
Por Marlon Javier Domínguez
El ambiente político que se reveló al público hace unos días, pero que en ninguna época del año deja de fraguarse a baja voz, ha resultado un caldo de cultivo excelente para dos situaciones a menudo ignoradas (no desconocidas). Me refiero, en primer lugar, al clientelismo que impera en las instituciones públicas, en las que debería primar el mérito y la competitividad.
En segundo lugar, al destape de lo ilógico de ciertos discursos religiosos y lo irracional de quienes los aceptan con el más consagrado fanatismo, hasta ahora descubierto sólo en los kamikazes.
Para hablar de lo primero me declaro impedido, puesto que también yo he sido beneficiario de algún contratillo menor (aunque, en estos días, ni enviando como emisario al mismo Cristo haya podido conseguir nada más). Dedicaré unas cuantas líneas a lo segundo, profundamente convencido de que ninguna razón puede sacar de su letargo a quienes, renunciando a la lógica, se hunden en el fanatismo; y de que ningún discurso carente de razón (por político o religioso que sea) puede hacer perder la cabeza a quien realmente tenga los pies apoyados en la tierra.
Desde que se produjo el salto cualitativo que hizo diferentes al hombre y al animal, existe la religión. Inicialmente ésta no fue otra cosa sino el intento humano por explicar los fenómenos naturales que no eran comprensibles en ese momento, luego cada religión se consolidó sobre la base de no ser simplemente un intento humano por alcanzar a Dios, sino la revelación de un Dios que quiso venir al encuentro de la humanidad.
La historia humana está llena de ejemplos, testimonios, libros sagrados, milagros y revelaciones que han soportado el juicio de la historia misma y de la razón, y han demostrado utilidad práctica. Pero también está plagada de avivatos y manipuladores que se ungen a sí mismos como enviados del cielo y dicen ser poseedores de una verdad que está por encima de la razón misma.
No critico aquí que las confesiones religiosas se usen como fortines políticos o económicos o para lavar activos, cosa que de por sí es deplorable: enriquecerse o empoderarse a través de la fe. Quiero, más bien, dirigir mi atención al hecho de que existan personas que, como borregos llevados al matadero, creen lo ilógico y afirman como verdad cuerpos de doctrina que son obviamente irracionales.
¿Qué le ha pasado a nuestra razón? Ninguna religión puede exigirnos que renunciemos a ella, ninguna fe puede arrebatarnos un don tan preciado proveniente del mismo Dios. Las iglesias no deben estar llenas de zombies o robots programados, sino de seres humanos que descubren en Dios una respuesta racional a los grandes interrogantes de su vida. Pregúntese, analice, critique, exija respuestas, “tenga el coraje de servirse de su propia razón” y sea realmente lo que debe ser: Homo sapiens sapiens.