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Columnista - 9 diciembre, 2014

Sabios y sabelotodos

En esta era de la información, mucha gente amasa gran cantidad de conocimiento, maneja a profundidad uno o varios temas en los que se han hecho especialistas gracias a la instrucción que han recibido en la academia o como producto de su búsqueda autodidacta. La postmodernidad brinda por doquier información en grandes cantidades y ritmos […]

En esta era de la información, mucha gente amasa gran cantidad de conocimiento, maneja a profundidad uno o varios temas en los que se han hecho especialistas gracias a la instrucción que han recibido en la academia o como producto de su búsqueda autodidacta.
La postmodernidad brinda por doquier información en grandes cantidades y ritmos incontrolables, lo que posibilita que mucha gente exprese su sabiduría y la comparta con los demás. No obstante, hay quienes presumen de ser sabios, sin saber que permanecen en el nivel del sabelotodo.
Muchos se esfuerzan y aparentan ser cultos, cuando en relidad solo alcanzan a mostrarse como instruidos, conocedores de un tema o actividad específica. Una persona culta y sabia reconoce en los demás un aporte valioso en aquello que le comparten; un sabio reconoce la diferencia, respeta el mundo del otro, pese a las equivocaciones que pueda tener. El instruido inculto o sabelotodo, jamás se acercará a otros en forma genuina, porque tiene a menos valía lo que los demás puedan compartirle. El sabelotodo aparenta saber de todo.
Esta era informativa ha producido más sabelotodos que verdaderos sabios. A esos sabelotodos les fascina tener el protagonismo. Si alguien propone o se destaca por saber algo, el sabelotodo se irrita y se aparta creyendo que lo que otros dicen jamás está a su estatura intelectual o pragmática. El sabelotodo vive encerrado en un mundo que él mismo ha inventado para mantenerse alimentado de sus propias especulaciones y sin notarlo, empieza a vivir en una burbuja de autoengaño.
El sabelotodo jamás aceptará que otro pueda tomar su lugar, reemplazarlo o hacerlo mejor que él, lo que lo convierte en alguien constantemente inconforme con el avance de quienes tiene a su lado; es un personaje que sufre en silencio con el triunfo de los otros, pero que jamás lo aceptará, pues le interesa mostrar que tiene un concepto más alto de sí mismo con respecto a los demás, por lo que siempre proyectará su imagen de equilibrado, para seguir manteniendo su aparente status de sabio.
Nuestras sociedades necesitan gente más sabia y menos sabelotodos arrogantes, pues si lo que sé no soy capaz de ponerlo al servicio de la gente, entonces no sirve de nada, no vale nada. Si lo que sé lo retengo solo para mi, para hacerme necesario, entonces mi sabiduría se convierte en soberbia y me esclaviza, porque puedo terminar sin darme cuenta siendo un esclavo de los enaltecimientos y aplausos, dependiendo de ellos para se feliz.
Creo firmemente en que la verdadera sabiduría, la que viene de Dios, no importa si lo que sabes es matemáticas, ordeñar vacas, música, comerciar, arreglar jardínes, hacer zapatos, cocinar, predicar o dictar clases; es aquella que apunta a enseñar a otros lo que sabemos, hasta que nadie nos necesite y podamos libremente disfrutar de lo que aprendimos sin amarrarnos a ello como si fuera una propiedad exclusiva de cada quien.
Ser culto y sabio es diferente a ser capacitado y sabelotodo. El culto jamás será soberbio, porque sabe que lo que aprendió y hace bien, debe ser multiplicado y puesto al servicio de la gente para que ellos crezcan, en la medida en que va menguando, hasta ganarle a la soberbia, hasta extinguir la arrogancia y la presunción, para mostrar que somos sabios no por lo que sabemos, sino porque podemos enseñar a los demás sin ninguna prepotencia.
@Oscararizadaza

Columnista
9 diciembre, 2014

Sabios y sabelotodos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Oscar Ariza Daza

En esta era de la información, mucha gente amasa gran cantidad de conocimiento, maneja a profundidad uno o varios temas en los que se han hecho especialistas gracias a la instrucción que han recibido en la academia o como producto de su búsqueda autodidacta. La postmodernidad brinda por doquier información en grandes cantidades y ritmos […]


En esta era de la información, mucha gente amasa gran cantidad de conocimiento, maneja a profundidad uno o varios temas en los que se han hecho especialistas gracias a la instrucción que han recibido en la academia o como producto de su búsqueda autodidacta.
La postmodernidad brinda por doquier información en grandes cantidades y ritmos incontrolables, lo que posibilita que mucha gente exprese su sabiduría y la comparta con los demás. No obstante, hay quienes presumen de ser sabios, sin saber que permanecen en el nivel del sabelotodo.
Muchos se esfuerzan y aparentan ser cultos, cuando en relidad solo alcanzan a mostrarse como instruidos, conocedores de un tema o actividad específica. Una persona culta y sabia reconoce en los demás un aporte valioso en aquello que le comparten; un sabio reconoce la diferencia, respeta el mundo del otro, pese a las equivocaciones que pueda tener. El instruido inculto o sabelotodo, jamás se acercará a otros en forma genuina, porque tiene a menos valía lo que los demás puedan compartirle. El sabelotodo aparenta saber de todo.
Esta era informativa ha producido más sabelotodos que verdaderos sabios. A esos sabelotodos les fascina tener el protagonismo. Si alguien propone o se destaca por saber algo, el sabelotodo se irrita y se aparta creyendo que lo que otros dicen jamás está a su estatura intelectual o pragmática. El sabelotodo vive encerrado en un mundo que él mismo ha inventado para mantenerse alimentado de sus propias especulaciones y sin notarlo, empieza a vivir en una burbuja de autoengaño.
El sabelotodo jamás aceptará que otro pueda tomar su lugar, reemplazarlo o hacerlo mejor que él, lo que lo convierte en alguien constantemente inconforme con el avance de quienes tiene a su lado; es un personaje que sufre en silencio con el triunfo de los otros, pero que jamás lo aceptará, pues le interesa mostrar que tiene un concepto más alto de sí mismo con respecto a los demás, por lo que siempre proyectará su imagen de equilibrado, para seguir manteniendo su aparente status de sabio.
Nuestras sociedades necesitan gente más sabia y menos sabelotodos arrogantes, pues si lo que sé no soy capaz de ponerlo al servicio de la gente, entonces no sirve de nada, no vale nada. Si lo que sé lo retengo solo para mi, para hacerme necesario, entonces mi sabiduría se convierte en soberbia y me esclaviza, porque puedo terminar sin darme cuenta siendo un esclavo de los enaltecimientos y aplausos, dependiendo de ellos para se feliz.
Creo firmemente en que la verdadera sabiduría, la que viene de Dios, no importa si lo que sabes es matemáticas, ordeñar vacas, música, comerciar, arreglar jardínes, hacer zapatos, cocinar, predicar o dictar clases; es aquella que apunta a enseñar a otros lo que sabemos, hasta que nadie nos necesite y podamos libremente disfrutar de lo que aprendimos sin amarrarnos a ello como si fuera una propiedad exclusiva de cada quien.
Ser culto y sabio es diferente a ser capacitado y sabelotodo. El culto jamás será soberbio, porque sabe que lo que aprendió y hace bien, debe ser multiplicado y puesto al servicio de la gente para que ellos crezcan, en la medida en que va menguando, hasta ganarle a la soberbia, hasta extinguir la arrogancia y la presunción, para mostrar que somos sabios no por lo que sabemos, sino porque podemos enseñar a los demás sin ninguna prepotencia.
@Oscararizadaza