En una mañana imaginaria de algún sábado del mes de enero del segundo año de la covid-19 en Colombia, amaneciendo con el zumbido de la brisa veraniega y el aroma de un buen café, me levanté con el firme propósito de acompañar a nuestros queridos columnistas de EL PILÓN en una interesante rutina. Preocupados, el […]
En una mañana imaginaria de algún sábado del mes de enero del segundo año de la covid-19 en Colombia, amaneciendo con el zumbido de la brisa veraniega y el aroma de un buen café, me levanté con el firme propósito de acompañar a nuestros queridos columnistas de EL PILÓN en una interesante rutina. Preocupados, el doctor José Romero Churio y el abogado Hugo Mendoza decidieron organizar un grupo para caminar todas las mañanas al río Guatapurí y custodiar al querido abuelo Eduardo Santos Ortega, en una casi imposible tarea: ayudarlo a bajar su enorme barriga y tratar de ponerlo en forma.
El punto de encuentro: la Glorieta del Pedazo de Acordeón, donde fuimos llegando uno a uno con tapabocas, alcohol, la bendición del padre Juank Mendoza, que desde Roma apoyaba la jornada, y andando con más cuidado que abuelita de cristal. Mientras se iniciaba la caminata, comentábamos sobre la belleza del cerro de Hurtado que se avistaba imponente y engreído, pero también amenazado por la posible construcción de viviendas en su terreno.
“Ya no hay casitas de bahareque, se llenó el Valle más de luces”, cantaba Hernán Maestre, y luego exclamaba: “Lo que sí hay es cemento y quieren acabar con el poquito verde que nos queda dentro de la ciudad”.
Luego, el maestro Rosendo Romero y José Aponte, con su indumentaria deportiva donde se destacaba el lema en sus camisetas ‘Yo amo a Villanueva’, tomaban la vocería y coordinaban la logística para iniciar la marcha. Y es así que, arrancando y llegando a la glorieta de la Pilonera Mayor, empezamos a notar una impresionante multitud de personas, muchas sin guardar ningún protocolo de bioseguridad y sin la presencia de las autoridades para controlar el desorden.
“¡San Francisco de Asís! ¿Qué es esto?”, comentaba Antonio María Araújo, quien había llegado al encuentro desde La Paz, con un cargamento de almojábanas.
“¡Parece que estuviéramos en festival y sin coronavirus!”, expresaba el cronista Juan Rincón Vanegas. “¡Que río de gente!”, exclamaban Rodolfo Ortega y Jaime García Chadid.
“¡Dios santo! ¿Dónde está la autoridad para que controle esta situación?”, decía el profesor José Atuesta. “¡No hay autoridad, no hay alcalde! Por eso es que le hacen caricaturas”, respondía el periodista Edgardo Mendoza.
“¡Con mi jefe no se meta!”, gritó el director de la Oficina de Cultura de Valledupar, Carlos Liñán, quien a veces escribe en el periódico. “¡Calma, calma!”, expresó Darío Arregocés.
“No todo es culpa de las autoridades”, manifestaba el doctor José Romero Churio. “Nosotros debemos ser los primeros responsables en el autocuidado y también hemos fallado al venir acá en grupo, ni que fuéramos pelaos pequeños como Safady”.
Al ver seguir el transitar del río de gente como si nada, no quedó más remedio que dirigirnos al restaurante Patacón Pisao de ‘La Mona’, donde nos esperaba Juan Carlos Quintero; el jefe de Redacción de EL PILÓN, Deivis Caro, y María Clara Quintero, para un desayuno que nos había prometido José Aponte y que como siempre terminaba pagando Hugo Mendoza.
Pdta: Al llegar al Centro Histórico de Valledupar pudimos notar con tristeza que la eterna obra que se realiza en sus calles ya evidenciaba deterioro y además carros mal estacionados, falta de señalización y un sinnúmero de problemas que hicieron exclamar al abuelo Eduardo Santos Ortega: “Creo que es más fácil bajar la barriga y ponerme en forma a que la gente cuide, aprecie y valore el patrimonio de esta bella ciudad”.
En una mañana imaginaria de algún sábado del mes de enero del segundo año de la covid-19 en Colombia, amaneciendo con el zumbido de la brisa veraniega y el aroma de un buen café, me levanté con el firme propósito de acompañar a nuestros queridos columnistas de EL PILÓN en una interesante rutina. Preocupados, el […]
En una mañana imaginaria de algún sábado del mes de enero del segundo año de la covid-19 en Colombia, amaneciendo con el zumbido de la brisa veraniega y el aroma de un buen café, me levanté con el firme propósito de acompañar a nuestros queridos columnistas de EL PILÓN en una interesante rutina. Preocupados, el doctor José Romero Churio y el abogado Hugo Mendoza decidieron organizar un grupo para caminar todas las mañanas al río Guatapurí y custodiar al querido abuelo Eduardo Santos Ortega, en una casi imposible tarea: ayudarlo a bajar su enorme barriga y tratar de ponerlo en forma.
El punto de encuentro: la Glorieta del Pedazo de Acordeón, donde fuimos llegando uno a uno con tapabocas, alcohol, la bendición del padre Juank Mendoza, que desde Roma apoyaba la jornada, y andando con más cuidado que abuelita de cristal. Mientras se iniciaba la caminata, comentábamos sobre la belleza del cerro de Hurtado que se avistaba imponente y engreído, pero también amenazado por la posible construcción de viviendas en su terreno.
“Ya no hay casitas de bahareque, se llenó el Valle más de luces”, cantaba Hernán Maestre, y luego exclamaba: “Lo que sí hay es cemento y quieren acabar con el poquito verde que nos queda dentro de la ciudad”.
Luego, el maestro Rosendo Romero y José Aponte, con su indumentaria deportiva donde se destacaba el lema en sus camisetas ‘Yo amo a Villanueva’, tomaban la vocería y coordinaban la logística para iniciar la marcha. Y es así que, arrancando y llegando a la glorieta de la Pilonera Mayor, empezamos a notar una impresionante multitud de personas, muchas sin guardar ningún protocolo de bioseguridad y sin la presencia de las autoridades para controlar el desorden.
“¡San Francisco de Asís! ¿Qué es esto?”, comentaba Antonio María Araújo, quien había llegado al encuentro desde La Paz, con un cargamento de almojábanas.
“¡Parece que estuviéramos en festival y sin coronavirus!”, expresaba el cronista Juan Rincón Vanegas. “¡Que río de gente!”, exclamaban Rodolfo Ortega y Jaime García Chadid.
“¡Dios santo! ¿Dónde está la autoridad para que controle esta situación?”, decía el profesor José Atuesta. “¡No hay autoridad, no hay alcalde! Por eso es que le hacen caricaturas”, respondía el periodista Edgardo Mendoza.
“¡Con mi jefe no se meta!”, gritó el director de la Oficina de Cultura de Valledupar, Carlos Liñán, quien a veces escribe en el periódico. “¡Calma, calma!”, expresó Darío Arregocés.
“No todo es culpa de las autoridades”, manifestaba el doctor José Romero Churio. “Nosotros debemos ser los primeros responsables en el autocuidado y también hemos fallado al venir acá en grupo, ni que fuéramos pelaos pequeños como Safady”.
Al ver seguir el transitar del río de gente como si nada, no quedó más remedio que dirigirnos al restaurante Patacón Pisao de ‘La Mona’, donde nos esperaba Juan Carlos Quintero; el jefe de Redacción de EL PILÓN, Deivis Caro, y María Clara Quintero, para un desayuno que nos había prometido José Aponte y que como siempre terminaba pagando Hugo Mendoza.
Pdta: Al llegar al Centro Histórico de Valledupar pudimos notar con tristeza que la eterna obra que se realiza en sus calles ya evidenciaba deterioro y además carros mal estacionados, falta de señalización y un sinnúmero de problemas que hicieron exclamar al abuelo Eduardo Santos Ortega: “Creo que es más fácil bajar la barriga y ponerme en forma a que la gente cuide, aprecie y valore el patrimonio de esta bella ciudad”.