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A lo largo de la historia, la humanidad ha sido sostenida por una fuerza invisible, pero indestructible: la resiliencia. No es solo soportar el dolor, es avanzar con fe cuando todo parece perdido. Es confiar aun cuando la noche es más oscura. La Biblia, el libro más poderoso jamás escrito, está llena de ejemplos que nos enseñan a resistir con propósito.
A lo largo de la historia, la humanidad ha sido sostenida por una fuerza invisible, pero indestructible: la resiliencia. No es solo soportar el dolor, es avanzar con fe cuando todo parece perdido. Es confiar aun cuando la noche es más oscura. La Biblia, el libro más poderoso jamás escrito, está llena de ejemplos que nos enseñan a resistir con propósito.
Ahí está Moisés, guiando al pueblo hebreo 40 años por el desierto. Vieron a Dios actuar: maná del cielo, codornices, agua de la roca. Sin embargo, el pueblo dudaba. ¿Por qué? Porque la resiliencia no nace solo de los milagros, sino de la fe en lo invisible, de la esperanza en lo eterno, del propósito sembrado por Dios en lo más profundo del alma.
En nuestra historia, también hay ejemplos. En plena guerra de independencia, Simón Bolívar le dijo al coronel Rendón: “Coronel, salve usted la patria.” Cuando todo parecía perdido, una palabra de fe cambió el destino de una nación. Eso es resiliencia: tomar decisiones valientes cuando todo indica que es mejor rendirse.
Yo también he tenido mis batallas. Y no han sido menores. En los últimos años, he perdido personas que amé con el alma. Mi papá, mi abuelita, mi suegro, seres queridos que formaron mi carácter, que dejaron huella en mí. Sentí el vacío. Sentí la angustia. También perdí trabajo, proyectos, seguridad. Me vi envuelto en la incertidumbre total. Como si el aire se acabara. Como si estuviera ahogándome. Pero ahí, en medio del dolor, me repetía: “No es en los tiempos de uno… es en los tiempos de Dios.”
Y esa frase se volvió ancla. Porque entendí algo profundo: nosotros vivimos el tiempo como línea recta —pasado, presente, futuro—, pero Dios es multitemporal. Él lo ve todo al mismo tiempo. Si la vida fuera ajedrez, Él sería el Gran Maestro que anticipa cada jugada. Nosotros solo vemos una parte del tablero, pero Él ve el juego completo. Y eso me dio paz.
Por eso hoy quiero dar gracias a Dios por todos los seres de luz que puso en mi camino. Por los que ya partieron y viven en mi corazón: Papito, Ela, Suegro, Papá José, Tía Ita, Tío Arturo, Tío Jaime, Tía Luzmary, Tía Leticia, Tío Rubén, Tío Toño, Berna y Bella. Siempre los recordaré con afecto, gratitud y amor. Su legado vive en mis decisiones, en mi carácter, en mi fe.
Y gracias también a quienes todavía me acompañan: Tita, Dany, Goga, Andu, Mamita, Tío Mario, Tía Tere, Jorge C., Adrián B., Goyo, Luis F. M., Richard B., Juan C.C., Carmelo y Ximena, Padre Enrique, Francisco C., Oljer, Villito, Diego A., Hernando A., Dylan, Fausto C., y muchos otros. Gracias por creer en mí, por levantarme, por estar presentes cuando más lo necesité. Su compañía fue voz de Dios en mi vida.
Hoy puedo decir, con lágrimas y convicción, que cada pérdida me preparó para este momento. Dios permitió todo lo que ocurrió, no para destruirme, sino para fortalecerme. Cada caída, cada noche oscura, fue parte de un plan mayor. Hoy declaro que este es mi tiempo de renacer, de servir y de construir con propósito.
Resiliencia es eso: levantarse cuando parece imposible, creer cuando todo se ve perdido, amar aunque duela, confiar aunque no se entienda. Es decirle a Dios: “Aquí estoy, úsame para lo que tú quieras.”
A veces he llorado en silencio, sintiéndome solo, derrotado, sin rumbo. Pero Dios, en su infinita misericordia, me ha mostrado que aún en la noche más oscura, Él no abandona. Me ha enviado personas, señales, palabras y milagros pequeños que me han sostenido. Me ha recordado que, aunque no comprenda el porqué de las pruebas, todo tiene un propósito perfecto.
Dios me ha enseñado que la vida no se trata solo de llegar lejos, sino de caminar con propósito. Que el éxito no se mide en bienes, sino en el impacto que dejamos en las almas. Que no hay dolor inútil si lo entregamos en sus manos. Y que cada experiencia difícil es parte del proceso para formar en nosotros un corazón más fuerte, más sensible y más sabio.
Y por eso, con toda mi alma, digo: gracias, Dios. Gracias por estar en cada paso. Gracias por sostenerme cuando pensé que no podía más. Gracias por tu plan perfecto. Gracias por tu amor que no falla. Señor la Gloria es toda tuya por siempre.
POR: HERNÁN RESTREPO.
A lo largo de la historia, la humanidad ha sido sostenida por una fuerza invisible, pero indestructible: la resiliencia. No es solo soportar el dolor, es avanzar con fe cuando todo parece perdido. Es confiar aun cuando la noche es más oscura. La Biblia, el libro más poderoso jamás escrito, está llena de ejemplos que nos enseñan a resistir con propósito.
A lo largo de la historia, la humanidad ha sido sostenida por una fuerza invisible, pero indestructible: la resiliencia. No es solo soportar el dolor, es avanzar con fe cuando todo parece perdido. Es confiar aun cuando la noche es más oscura. La Biblia, el libro más poderoso jamás escrito, está llena de ejemplos que nos enseñan a resistir con propósito.
Ahí está Moisés, guiando al pueblo hebreo 40 años por el desierto. Vieron a Dios actuar: maná del cielo, codornices, agua de la roca. Sin embargo, el pueblo dudaba. ¿Por qué? Porque la resiliencia no nace solo de los milagros, sino de la fe en lo invisible, de la esperanza en lo eterno, del propósito sembrado por Dios en lo más profundo del alma.
En nuestra historia, también hay ejemplos. En plena guerra de independencia, Simón Bolívar le dijo al coronel Rendón: “Coronel, salve usted la patria.” Cuando todo parecía perdido, una palabra de fe cambió el destino de una nación. Eso es resiliencia: tomar decisiones valientes cuando todo indica que es mejor rendirse.
Yo también he tenido mis batallas. Y no han sido menores. En los últimos años, he perdido personas que amé con el alma. Mi papá, mi abuelita, mi suegro, seres queridos que formaron mi carácter, que dejaron huella en mí. Sentí el vacío. Sentí la angustia. También perdí trabajo, proyectos, seguridad. Me vi envuelto en la incertidumbre total. Como si el aire se acabara. Como si estuviera ahogándome. Pero ahí, en medio del dolor, me repetía: “No es en los tiempos de uno… es en los tiempos de Dios.”
Y esa frase se volvió ancla. Porque entendí algo profundo: nosotros vivimos el tiempo como línea recta —pasado, presente, futuro—, pero Dios es multitemporal. Él lo ve todo al mismo tiempo. Si la vida fuera ajedrez, Él sería el Gran Maestro que anticipa cada jugada. Nosotros solo vemos una parte del tablero, pero Él ve el juego completo. Y eso me dio paz.
Por eso hoy quiero dar gracias a Dios por todos los seres de luz que puso en mi camino. Por los que ya partieron y viven en mi corazón: Papito, Ela, Suegro, Papá José, Tía Ita, Tío Arturo, Tío Jaime, Tía Luzmary, Tía Leticia, Tío Rubén, Tío Toño, Berna y Bella. Siempre los recordaré con afecto, gratitud y amor. Su legado vive en mis decisiones, en mi carácter, en mi fe.
Y gracias también a quienes todavía me acompañan: Tita, Dany, Goga, Andu, Mamita, Tío Mario, Tía Tere, Jorge C., Adrián B., Goyo, Luis F. M., Richard B., Juan C.C., Carmelo y Ximena, Padre Enrique, Francisco C., Oljer, Villito, Diego A., Hernando A., Dylan, Fausto C., y muchos otros. Gracias por creer en mí, por levantarme, por estar presentes cuando más lo necesité. Su compañía fue voz de Dios en mi vida.
Hoy puedo decir, con lágrimas y convicción, que cada pérdida me preparó para este momento. Dios permitió todo lo que ocurrió, no para destruirme, sino para fortalecerme. Cada caída, cada noche oscura, fue parte de un plan mayor. Hoy declaro que este es mi tiempo de renacer, de servir y de construir con propósito.
Resiliencia es eso: levantarse cuando parece imposible, creer cuando todo se ve perdido, amar aunque duela, confiar aunque no se entienda. Es decirle a Dios: “Aquí estoy, úsame para lo que tú quieras.”
A veces he llorado en silencio, sintiéndome solo, derrotado, sin rumbo. Pero Dios, en su infinita misericordia, me ha mostrado que aún en la noche más oscura, Él no abandona. Me ha enviado personas, señales, palabras y milagros pequeños que me han sostenido. Me ha recordado que, aunque no comprenda el porqué de las pruebas, todo tiene un propósito perfecto.
Dios me ha enseñado que la vida no se trata solo de llegar lejos, sino de caminar con propósito. Que el éxito no se mide en bienes, sino en el impacto que dejamos en las almas. Que no hay dolor inútil si lo entregamos en sus manos. Y que cada experiencia difícil es parte del proceso para formar en nosotros un corazón más fuerte, más sensible y más sabio.
Y por eso, con toda mi alma, digo: gracias, Dios. Gracias por estar en cada paso. Gracias por sostenerme cuando pensé que no podía más. Gracias por tu plan perfecto. Gracias por tu amor que no falla. Señor la Gloria es toda tuya por siempre.
POR: HERNÁN RESTREPO.