Dicen por ahí que “uno solo ama lo que conoce y defiende lo que ama”. Uno sabe que el mundo es más grande que la burbuja en la que fue criado, pero nuestro sesgo humano (y el ego) nos lleva a no poder imaginar algo diferente a lo que uno da por sentado.
Dicen por ahí que “uno solo ama lo que conoce y defiende lo que ama”. Uno sabe que el mundo es más grande que la burbuja en la que fue criado, pero nuestro sesgo humano (y el ego) nos lleva a no poder imaginar algo diferente a lo que uno da por sentado.
Por fortuna, he aprendido que viajar mitiga un poco ese problema. Fuera de la burbuja, se pueden encontrar las soluciones buscadas con ahínco. Precisamente, desde el año pasado he venido acompañando, en política de vivienda, a la República de El Salvador y algunos otros países de la región, pero la sabiduría de la vida es más grande y fuí yo quien terminó “aleccionado”, nada menos que en temas de seguridad.
En San Salvador (capital de El Salvador) tienen un problema de déficit habitacional muy extenso atribuido a una política de vivienda no muy clara. El gobierno actual no lo pensó mucho, se salió de la burbuja y miró hacia afuera, a ver qué soluciones podría encontrar. Y nos encontraron. Tal vez para sorpresa de ustedes, aún con todos los retos y brechas que se deben cerrar, para 2022 Colombia era el país de toda la región que más unidades de vivienda vendía por cada cien mil habitantes. Así es cómo terminé acompañando a dicho territorio en la implementación de su política de vivienda y de ordenamiento territorial.
En la primera de mis visitas, conociendo la ciudad de San Salvador, me parecía ver espejismos de Valledupar. Había muchas similitudes. Ambas ciudades son preciosos valles: mientras aquí estamos entre la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá, allá se impone un volcán dormido por un lado y el cerro de San Jacinto por el otro. Mientras acá es el vallenato, allá es la cumbia salvadoreña. El tamaño de la población es similar, hay clima cálido, gente amable, una rica historia precolombina, colonial y moderna que se refleja en su arquitectura, arte y cultura en general.
Si bien mi Valledupar me parece más bonita, sí hay una diferencia muy evidente, una distancia diametral que nos separa: allá sí había seguridad; la gente la sentía. Eso sí que me sacó del embrujo de la burbuja.
Uno no logra imaginarse bien como en un segundo la diferencia entre ambos lugares se hizo tan amplia en ese aspecto. A decir verdad, la historia política de Colombia y El Salvador es muy similar: a mitad del siglo anterior, El Salvador experimentó un aumento en la represión política y la violencia por parte del gobierno y las fuerzas armadas. Los grupos de izquierda se organizaron, lo que llevó a la creación de una guerrilla, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Por muchos años hubo una cruenta guerra civil que finalizó con los acuerdos de paz de Chapultepec, en 1992. En la década de los 90 hubo un proceso de descentralización y liberación económica como la que se vivió aquí con César Gaviria y, finalmente, en la primera década de este siglo la derecha dominó el poder y, en la segunda, el turno fue para el partido político que surgió de la guerrilla desmovilizada.
La seguridad no llegó por ahí. Las pandillas o “maras” venían desde hace años extorsionando a comerciantes y cometían delitos violentos en las calles. La cárcel de San Salvador era el nicho desde donde se gestaban las extorsiones y los homicidios. La República de El Salvador llegó a ser uno de los países más violentos del mundo. Nadie daba un peso por ese país.
¿Les suena conocida esta experiencia? Hasta ahí, esa historia parece calcada de la nuestra. Allá comprendí el movimiento pendular de la democracia: con el tiempo se relaja, se ablanda, contemporiza con el delincuente, convirtiéndose en un rey de burlas porque sus normas y leyes son violadas impunemente, repitiéndose el círculo vicioso. Y sin querer queriendo, la democracia crea su propio correctivo: mano fuerte para combatir el delito, el cáncer social hecho metástasis. Tratamientos excepcionales, como la quimioterapia para el cáncer humano.
¿Cuándo cambió todo en El Salvador? En menos de 3 años. Hasta hace unos años pensaba que la seguridad era un problema que tomaba muchos más años resolver. Pero lo del Salvador me sacó a patadas de la burbuja.
Aquí en Valledupar tienen a todo el mundo convencido de que la inseguridad es un problema casi inatajable. Pero eso es mentira. Hay soluciones que se pueden implementar y rápido. Esperar mucho tiempo solo nos cuesta vidas. ¿Qué hizo San Salvador y qué debemos hacer nosotros? Primero, recuperar la autoridad y el control territorial de la mano con la Fuerza Pública. Segundo, fortalecer el confinamiento en las cárceles, cortándole la comunicación a los reclusos con las bandas que les trabajan desde afuera y, finalmente, la rehabilitación de jóvenes pandilleros y el desarrollo de políticas para reducir la corrupción.
Como siempre, termino mis columnas con un llamado a la acción: Salgamos de la burbuja, la inseguridad no es un problema al que nos deban acostumbrar. Pa´ lante, ese es el camino. ¡De Frente. Sin miedo!.
Por Camilo Quiroz H.
Dicen por ahí que “uno solo ama lo que conoce y defiende lo que ama”. Uno sabe que el mundo es más grande que la burbuja en la que fue criado, pero nuestro sesgo humano (y el ego) nos lleva a no poder imaginar algo diferente a lo que uno da por sentado.
Dicen por ahí que “uno solo ama lo que conoce y defiende lo que ama”. Uno sabe que el mundo es más grande que la burbuja en la que fue criado, pero nuestro sesgo humano (y el ego) nos lleva a no poder imaginar algo diferente a lo que uno da por sentado.
Por fortuna, he aprendido que viajar mitiga un poco ese problema. Fuera de la burbuja, se pueden encontrar las soluciones buscadas con ahínco. Precisamente, desde el año pasado he venido acompañando, en política de vivienda, a la República de El Salvador y algunos otros países de la región, pero la sabiduría de la vida es más grande y fuí yo quien terminó “aleccionado”, nada menos que en temas de seguridad.
En San Salvador (capital de El Salvador) tienen un problema de déficit habitacional muy extenso atribuido a una política de vivienda no muy clara. El gobierno actual no lo pensó mucho, se salió de la burbuja y miró hacia afuera, a ver qué soluciones podría encontrar. Y nos encontraron. Tal vez para sorpresa de ustedes, aún con todos los retos y brechas que se deben cerrar, para 2022 Colombia era el país de toda la región que más unidades de vivienda vendía por cada cien mil habitantes. Así es cómo terminé acompañando a dicho territorio en la implementación de su política de vivienda y de ordenamiento territorial.
En la primera de mis visitas, conociendo la ciudad de San Salvador, me parecía ver espejismos de Valledupar. Había muchas similitudes. Ambas ciudades son preciosos valles: mientras aquí estamos entre la Sierra Nevada y la Serranía del Perijá, allá se impone un volcán dormido por un lado y el cerro de San Jacinto por el otro. Mientras acá es el vallenato, allá es la cumbia salvadoreña. El tamaño de la población es similar, hay clima cálido, gente amable, una rica historia precolombina, colonial y moderna que se refleja en su arquitectura, arte y cultura en general.
Si bien mi Valledupar me parece más bonita, sí hay una diferencia muy evidente, una distancia diametral que nos separa: allá sí había seguridad; la gente la sentía. Eso sí que me sacó del embrujo de la burbuja.
Uno no logra imaginarse bien como en un segundo la diferencia entre ambos lugares se hizo tan amplia en ese aspecto. A decir verdad, la historia política de Colombia y El Salvador es muy similar: a mitad del siglo anterior, El Salvador experimentó un aumento en la represión política y la violencia por parte del gobierno y las fuerzas armadas. Los grupos de izquierda se organizaron, lo que llevó a la creación de una guerrilla, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Por muchos años hubo una cruenta guerra civil que finalizó con los acuerdos de paz de Chapultepec, en 1992. En la década de los 90 hubo un proceso de descentralización y liberación económica como la que se vivió aquí con César Gaviria y, finalmente, en la primera década de este siglo la derecha dominó el poder y, en la segunda, el turno fue para el partido político que surgió de la guerrilla desmovilizada.
La seguridad no llegó por ahí. Las pandillas o “maras” venían desde hace años extorsionando a comerciantes y cometían delitos violentos en las calles. La cárcel de San Salvador era el nicho desde donde se gestaban las extorsiones y los homicidios. La República de El Salvador llegó a ser uno de los países más violentos del mundo. Nadie daba un peso por ese país.
¿Les suena conocida esta experiencia? Hasta ahí, esa historia parece calcada de la nuestra. Allá comprendí el movimiento pendular de la democracia: con el tiempo se relaja, se ablanda, contemporiza con el delincuente, convirtiéndose en un rey de burlas porque sus normas y leyes son violadas impunemente, repitiéndose el círculo vicioso. Y sin querer queriendo, la democracia crea su propio correctivo: mano fuerte para combatir el delito, el cáncer social hecho metástasis. Tratamientos excepcionales, como la quimioterapia para el cáncer humano.
¿Cuándo cambió todo en El Salvador? En menos de 3 años. Hasta hace unos años pensaba que la seguridad era un problema que tomaba muchos más años resolver. Pero lo del Salvador me sacó a patadas de la burbuja.
Aquí en Valledupar tienen a todo el mundo convencido de que la inseguridad es un problema casi inatajable. Pero eso es mentira. Hay soluciones que se pueden implementar y rápido. Esperar mucho tiempo solo nos cuesta vidas. ¿Qué hizo San Salvador y qué debemos hacer nosotros? Primero, recuperar la autoridad y el control territorial de la mano con la Fuerza Pública. Segundo, fortalecer el confinamiento en las cárceles, cortándole la comunicación a los reclusos con las bandas que les trabajan desde afuera y, finalmente, la rehabilitación de jóvenes pandilleros y el desarrollo de políticas para reducir la corrupción.
Como siempre, termino mis columnas con un llamado a la acción: Salgamos de la burbuja, la inseguridad no es un problema al que nos deban acostumbrar. Pa´ lante, ese es el camino. ¡De Frente. Sin miedo!.
Por Camilo Quiroz H.