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Columnista - 4 septiembre, 2017

Recordando a un maestro memorable

El próximo 12 de septiembre se conmemora el décimo cuarto aniversario de la muerte César Pompeyo Mendoza Hinojosa. Memorable maestro, desde muy temprana edad el ala de su padre se abraza con la suya y lo inicia por las ramas frondosas de la lectura y de pronto comienza a volar por el cielo de la […]

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El próximo 12 de septiembre se conmemora el décimo cuarto aniversario de la muerte César Pompeyo Mendoza Hinojosa. Memorable maestro, desde muy temprana edad el ala de su padre se abraza con la suya y lo inicia por las ramas frondosas de la lectura y de pronto comienza a volar por el cielo de la pedagogía, la historia y la literatura. Por eso es factible afirmar que todos y cada uno de nosotros somo ángeles de una sola ala y únicamente podemos volar abrazándonos los unos a los otros.

Su primera instancia terrenal fue La Sierrita, bello remanso guajiro, ‘paraíso de la fe’ como le llamara el sacerdote Francisco de Orihuela; allí Juvenal Mendoza y Antonia Hinojosa le conceden el milagro de la vida. También son primaveras de su infancia los verdes caminos de Patillal, la tradición milenaria de la cultura Kankuama de Atánquez y el edén de las flores amarillas de los cañaguates en Valledupar.

Fue fiel al precepto pedagógico: “conoce tu aldea y serás universal”. César Pompeyo conocía como la palma de su mano la geografía, el pensamiento y la cultura popular de nuestros pueblos; pero también hablaba de las tradiciones, leyendas y personajes de la historia y cultura internacional. Estas virtudes lo convierten en un hombre universal, adelantado en el tiempo.

Conocía como Teseo (personaje de la mitología griega), los secretos para entrar al laberinto y encontrar el hilo del regreso. Por este gran maestro nunca perdía el rastro a sus alumnos, en cada pueblo donde vivía uno de ellos, el día menos pensado iba a visitarlo. No era extraño verlo en Becerril con el historiador Tomás Darío Gutiérrez, unos de sus alumnos destacados, hablando de la extinción de los indígenas Yucos; en Valencia conversando con William Rosado del origen de las fiestas de nazarenos; en Mariangola, con los hijos de la maestra Juana de Atuesta, trazando la ruta de los conquistadores por el imperio Chimila; verlo en Patillal dibujando las travesías que anduvo con su padre en anca del caballo; en Atánquez conversando de los primeros cafetales del viejo Mindiola, de la música del primer acordeonero vallenato, José León Carrillo, y de los cantos de Alberto Fernández; pero otro día estaba en Bogotá, en Cali o en cualquier capital de América Latina invitado para hablar de pedagogía y alternativas de desarrollo humano.

Al maestro César Pompeyo, cuando era su alumno, le manifesté mi admiración por sus dones de sabiduría. Y muchas años después, al iniciar mi carrera docente, siempre lo tuve de tutor, de maestro y de amigo. A él le debo mucho en mi experiencia docente y en mi trabajo literario. Estuvo muy cerca acompañándome en recitales, en presentaciones de libros y en jornadas académicas.

Con su visión didáctica, fortaleció lo que mis padres me habían enseñado: el respeto y la gratitud. Compartí varias lecturas, entre ellas de José Martí y nos impactó esta hondura poética: “El sol alumbra con la misma luz que quema, los agradecidos hablan de la luz, los resentidos hablan de las quemaduras”. O esta máxima del maestro Leandro Diaz: “yo sólo canto, después que logro pensar”.

En mi alma hay un jardín de gratitud por este gran maestro, gran amigo, gran ciudadano universal, que vivo abrazado a alas de sus padres, de su esposa Lily Vargas, de sus hijos, de sus hermanos y de todos los suyos para volar siempre con seguridad y honestidad entre nosotros.

Por José Atuesta Mindiola

 

 

 

Columnista
4 septiembre, 2017

Recordando a un maestro memorable

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

El próximo 12 de septiembre se conmemora el décimo cuarto aniversario de la muerte César Pompeyo Mendoza Hinojosa. Memorable maestro, desde muy temprana edad el ala de su padre se abraza con la suya y lo inicia por las ramas frondosas de la lectura y de pronto comienza a volar por el cielo de la […]


El próximo 12 de septiembre se conmemora el décimo cuarto aniversario de la muerte César Pompeyo Mendoza Hinojosa. Memorable maestro, desde muy temprana edad el ala de su padre se abraza con la suya y lo inicia por las ramas frondosas de la lectura y de pronto comienza a volar por el cielo de la pedagogía, la historia y la literatura. Por eso es factible afirmar que todos y cada uno de nosotros somo ángeles de una sola ala y únicamente podemos volar abrazándonos los unos a los otros.

Su primera instancia terrenal fue La Sierrita, bello remanso guajiro, ‘paraíso de la fe’ como le llamara el sacerdote Francisco de Orihuela; allí Juvenal Mendoza y Antonia Hinojosa le conceden el milagro de la vida. También son primaveras de su infancia los verdes caminos de Patillal, la tradición milenaria de la cultura Kankuama de Atánquez y el edén de las flores amarillas de los cañaguates en Valledupar.

Fue fiel al precepto pedagógico: “conoce tu aldea y serás universal”. César Pompeyo conocía como la palma de su mano la geografía, el pensamiento y la cultura popular de nuestros pueblos; pero también hablaba de las tradiciones, leyendas y personajes de la historia y cultura internacional. Estas virtudes lo convierten en un hombre universal, adelantado en el tiempo.

Conocía como Teseo (personaje de la mitología griega), los secretos para entrar al laberinto y encontrar el hilo del regreso. Por este gran maestro nunca perdía el rastro a sus alumnos, en cada pueblo donde vivía uno de ellos, el día menos pensado iba a visitarlo. No era extraño verlo en Becerril con el historiador Tomás Darío Gutiérrez, unos de sus alumnos destacados, hablando de la extinción de los indígenas Yucos; en Valencia conversando con William Rosado del origen de las fiestas de nazarenos; en Mariangola, con los hijos de la maestra Juana de Atuesta, trazando la ruta de los conquistadores por el imperio Chimila; verlo en Patillal dibujando las travesías que anduvo con su padre en anca del caballo; en Atánquez conversando de los primeros cafetales del viejo Mindiola, de la música del primer acordeonero vallenato, José León Carrillo, y de los cantos de Alberto Fernández; pero otro día estaba en Bogotá, en Cali o en cualquier capital de América Latina invitado para hablar de pedagogía y alternativas de desarrollo humano.

Al maestro César Pompeyo, cuando era su alumno, le manifesté mi admiración por sus dones de sabiduría. Y muchas años después, al iniciar mi carrera docente, siempre lo tuve de tutor, de maestro y de amigo. A él le debo mucho en mi experiencia docente y en mi trabajo literario. Estuvo muy cerca acompañándome en recitales, en presentaciones de libros y en jornadas académicas.

Con su visión didáctica, fortaleció lo que mis padres me habían enseñado: el respeto y la gratitud. Compartí varias lecturas, entre ellas de José Martí y nos impactó esta hondura poética: “El sol alumbra con la misma luz que quema, los agradecidos hablan de la luz, los resentidos hablan de las quemaduras”. O esta máxima del maestro Leandro Diaz: “yo sólo canto, después que logro pensar”.

En mi alma hay un jardín de gratitud por este gran maestro, gran amigo, gran ciudadano universal, que vivo abrazado a alas de sus padres, de su esposa Lily Vargas, de sus hijos, de sus hermanos y de todos los suyos para volar siempre con seguridad y honestidad entre nosotros.

Por José Atuesta Mindiola