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Columnista - 22 diciembre, 2018

Reconcíliate con todo el mundo

Esta semana viví una de la experiencias más cargada de emociones y enseñanzas que he experimentado en mi vida, alegría, tristeza, sorpresa, felicidad, compasión, miedo, estrés, impotencia, todo esto lo pude vivir en tan solo en un par de horas, y todo debido a la sabia decisión de un grupo de amigos de rodear y […]

Esta semana viví una de la experiencias más cargada de emociones y enseñanzas que he experimentado en mi vida, alegría, tristeza, sorpresa, felicidad, compasión, miedo, estrés, impotencia, todo esto lo pude vivir en tan solo en un par de horas, y todo debido a la sabia decisión de un grupo de amigos de rodear y apoyar la idea de un amigo muy especial, quien tuvo la iniciativa de recoger una cuota para regalarles una cena digna a un grupo de venezolanos. A mí me correspondió el “honor” de preparar dichos alimentos, y ese día también pude comprobar ese sabio refrán que reza: “Al que madruga Dios lo ayuda”, pues ese día tomé la acertada decisión de irme al mercado a comprar los insumos necesarios para hacer una comida y así rendir la plática, como en efecto ocurrió. Además que todo lo hice muy rápido. El menú escogido fue un arroz con pollo, acompañado con pan de molde y una aguaepanela con limón, bien helada. Ese día dos amigas, Patricia y Beatriz, una empleada de mi mamá y la otra ex-empleada, quienes con sus manos benditas fueron las encargadas de ayudarme en la preparación del arroz y a quienes les agradezco su disposición. No les voy a negar que sentí algo de miedo al principio, pues son tantos los venezolanos que deambulan por el sector del terminal, que incluso me dio temor que se fuese a formar una asonada, cuando no pudiéramos darle alimentos a todos lo presentes, quienes en realidad son muchos y como ocurre en todas partes hay gente de todo tipo, algunos muy decentes, otros no tanto, y obviamente no faltan los avivatos. Me conmovió a sobremanera ver a esas pobres familias, tiradas en las aceras, durmiendo a la intemperie, con una tristeza evidente en sus miradas y en su andar, una angustia que contagia. Por eso ese día mi mejor paga fue el brillo momentáneo por ese fugaz rato en que creo que sintieron que aun hay gente buena, y aún quedan esperanzas. Estuvimos visitando y repartiendo alimentos en urgencias del Hospital Rosario Pumarejo, en donde había varios, algunos solos otros con sus familiares, en las afueras de la Clínica Valledupar, también había una decena durmiendo en la terraza en frente del antiguo teatro Avenida, también varias familias, principalmente mujeres y niños, de allí inmediatamente pasamos al sector del terminal, en donde entre venezolanos y por otro lado indígenas Yukpas, calculo que hay más de 2.000 personas, adultos y niños. Allí es impresionante verlos apostados en la avenida Simón Bolívar y por toda la calle 44, sin rumbo, esperando que la gente les ayude con ropa y alimentos o a conseguir un trabajo.

De allí nos trasladamos al frente del semáforo del centro comercial Mayales Plaza, en donde al menos hay unos 15, limpiando vidrios, la mayoría jóvenes, lo que más me sorprende es que varias de las muchachitas están embarazadas. Es desconcertante lo que está ocurriendo, y la verdad no se sabe que pueda pasar, ya el problema no es solo para los países vecinos de Venezuela, sino para todos los países de América, el éxodo de venezolanos, se convirtió en un problema continental. En esta época del año, en donde la felicidad está a flor de piel y un ambiente festivo reina en el ambiente, es el mejor momento para compartir con aquellos que nada tienen y reconciliarnos con todas las personas con quien hayamos tenido alguna diferencia, es tiempo de compartir y hacer obras. No necesariamente se necesita hacer grandes gastos para dar un poquito de felicidad, eso Dios lo premia.

Por Julio Mario Celedón 

Columnista
22 diciembre, 2018

Reconcíliate con todo el mundo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Julio Mario Celedon

Esta semana viví una de la experiencias más cargada de emociones y enseñanzas que he experimentado en mi vida, alegría, tristeza, sorpresa, felicidad, compasión, miedo, estrés, impotencia, todo esto lo pude vivir en tan solo en un par de horas, y todo debido a la sabia decisión de un grupo de amigos de rodear y […]


Esta semana viví una de la experiencias más cargada de emociones y enseñanzas que he experimentado en mi vida, alegría, tristeza, sorpresa, felicidad, compasión, miedo, estrés, impotencia, todo esto lo pude vivir en tan solo en un par de horas, y todo debido a la sabia decisión de un grupo de amigos de rodear y apoyar la idea de un amigo muy especial, quien tuvo la iniciativa de recoger una cuota para regalarles una cena digna a un grupo de venezolanos. A mí me correspondió el “honor” de preparar dichos alimentos, y ese día también pude comprobar ese sabio refrán que reza: “Al que madruga Dios lo ayuda”, pues ese día tomé la acertada decisión de irme al mercado a comprar los insumos necesarios para hacer una comida y así rendir la plática, como en efecto ocurrió. Además que todo lo hice muy rápido. El menú escogido fue un arroz con pollo, acompañado con pan de molde y una aguaepanela con limón, bien helada. Ese día dos amigas, Patricia y Beatriz, una empleada de mi mamá y la otra ex-empleada, quienes con sus manos benditas fueron las encargadas de ayudarme en la preparación del arroz y a quienes les agradezco su disposición. No les voy a negar que sentí algo de miedo al principio, pues son tantos los venezolanos que deambulan por el sector del terminal, que incluso me dio temor que se fuese a formar una asonada, cuando no pudiéramos darle alimentos a todos lo presentes, quienes en realidad son muchos y como ocurre en todas partes hay gente de todo tipo, algunos muy decentes, otros no tanto, y obviamente no faltan los avivatos. Me conmovió a sobremanera ver a esas pobres familias, tiradas en las aceras, durmiendo a la intemperie, con una tristeza evidente en sus miradas y en su andar, una angustia que contagia. Por eso ese día mi mejor paga fue el brillo momentáneo por ese fugaz rato en que creo que sintieron que aun hay gente buena, y aún quedan esperanzas. Estuvimos visitando y repartiendo alimentos en urgencias del Hospital Rosario Pumarejo, en donde había varios, algunos solos otros con sus familiares, en las afueras de la Clínica Valledupar, también había una decena durmiendo en la terraza en frente del antiguo teatro Avenida, también varias familias, principalmente mujeres y niños, de allí inmediatamente pasamos al sector del terminal, en donde entre venezolanos y por otro lado indígenas Yukpas, calculo que hay más de 2.000 personas, adultos y niños. Allí es impresionante verlos apostados en la avenida Simón Bolívar y por toda la calle 44, sin rumbo, esperando que la gente les ayude con ropa y alimentos o a conseguir un trabajo.

De allí nos trasladamos al frente del semáforo del centro comercial Mayales Plaza, en donde al menos hay unos 15, limpiando vidrios, la mayoría jóvenes, lo que más me sorprende es que varias de las muchachitas están embarazadas. Es desconcertante lo que está ocurriendo, y la verdad no se sabe que pueda pasar, ya el problema no es solo para los países vecinos de Venezuela, sino para todos los países de América, el éxodo de venezolanos, se convirtió en un problema continental. En esta época del año, en donde la felicidad está a flor de piel y un ambiente festivo reina en el ambiente, es el mejor momento para compartir con aquellos que nada tienen y reconciliarnos con todas las personas con quien hayamos tenido alguna diferencia, es tiempo de compartir y hacer obras. No necesariamente se necesita hacer grandes gastos para dar un poquito de felicidad, eso Dios lo premia.

Por Julio Mario Celedón