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Columnista - 20 septiembre, 2015

Rio para no llorar

Cuando le pregunté al pelao que atendía cuanto tiempo se demoraban las arepas, me dijo que en quince minutos estaban listas; que en colombiano neto quiere decir: veinte o treinta minutos, mínimo. Me imagino que en muchos países la sola idea de esperar media hora por un alimento tan básico puede resultar extravagante, pero no […]

Cuando le pregunté al pelao que atendía cuanto tiempo se demoraban las arepas, me dijo que en quince minutos estaban listas; que en colombiano neto quiere decir: veinte o treinta minutos, mínimo. Me imagino que en muchos países la sola idea de esperar media hora por un alimento tan básico puede resultar extravagante, pero no es así en el sur de La Guajira, en donde si tienes mucho afán sencillamente debes seguir tu camino, porque: nadie va a “andar matándose” por atender tus pretensiones.

Como tenía más flojera de irme que de quedarme, le dije al muchacho que me prestara una silla, y la acomodé debajo de un mango sembrado frente al chuzo, lejos del alcance del calor del asador; aunque eran apenas las siete de la mañana, estos soles de septiembre vienen condimentados con todo el ácido tropical que hace que más que quemar, piquen. Conocía al pelao y a su familia desde hace mucho, aunque era más amigo de su hermano, un compinche que daría para una novela pero que tuvo que irse de estos lares luego de “hacerla boja”; sin embargo, esta vez el tema no fue su hermano sino sus tatuajes.

Un Buda, un pez, una geisha, el nombre de su mamá, unas florecitas, criptogramas hindúes, pájaros, una rosa, las iniciales de su novia… Le pregunté cuál había sido su primer tatuaje, mientras esperaba el punto de cocción perfecto de las arepas más lentas de la galaxia, unas arepas que hacen que la categoría slow food se quede corta.

Mi primer tatuaje fue este -me dijo- levantándose la camiseta hasta descubrir el pecho, en donde tenía tatuado, en letras medio borrachas, trabaditas, la frase: “Rio para no llorar”. El tatuaje atravesaba de extremo a extremo ambos pectorales, toda una valla publicitaria, una declaración, un tema de batalla, y una burla, sobre todo por cómo llegó a hacérselo. Ese día empezó a beber a las nueve de la mañana -me dijo; el pelao es bien pero en una época quiso dárselas de malosito- ya de tardecita se encontró con un amigo que siempre había querido hacerle un tatuaje; luego apareció otro amigo, que les dijo que podían ir a la casa de su abuela, a hacer allá la vaina…

-Mi amigo me lo hizo a pulso, sin plantilla ni nada empezó a escribir, a dibujar. Yo lo supe fue después, porque a mi esa vez se me borró el caset. Me desperté a la mañana siguiente, sentí el dolor en el pecho, fui al espejo del baño y cuando me veo es que ya… Yo hasta me emputé, iba a joder a mi amigo, porque se me borró el caset, no me acordaba de nada, menos mal mi otro amigo grabó todo en su celular, así que me lo mostraron después y ahí era yo el que le insistía para que me lo hiciera. Ya después seguí rayándome. La idea es llenarme todo.

Antes era que jodían con eso en las empresas, pero me dijo un amigo que la otra vez la novia se había maluqueao en el lanzamiento de un CD y que cuando la llevaron al hospital la médico que la atendió tenía tres tatuajes: uno en la muñeca, otro en el cuello y otro en el antebrazo. Bacano ¿no? una doctora con tatuajes…

Hasta que estuvieron las arepas, pagué y me las empacaron; ya estaba listo para ir a desayunar y a llevarle a los de mi casa. Mientras me daban los vueltos noté que venía más gente. Secretamente gocé con la tragedia de los recién llegados, quienes debían esperar a que se asaran lentamente o irse sin nada. No cualquiera tiene tanta paciencia.

Columnista
20 septiembre, 2015

Rio para no llorar

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jarol Ferreira

Cuando le pregunté al pelao que atendía cuanto tiempo se demoraban las arepas, me dijo que en quince minutos estaban listas; que en colombiano neto quiere decir: veinte o treinta minutos, mínimo. Me imagino que en muchos países la sola idea de esperar media hora por un alimento tan básico puede resultar extravagante, pero no […]


Cuando le pregunté al pelao que atendía cuanto tiempo se demoraban las arepas, me dijo que en quince minutos estaban listas; que en colombiano neto quiere decir: veinte o treinta minutos, mínimo. Me imagino que en muchos países la sola idea de esperar media hora por un alimento tan básico puede resultar extravagante, pero no es así en el sur de La Guajira, en donde si tienes mucho afán sencillamente debes seguir tu camino, porque: nadie va a “andar matándose” por atender tus pretensiones.

Como tenía más flojera de irme que de quedarme, le dije al muchacho que me prestara una silla, y la acomodé debajo de un mango sembrado frente al chuzo, lejos del alcance del calor del asador; aunque eran apenas las siete de la mañana, estos soles de septiembre vienen condimentados con todo el ácido tropical que hace que más que quemar, piquen. Conocía al pelao y a su familia desde hace mucho, aunque era más amigo de su hermano, un compinche que daría para una novela pero que tuvo que irse de estos lares luego de “hacerla boja”; sin embargo, esta vez el tema no fue su hermano sino sus tatuajes.

Un Buda, un pez, una geisha, el nombre de su mamá, unas florecitas, criptogramas hindúes, pájaros, una rosa, las iniciales de su novia… Le pregunté cuál había sido su primer tatuaje, mientras esperaba el punto de cocción perfecto de las arepas más lentas de la galaxia, unas arepas que hacen que la categoría slow food se quede corta.

Mi primer tatuaje fue este -me dijo- levantándose la camiseta hasta descubrir el pecho, en donde tenía tatuado, en letras medio borrachas, trabaditas, la frase: “Rio para no llorar”. El tatuaje atravesaba de extremo a extremo ambos pectorales, toda una valla publicitaria, una declaración, un tema de batalla, y una burla, sobre todo por cómo llegó a hacérselo. Ese día empezó a beber a las nueve de la mañana -me dijo; el pelao es bien pero en una época quiso dárselas de malosito- ya de tardecita se encontró con un amigo que siempre había querido hacerle un tatuaje; luego apareció otro amigo, que les dijo que podían ir a la casa de su abuela, a hacer allá la vaina…

-Mi amigo me lo hizo a pulso, sin plantilla ni nada empezó a escribir, a dibujar. Yo lo supe fue después, porque a mi esa vez se me borró el caset. Me desperté a la mañana siguiente, sentí el dolor en el pecho, fui al espejo del baño y cuando me veo es que ya… Yo hasta me emputé, iba a joder a mi amigo, porque se me borró el caset, no me acordaba de nada, menos mal mi otro amigo grabó todo en su celular, así que me lo mostraron después y ahí era yo el que le insistía para que me lo hiciera. Ya después seguí rayándome. La idea es llenarme todo.

Antes era que jodían con eso en las empresas, pero me dijo un amigo que la otra vez la novia se había maluqueao en el lanzamiento de un CD y que cuando la llevaron al hospital la médico que la atendió tenía tres tatuajes: uno en la muñeca, otro en el cuello y otro en el antebrazo. Bacano ¿no? una doctora con tatuajes…

Hasta que estuvieron las arepas, pagué y me las empacaron; ya estaba listo para ir a desayunar y a llevarle a los de mi casa. Mientras me daban los vueltos noté que venía más gente. Secretamente gocé con la tragedia de los recién llegados, quienes debían esperar a que se asaran lentamente o irse sin nada. No cualquiera tiene tanta paciencia.