Me refiero a las raíces comunes del norte del departamento del Cesar y La Guajira. El nombre histórico que nos hermana es el de Provincias de Valledupar y Padilla (La Guajira). Las relaciones provienen de lejos, con el desembarco de hombres europeos en los improvisados puertos marítimos guajiros y su reproducción biológica con nuestras etnias […]
Me refiero a las raíces comunes del norte del departamento del Cesar y La Guajira. El nombre histórico que nos hermana es el de Provincias de Valledupar y Padilla (La Guajira).
Las relaciones provienen de lejos, con el desembarco de hombres europeos en los improvisados puertos marítimos guajiros y su reproducción biológica con nuestras etnias nativas.
Comenzamos a tener vida comercial con las islas de Curazao y Aruba, a través del mar Caribe, y con Venezuela, por carreteras y trochas. Vendíamos ganados y bastimentos, café y harinas, y comprábamos ajuares caseros, cigarrillos y licores. Tal intercambio ahora está muy mermado, pero sobrevive, y alguna vez se reincorporará con fuerza.
Un día, en tiempos diferentes, ambos territorios se separaron de Santa Marta y su mar, pero las nombradas provincias continuaron unidas entre sí, con su propio mar, que circunda la península y que los cesarenses debemos considerar nuestro propio mar, mare nostrum.
En definitiva somos los mismos, asentados sobre una superficie de terrenos ricos, irrigados por generosas corrientes de agua provenientes de las sierras Nevada y Perijá, y cuyos subsuelos son prósperos en variados minerales, y en más agua guardada en su seno. Somos privilegiados por la naturaleza.
Hemos progresado más económicamente que en educación y formación humana, valores que necesitamos para enaltecer y hacer más equitativa nuestra convivencia, cuyo futuro integral hemos de conquistar.
Las generaciones presentes heredamos de las antecesoras un capolavoro, una obra maestra, en las diferentes actividades del quehacer humano, que hemos estado acrecentando; pero a mi entender, ahora nos encontramos en un punto de desarrollo material y cultural en el que necesitamos un relevo generacional; hemos puesto las piedras angulares, pero es necesario terminar el edificio.
La otra noche, conversando con un grupo de amigos, quienes nos reunimos frecuentemente, le solicité el favor a Rodolfo Campo Soto, cuidadoso observador de nuestra dinámica realidad social y propulsor de la misma, que se encargue de hacer un listado de jóvenes cesarenses y guajiros, estén donde estén, en Colombia o en el exterior, laborando en el sector público o en la empresa privada, a quienes hemos educado y formado científica y tecnológicamente, y son sobresalientes en sus respectivas áreas del conocimiento, con la finalidad de conocerlos mejor y rogarles que filantrópicamente aporten sus talentos intelectuales en diagnósticos y recomendaciones que contribuyan a un más moderno desarrollo integral de nuestro territorio común.
Hay que encontrar la fórmula para que su consejería sea acatada por los ejecutores respectivos. Esos jóvenes, a quienes con esfuerzos mancomunados de sus padres y de la sociedad hemos deparado conocimientos de alto valor científico y tecnológico, están moralmente obligados a retornar con creces, al Cesar y a La Guajira, los inestimables beneficios intelectuales que hoy día favorecen sus vidas y las de sus familias. Desde los montes de Pueblo Bello.
Me refiero a las raíces comunes del norte del departamento del Cesar y La Guajira. El nombre histórico que nos hermana es el de Provincias de Valledupar y Padilla (La Guajira). Las relaciones provienen de lejos, con el desembarco de hombres europeos en los improvisados puertos marítimos guajiros y su reproducción biológica con nuestras etnias […]
Me refiero a las raíces comunes del norte del departamento del Cesar y La Guajira. El nombre histórico que nos hermana es el de Provincias de Valledupar y Padilla (La Guajira).
Las relaciones provienen de lejos, con el desembarco de hombres europeos en los improvisados puertos marítimos guajiros y su reproducción biológica con nuestras etnias nativas.
Comenzamos a tener vida comercial con las islas de Curazao y Aruba, a través del mar Caribe, y con Venezuela, por carreteras y trochas. Vendíamos ganados y bastimentos, café y harinas, y comprábamos ajuares caseros, cigarrillos y licores. Tal intercambio ahora está muy mermado, pero sobrevive, y alguna vez se reincorporará con fuerza.
Un día, en tiempos diferentes, ambos territorios se separaron de Santa Marta y su mar, pero las nombradas provincias continuaron unidas entre sí, con su propio mar, que circunda la península y que los cesarenses debemos considerar nuestro propio mar, mare nostrum.
En definitiva somos los mismos, asentados sobre una superficie de terrenos ricos, irrigados por generosas corrientes de agua provenientes de las sierras Nevada y Perijá, y cuyos subsuelos son prósperos en variados minerales, y en más agua guardada en su seno. Somos privilegiados por la naturaleza.
Hemos progresado más económicamente que en educación y formación humana, valores que necesitamos para enaltecer y hacer más equitativa nuestra convivencia, cuyo futuro integral hemos de conquistar.
Las generaciones presentes heredamos de las antecesoras un capolavoro, una obra maestra, en las diferentes actividades del quehacer humano, que hemos estado acrecentando; pero a mi entender, ahora nos encontramos en un punto de desarrollo material y cultural en el que necesitamos un relevo generacional; hemos puesto las piedras angulares, pero es necesario terminar el edificio.
La otra noche, conversando con un grupo de amigos, quienes nos reunimos frecuentemente, le solicité el favor a Rodolfo Campo Soto, cuidadoso observador de nuestra dinámica realidad social y propulsor de la misma, que se encargue de hacer un listado de jóvenes cesarenses y guajiros, estén donde estén, en Colombia o en el exterior, laborando en el sector público o en la empresa privada, a quienes hemos educado y formado científica y tecnológicamente, y son sobresalientes en sus respectivas áreas del conocimiento, con la finalidad de conocerlos mejor y rogarles que filantrópicamente aporten sus talentos intelectuales en diagnósticos y recomendaciones que contribuyan a un más moderno desarrollo integral de nuestro territorio común.
Hay que encontrar la fórmula para que su consejería sea acatada por los ejecutores respectivos. Esos jóvenes, a quienes con esfuerzos mancomunados de sus padres y de la sociedad hemos deparado conocimientos de alto valor científico y tecnológico, están moralmente obligados a retornar con creces, al Cesar y a La Guajira, los inestimables beneficios intelectuales que hoy día favorecen sus vidas y las de sus familias. Desde los montes de Pueblo Bello.