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Columnista - 2 septiembre, 2022

Refugiados en Dios

“Sé para mí una roca de refugio adonde recurra yo continuamente”. Salmos 71,3

Hay un sitio de refugio para las tormentas de la vida. Ellas, inexorablemente nos alcanzarán, pero hay donde refugiarse. Hay un lugar donde Dios protege a sus amados: El santuario de su presencia. 

Este es un lugar de refugio, de asilo, de inmunidad, más allá de las circunstancias; un santuario para el alma abatida y cansada por las pruebas y la adversidad, un lugar de inmunidad del acoso constante del enemigo. Cuando David, el rey, estaba en el desierto de Judá, huyendo del rey Saúl, para salvar su vida, estaba totalmente aislado, un fugitivo político que se escondía en el desierto y no tenía acceso al lugar donde residía el Arca. Por eso tuvo que aprender a refugiarse en Dios, descubrir la comunión con Dios como el refugio del torbellino de emociones y problemas que bombardeaban su alma. 

Allí en ese refugio secreto podía ventilar sus ansiosos pensamientos, podía ser renovado en el amor de Dios, podía tranquilizarse en la confianza de su protección. Allí era sanado de las heridas por el rechazo de los hombres. Allí renovaba sus fuerzas para la jornada diaria. Allí estaba a salvo. 

El refugio es un lugar de reposo y paz. Mientras todo alrededor es tempestad, allí experimentamos quietud y descanso. Los salmos describen terrores nocturnos, flechas que vuelan de día, pestilencia que camina en oscuridad y destrucción que arrasa al mediodía. Pero, el Señor ha prometido estar presente en medio de la tribulación y traerá liberación. 

Muchas personas se ofenden por el aumento de la batalla que encuentran cuando deciden entrar al refugio del Señor e incluso rechazan la aparente pasividad y actitud de espera y confianza que se desarrolla en el refugio. Pero, no es una espera pasiva, sino activa en la intimidad con Dios a través de la oración, la confesión, adoración, súplica y la alabanza. Es dar lugar a Dios para que intervenga en nuestras circunstancias y traiga su paz y consuelo a nuestras almas atribuladas y gastadas por el diario caminar. Es descubrir que, aunque nuestros cuerpos puedan estar afligidos con el creciente hostigamiento, el espíritu encuentra un lugar de protección e intimidad bajo la sombra del Omnipotente. 

Amados amigos lectores: Cuando los vientos se arremolinen sobre tu cabeza, ¡Corre al Señor! ¡Huye al refugio! Busca refugio en Dios y corre a su amparo, navega como a un puerto seguro. Si aceptamos que Dios es nuestro refugio, huyamos hacia él para decirle: ¡Señor, socórreme, escóndeme! “Sé tú mí roca de refugio adonde pueda yo siempre acudir”. ¡Sé tú mi roca de seguridad, donde siempre pueda esconderme! Abrazos y bendiciones en Cristo.

Columnista
2 septiembre, 2022

Refugiados en Dios

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Sé para mí una roca de refugio adonde recurra yo continuamente”. Salmos 71,3


Hay un sitio de refugio para las tormentas de la vida. Ellas, inexorablemente nos alcanzarán, pero hay donde refugiarse. Hay un lugar donde Dios protege a sus amados: El santuario de su presencia. 

Este es un lugar de refugio, de asilo, de inmunidad, más allá de las circunstancias; un santuario para el alma abatida y cansada por las pruebas y la adversidad, un lugar de inmunidad del acoso constante del enemigo. Cuando David, el rey, estaba en el desierto de Judá, huyendo del rey Saúl, para salvar su vida, estaba totalmente aislado, un fugitivo político que se escondía en el desierto y no tenía acceso al lugar donde residía el Arca. Por eso tuvo que aprender a refugiarse en Dios, descubrir la comunión con Dios como el refugio del torbellino de emociones y problemas que bombardeaban su alma. 

Allí en ese refugio secreto podía ventilar sus ansiosos pensamientos, podía ser renovado en el amor de Dios, podía tranquilizarse en la confianza de su protección. Allí era sanado de las heridas por el rechazo de los hombres. Allí renovaba sus fuerzas para la jornada diaria. Allí estaba a salvo. 

El refugio es un lugar de reposo y paz. Mientras todo alrededor es tempestad, allí experimentamos quietud y descanso. Los salmos describen terrores nocturnos, flechas que vuelan de día, pestilencia que camina en oscuridad y destrucción que arrasa al mediodía. Pero, el Señor ha prometido estar presente en medio de la tribulación y traerá liberación. 

Muchas personas se ofenden por el aumento de la batalla que encuentran cuando deciden entrar al refugio del Señor e incluso rechazan la aparente pasividad y actitud de espera y confianza que se desarrolla en el refugio. Pero, no es una espera pasiva, sino activa en la intimidad con Dios a través de la oración, la confesión, adoración, súplica y la alabanza. Es dar lugar a Dios para que intervenga en nuestras circunstancias y traiga su paz y consuelo a nuestras almas atribuladas y gastadas por el diario caminar. Es descubrir que, aunque nuestros cuerpos puedan estar afligidos con el creciente hostigamiento, el espíritu encuentra un lugar de protección e intimidad bajo la sombra del Omnipotente. 

Amados amigos lectores: Cuando los vientos se arremolinen sobre tu cabeza, ¡Corre al Señor! ¡Huye al refugio! Busca refugio en Dios y corre a su amparo, navega como a un puerto seguro. Si aceptamos que Dios es nuestro refugio, huyamos hacia él para decirle: ¡Señor, socórreme, escóndeme! “Sé tú mí roca de refugio adonde pueda yo siempre acudir”. ¡Sé tú mi roca de seguridad, donde siempre pueda esconderme! Abrazos y bendiciones en Cristo.