A veces se siente nostalgia por los libros que una vez se leyeron, especialmente en la juventud, y no los buscamos por miedo a encontrar que la historia quizás no es cómo la conocimos en esa primera lectura, y nos perdemos del placer de releer, que es como abrir un viejo arcón y encontrar en […]
A veces se siente nostalgia por los libros que una vez se leyeron, especialmente en la juventud, y no los buscamos por miedo a encontrar que la historia quizás no es cómo la conocimos en esa primera lectura, y nos perdemos del placer de releer, que es como abrir un viejo arcón y encontrar en él los recuerdos que se fueron acumulando y quedaron calladitos en un rincón de un cuarto olvidado. Eso del arcón o del baúl no es de tiempos remotos, en cada casa hay un escondrijo, una caja, un cofre, arrumado con una carga poderosa del pasado que se vivió y que es irrepetible.
Siempre hay una carta, un dibujo, una foto amarillenta de antepasados, siempre hay algo que nos toca el alma. Hace unos años me topé con una historia que de niña me gustaba repetir y que me la repitieran, mi capacidad de asombro estaba intacta y sentía que era la historia más triste y más linda que se pudiera escribir, era ‘Genoveva de Brabante’, leyenda alemana, o tal vez realidad que muchas veces se vuelve leyenda. Genoveva fue calumniada y condenada a vivir en una cueva en la que era alimentada ella y su hijo con la leche de una corsa… y sigue la historia que me conmovió hasta las lágrimas.
Bien, ese reencuentro con elementales historias del pasado me ha llevado a la relectura de obras interesantes, obras cimeras de la literatura universal, acabo de releer Guerra y Paz de León Tolstoi y sentí la delicia de encontrar datos, pasajes, metáforas, descripciones, que en la juventud leí, pero ahora la valoración de ese genio de las letras se agiganta.
Releer aplaca la nostalgia por lo que se descubrió en las letras que un día, un iluminado, escribió para el mundo, se siente un retazo de juventud y es como si descubriéramos de nuevo un mundo por el que transitamos quizás a la carrera, por lo afanes de la juventud, ahora lo hacemos con pasos lentos, los que nos permite el otoño, y así volvemos por los viejos senderos que nos trazaron y se quedaron refundidos en el rincón de los afectos.
Releer, por citar unos pocos, a Dumas y su ‘Dama de las Camelias’, a Isaac y su ‘María’ infinita; a Faulkner que deslumbra son su ‘Luz de Agosto’, a Steinbeck y de su mano conocer el ‘Este del Paraíso’, a García Márquez y correr con Eréndira por las costas ardientes de La Guajira con el cinturón de oro y piedras preciosas, que fue de la desalmada abuela; y más y más, son recorridos mundiales, que desafían al cosmos, iluminan como estrellas o se hunden en la tierra para germinar de nuevo con el frescor de las letras brillantes que deslumbran nuestros cansados ojos.
Releer es grato, es volver, por un rato, a lo que fuimos, pensamos y sentimos cuando tomamos una historia entre las manos y la hicimos nuestra, es una comunión nueva con uno de los placeres sublimes de los que podemos gozar sin miedos ni ataduras, leer y releer es mi recomendación para los que como yo hemos emprendido el viaje a Ítaca de la mano de Ulises.
NOTICA: Al amigo Orlando Cantillo, a su señora y familia mis condolencias por la muerte de su amada hija, hago su dolor también mío y deseo paz a su alma.
A veces se siente nostalgia por los libros que una vez se leyeron, especialmente en la juventud, y no los buscamos por miedo a encontrar que la historia quizás no es cómo la conocimos en esa primera lectura, y nos perdemos del placer de releer, que es como abrir un viejo arcón y encontrar en […]
A veces se siente nostalgia por los libros que una vez se leyeron, especialmente en la juventud, y no los buscamos por miedo a encontrar que la historia quizás no es cómo la conocimos en esa primera lectura, y nos perdemos del placer de releer, que es como abrir un viejo arcón y encontrar en él los recuerdos que se fueron acumulando y quedaron calladitos en un rincón de un cuarto olvidado. Eso del arcón o del baúl no es de tiempos remotos, en cada casa hay un escondrijo, una caja, un cofre, arrumado con una carga poderosa del pasado que se vivió y que es irrepetible.
Siempre hay una carta, un dibujo, una foto amarillenta de antepasados, siempre hay algo que nos toca el alma. Hace unos años me topé con una historia que de niña me gustaba repetir y que me la repitieran, mi capacidad de asombro estaba intacta y sentía que era la historia más triste y más linda que se pudiera escribir, era ‘Genoveva de Brabante’, leyenda alemana, o tal vez realidad que muchas veces se vuelve leyenda. Genoveva fue calumniada y condenada a vivir en una cueva en la que era alimentada ella y su hijo con la leche de una corsa… y sigue la historia que me conmovió hasta las lágrimas.
Bien, ese reencuentro con elementales historias del pasado me ha llevado a la relectura de obras interesantes, obras cimeras de la literatura universal, acabo de releer Guerra y Paz de León Tolstoi y sentí la delicia de encontrar datos, pasajes, metáforas, descripciones, que en la juventud leí, pero ahora la valoración de ese genio de las letras se agiganta.
Releer aplaca la nostalgia por lo que se descubrió en las letras que un día, un iluminado, escribió para el mundo, se siente un retazo de juventud y es como si descubriéramos de nuevo un mundo por el que transitamos quizás a la carrera, por lo afanes de la juventud, ahora lo hacemos con pasos lentos, los que nos permite el otoño, y así volvemos por los viejos senderos que nos trazaron y se quedaron refundidos en el rincón de los afectos.
Releer, por citar unos pocos, a Dumas y su ‘Dama de las Camelias’, a Isaac y su ‘María’ infinita; a Faulkner que deslumbra son su ‘Luz de Agosto’, a Steinbeck y de su mano conocer el ‘Este del Paraíso’, a García Márquez y correr con Eréndira por las costas ardientes de La Guajira con el cinturón de oro y piedras preciosas, que fue de la desalmada abuela; y más y más, son recorridos mundiales, que desafían al cosmos, iluminan como estrellas o se hunden en la tierra para germinar de nuevo con el frescor de las letras brillantes que deslumbran nuestros cansados ojos.
Releer es grato, es volver, por un rato, a lo que fuimos, pensamos y sentimos cuando tomamos una historia entre las manos y la hicimos nuestra, es una comunión nueva con uno de los placeres sublimes de los que podemos gozar sin miedos ni ataduras, leer y releer es mi recomendación para los que como yo hemos emprendido el viaje a Ítaca de la mano de Ulises.
NOTICA: Al amigo Orlando Cantillo, a su señora y familia mis condolencias por la muerte de su amada hija, hago su dolor también mío y deseo paz a su alma.