Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 7 agosto, 2016

“Santificado sea tu nombre”

Luego de haber iniciado nuestra oración, con la confianza y cercanía que un hijo tiene con su padre, y de haber llamado a Dios “Papá”, hemos pasado a reconocer que no hay nada ni nadie más perfecto, santo, agradable, puro, justo y feliz que Aquél a quien hablamos: “Padre nuestro que estás en el cielo”. […]

Luego de haber iniciado nuestra oración, con la confianza y cercanía que un hijo tiene con su padre, y de haber llamado a Dios “Papá”, hemos pasado a reconocer que no hay nada ni nadie más perfecto, santo, agradable, puro, justo y feliz que Aquél a quien hablamos: “Padre nuestro que estás en el cielo”.

A continuación, brota de nuestros labios la primera petición del “Padre Nuestro”: “Santificado sea tu nombre”. Podría parecer contradictorio que, luego de admitir que nadie hay más santo que Dios, pidamos la santificación de su nombre. ¿Es que acaso necesita ser santificado quien es la santidad misma? La respuesta es no. Dios lo posee todo en sí mismo, Él es el Santo por excelencia y la medida de la santidad en los otros seres…

Cuando pedimos “Santificado sea tu nombre”, no buscamos incrementar la santidad de Dios, cosa que es de por sí imposible, sino que su santidad sea conocida por otros a través nuestro. Hagamos el siguiente razonamiento:

Premisa 1: Si un hijo se parece a su padre y…
Premisa 2: Nosotros somos hijos de Dios…
Conclusión: Entonces nosotros deberíamos parecernos a Dios. De lo contrario nuestra filiación podría ser puesta en entredicho.

Ahora bien:

Premisa 1: Si Dios es Santo y…
Premisa 2: Nosotros somos sus hijos y, por tanto, deberíamos parecernos a Él…
Conclusión: Nosotros deberíamos ser santos.

Se abre aquí una discusión sobre lo que es y lo que implica la santidad. Tal cuestión puede darnos para gastar ríos de tinta y, aun así, no llegar a ningún consenso. Me limitaré a decir que la santidad no consiste (aunque haya santos que lo hagan) en gastar la vida en los templos, ni en cerrar los ojos mientras se ora y levantar las manos como quien hace la ola en un partido de fútbol. La santidad no es otra cosa que una vida conforme a la voluntad de Dios, que habla en nuestra conciencia y nos indica el bien que deberíamos hacer y el mal que deberíamos evitar. Ello no significa para nada una vida exenta de yerros. Somos humanos y nos equivocamos, el único perfecto es Dios y nosotros, como hijos suyos, no somos su clon.

Ahora bien, cuando pedimos “Santificado sea tu nombre”, en otras palabras lo que decimos es: “Señor, que nuestros semejantes, viendo nuestra vida santa, comprendan que tal bondad no proviene exclusivamente de nosotros, sino también de ti. Que quienes vean nuestro actuar eleven hacia ti sus ojos y reconozcan cuán santo eres y, motivados por lo que en nosotros ven, quieran también conocerte. Que seamos luz del mundo y sal de la tierra para cuantos nos traten, y que nuestras obras conduzcan a otros al encuentro contigo, Papá, Santidad misma fuera de quien nada hay noble, ni bueno, ni justo”. Amén.

Columnista
7 agosto, 2016

“Santificado sea tu nombre”

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Luego de haber iniciado nuestra oración, con la confianza y cercanía que un hijo tiene con su padre, y de haber llamado a Dios “Papá”, hemos pasado a reconocer que no hay nada ni nadie más perfecto, santo, agradable, puro, justo y feliz que Aquél a quien hablamos: “Padre nuestro que estás en el cielo”. […]


Luego de haber iniciado nuestra oración, con la confianza y cercanía que un hijo tiene con su padre, y de haber llamado a Dios “Papá”, hemos pasado a reconocer que no hay nada ni nadie más perfecto, santo, agradable, puro, justo y feliz que Aquél a quien hablamos: “Padre nuestro que estás en el cielo”.

A continuación, brota de nuestros labios la primera petición del “Padre Nuestro”: “Santificado sea tu nombre”. Podría parecer contradictorio que, luego de admitir que nadie hay más santo que Dios, pidamos la santificación de su nombre. ¿Es que acaso necesita ser santificado quien es la santidad misma? La respuesta es no. Dios lo posee todo en sí mismo, Él es el Santo por excelencia y la medida de la santidad en los otros seres…

Cuando pedimos “Santificado sea tu nombre”, no buscamos incrementar la santidad de Dios, cosa que es de por sí imposible, sino que su santidad sea conocida por otros a través nuestro. Hagamos el siguiente razonamiento:

Premisa 1: Si un hijo se parece a su padre y…
Premisa 2: Nosotros somos hijos de Dios…
Conclusión: Entonces nosotros deberíamos parecernos a Dios. De lo contrario nuestra filiación podría ser puesta en entredicho.

Ahora bien:

Premisa 1: Si Dios es Santo y…
Premisa 2: Nosotros somos sus hijos y, por tanto, deberíamos parecernos a Él…
Conclusión: Nosotros deberíamos ser santos.

Se abre aquí una discusión sobre lo que es y lo que implica la santidad. Tal cuestión puede darnos para gastar ríos de tinta y, aun así, no llegar a ningún consenso. Me limitaré a decir que la santidad no consiste (aunque haya santos que lo hagan) en gastar la vida en los templos, ni en cerrar los ojos mientras se ora y levantar las manos como quien hace la ola en un partido de fútbol. La santidad no es otra cosa que una vida conforme a la voluntad de Dios, que habla en nuestra conciencia y nos indica el bien que deberíamos hacer y el mal que deberíamos evitar. Ello no significa para nada una vida exenta de yerros. Somos humanos y nos equivocamos, el único perfecto es Dios y nosotros, como hijos suyos, no somos su clon.

Ahora bien, cuando pedimos “Santificado sea tu nombre”, en otras palabras lo que decimos es: “Señor, que nuestros semejantes, viendo nuestra vida santa, comprendan que tal bondad no proviene exclusivamente de nosotros, sino también de ti. Que quienes vean nuestro actuar eleven hacia ti sus ojos y reconozcan cuán santo eres y, motivados por lo que en nosotros ven, quieran también conocerte. Que seamos luz del mundo y sal de la tierra para cuantos nos traten, y que nuestras obras conduzcan a otros al encuentro contigo, Papá, Santidad misma fuera de quien nada hay noble, ni bueno, ni justo”. Amén.