“El que dice lo que quiere le toca escuchar lo que no quiere, son cosas de las leyes de la vida”. Este fragmento es de la canción ‘Por jugar al amor’, de Marciano Martínez, compositor de música vallenata. Nos pone de manifiesto un escenario en el que la vida se encarga de estrellarnos con una […]
“El que dice lo que quiere le toca escuchar lo que no quiere, son cosas de las leyes de la vida”. Este fragmento es de la canción ‘Por jugar al amor’, de Marciano Martínez, compositor de música vallenata. Nos pone de manifiesto un escenario en el que la vida se encarga de estrellarnos con una verdad en ocasiones cruel.
La historia nos cuenta procesos de reconciliación que son transcendentales y que nos obligan a darle pinceladas de amor a hechos que se desdibujan en el anonimato.
La reconciliación en Colombia es invisible. Camina de la mano de personas nobles, de seres humanos maravillosos que deambulan entre el dolor y el mal, pero se reponen y se brindan la oportunidad de salir adelante y llenar su corazón de amor. Son pocos, la verdad.
He conocido historias de estas, personas que nos dan ejemplo con su trabajo y nos dejan lecciones de vida, que se esmeran por dar la mano y con su actitud son inspiradoras.
En Colombia hemos vivido una guerra fratricida, alimentada por el odio de unos pocos cuyo único afán es volverse ricos y disfrutar una vida vana y llena de lujos; sin importar llevarse por delante a quien sea.
Recuerdo en mi tránsito por el programa de reintegración, una historia que me marcó profundamente. Se comenzó a trabajar con dos grupos de mujeres: uno conformado por víctimas de la guerra y el otro por victimarias; en cada grupo se instó por llevar un mensaje de reconciliación y perdón.
Al final del ejercicio la idea era encontrarlas en un punto en donde, desde su corazón, se pudieran dar un abrazo como símbolo de paz y perdón y, además, de reconstrucción de ese tejido social ya bastante afectado.
Lágrimas y abrazos sellaron ese primer encuentro, desde luego no tan fácil de lograr. Encontrarte con alguien que mató a tus padres, a tu hijo o hermano y que desde tu corazón el mensaje fuera “reconcíliate, perdona, ama… olvida”. Nada fácil el panorama.
Se logró este primer ejercicio y desde allí trasegar por todo el departamento llevando ese mensaje de reconciliación a niños, jóvenes y adultos de todos los sectores: estudiantes, amas de casa, profesionales, etc.
Justamente en Aguachica, en un escenario lleno de invitados, se vivió un acto en donde un excombatiente expresaba que ellos estaban sufriendo por los señalamientos y la falta de oportunidades de trabajo para subsistir y llevar alimento a sus hijos; demostrar su verdadero arrepentimiento.
Sentían en su frente, decía, el rotulo de bandidos y peligrosos; muy triste y con llanto en sus ojos reclamaba un perdón verdadero.
Allí, una niña de escasos trece añitos se levantó y le pidió al exparamilitar que le permitiera darle un abrazo, que a ella en su casa su papá le había enseñado a perdonar, y que en su corazón no podía alimentar odios, cuando lo que se requiere en este país de divisiones y desamor es perdón puro.
En medio de un atronador aplauso y de muchas lágrimas en los presentes, recibimos la lección más hermosa de reconciliación y perdón gestada por esa niña de valor. Reconciliación… un acto de fe y amor verdadero, que tanta falta hace en este país. Sólo Eso.
“El que dice lo que quiere le toca escuchar lo que no quiere, son cosas de las leyes de la vida”. Este fragmento es de la canción ‘Por jugar al amor’, de Marciano Martínez, compositor de música vallenata. Nos pone de manifiesto un escenario en el que la vida se encarga de estrellarnos con una […]
“El que dice lo que quiere le toca escuchar lo que no quiere, son cosas de las leyes de la vida”. Este fragmento es de la canción ‘Por jugar al amor’, de Marciano Martínez, compositor de música vallenata. Nos pone de manifiesto un escenario en el que la vida se encarga de estrellarnos con una verdad en ocasiones cruel.
La historia nos cuenta procesos de reconciliación que son transcendentales y que nos obligan a darle pinceladas de amor a hechos que se desdibujan en el anonimato.
La reconciliación en Colombia es invisible. Camina de la mano de personas nobles, de seres humanos maravillosos que deambulan entre el dolor y el mal, pero se reponen y se brindan la oportunidad de salir adelante y llenar su corazón de amor. Son pocos, la verdad.
He conocido historias de estas, personas que nos dan ejemplo con su trabajo y nos dejan lecciones de vida, que se esmeran por dar la mano y con su actitud son inspiradoras.
En Colombia hemos vivido una guerra fratricida, alimentada por el odio de unos pocos cuyo único afán es volverse ricos y disfrutar una vida vana y llena de lujos; sin importar llevarse por delante a quien sea.
Recuerdo en mi tránsito por el programa de reintegración, una historia que me marcó profundamente. Se comenzó a trabajar con dos grupos de mujeres: uno conformado por víctimas de la guerra y el otro por victimarias; en cada grupo se instó por llevar un mensaje de reconciliación y perdón.
Al final del ejercicio la idea era encontrarlas en un punto en donde, desde su corazón, se pudieran dar un abrazo como símbolo de paz y perdón y, además, de reconstrucción de ese tejido social ya bastante afectado.
Lágrimas y abrazos sellaron ese primer encuentro, desde luego no tan fácil de lograr. Encontrarte con alguien que mató a tus padres, a tu hijo o hermano y que desde tu corazón el mensaje fuera “reconcíliate, perdona, ama… olvida”. Nada fácil el panorama.
Se logró este primer ejercicio y desde allí trasegar por todo el departamento llevando ese mensaje de reconciliación a niños, jóvenes y adultos de todos los sectores: estudiantes, amas de casa, profesionales, etc.
Justamente en Aguachica, en un escenario lleno de invitados, se vivió un acto en donde un excombatiente expresaba que ellos estaban sufriendo por los señalamientos y la falta de oportunidades de trabajo para subsistir y llevar alimento a sus hijos; demostrar su verdadero arrepentimiento.
Sentían en su frente, decía, el rotulo de bandidos y peligrosos; muy triste y con llanto en sus ojos reclamaba un perdón verdadero.
Allí, una niña de escasos trece añitos se levantó y le pidió al exparamilitar que le permitiera darle un abrazo, que a ella en su casa su papá le había enseñado a perdonar, y que en su corazón no podía alimentar odios, cuando lo que se requiere en este país de divisiones y desamor es perdón puro.
En medio de un atronador aplauso y de muchas lágrimas en los presentes, recibimos la lección más hermosa de reconciliación y perdón gestada por esa niña de valor. Reconciliación… un acto de fe y amor verdadero, que tanta falta hace en este país. Sólo Eso.