Las bases primigenias de nuestra tradición musical están edificadas sobre la oralidad. Podríamos decir que desde la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera mitad del siglo veinte, la característica principal de nuestra región fue la de una sociedad ágrafa, obviamente en donde sea y en la época que sea, el analfabetismo siempre será remplazado por la palabra, para esos 100 años citados, la palabra era la que valía.
Por Rosendo Romero Ospino
Las bases primigenias de nuestra tradición musical están edificadas sobre la oralidad. Podríamos decir que desde la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera mitad del siglo veinte, la característica principal de nuestra región fue la de una sociedad ágrafa, obviamente en donde sea y en la época que sea, el analfabetismo siempre será remplazado por la palabra, para esos 100 años citados, la palabra era la que valía.
El macroproceso de la culturización hizo que los sabios indígenas parecieran brutos ante un nuevo idioma, nuevas tecnologías y la alienación inexorable causada por la expropiación y explotación de las riquezas.
Finalmente quedaron confinados a parlar y escribir un idioma ajeno a su ser, despojados de los sonidos originales que son vitales para la inteligencia emocional y para el desarrollo del mismo pensamiento étnico.
Este proceso llegó hasta mis días, siendo yo niño. Mucha gente no sabía leer ni escribir y la mayoría de los músicos eran compositores, decimeros y repentistas, pero iletrados. No llegaron al acetato y se hicieron invisibles. Gracias a la oralidad se han podido rescatar elementos de juicio.
Los investigadores aman los datos escritos, pero al tener a un anciano con casi un siglo encima, eso los pone a temblar de la emoción.
El investigador serio valora la oralidad precisamente porque es la base de nuestra música, de no haber sido por la oralidad como hilo conductor de nuestra tradición musical, el vallenato hoy no existiría.
Rafael Enrique Daza, nativo de Villanueva, fue uno de los primeros acordeonistas de la región que se ocupó del son en aquella época y muchos villanueveros sostenían que él era el autor de “Los Campanales” canción que hoy figura con la autoría del negro grande del acordeón Alejo Durán.
Otros con testigos reclaman la autoría para alguien que creo que es de caracolicito.
La forma como ingresó la música al acetato, le causó un gran daño en su historia y sigue pasando con la “Varita de San José” del mismo Rafael Enrique Daza que aparece hoy con la autoría de Juancho Polo.
Muchos de los discos de larga duración que se grababan antes salían con títulos así: Luis Enrique Martínez y su conjunto, Alejo Durán su conjunto, Abel Antonio Villa y su conjunto.
Los compositores no aparecían y eso se prestó para ocultar la verdadera autoría; todavía hoy en día la gente dice: “Camino Largo” de Diomedes, “Nido de amor” de Jorge Oñate, Rio Badillo de los Zuleta, “Momentos de Amor” del Binomio, “La Difunta” de Silvestre Dangond. Creo que ya es tiempo de que Sayco inicie un proceso investigativo y serio al respecto.
Las bases primigenias de nuestra tradición musical están edificadas sobre la oralidad. Podríamos decir que desde la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera mitad del siglo veinte, la característica principal de nuestra región fue la de una sociedad ágrafa, obviamente en donde sea y en la época que sea, el analfabetismo siempre será remplazado por la palabra, para esos 100 años citados, la palabra era la que valía.
Por Rosendo Romero Ospino
Las bases primigenias de nuestra tradición musical están edificadas sobre la oralidad. Podríamos decir que desde la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera mitad del siglo veinte, la característica principal de nuestra región fue la de una sociedad ágrafa, obviamente en donde sea y en la época que sea, el analfabetismo siempre será remplazado por la palabra, para esos 100 años citados, la palabra era la que valía.
El macroproceso de la culturización hizo que los sabios indígenas parecieran brutos ante un nuevo idioma, nuevas tecnologías y la alienación inexorable causada por la expropiación y explotación de las riquezas.
Finalmente quedaron confinados a parlar y escribir un idioma ajeno a su ser, despojados de los sonidos originales que son vitales para la inteligencia emocional y para el desarrollo del mismo pensamiento étnico.
Este proceso llegó hasta mis días, siendo yo niño. Mucha gente no sabía leer ni escribir y la mayoría de los músicos eran compositores, decimeros y repentistas, pero iletrados. No llegaron al acetato y se hicieron invisibles. Gracias a la oralidad se han podido rescatar elementos de juicio.
Los investigadores aman los datos escritos, pero al tener a un anciano con casi un siglo encima, eso los pone a temblar de la emoción.
El investigador serio valora la oralidad precisamente porque es la base de nuestra música, de no haber sido por la oralidad como hilo conductor de nuestra tradición musical, el vallenato hoy no existiría.
Rafael Enrique Daza, nativo de Villanueva, fue uno de los primeros acordeonistas de la región que se ocupó del son en aquella época y muchos villanueveros sostenían que él era el autor de “Los Campanales” canción que hoy figura con la autoría del negro grande del acordeón Alejo Durán.
Otros con testigos reclaman la autoría para alguien que creo que es de caracolicito.
La forma como ingresó la música al acetato, le causó un gran daño en su historia y sigue pasando con la “Varita de San José” del mismo Rafael Enrique Daza que aparece hoy con la autoría de Juancho Polo.
Muchos de los discos de larga duración que se grababan antes salían con títulos así: Luis Enrique Martínez y su conjunto, Alejo Durán su conjunto, Abel Antonio Villa y su conjunto.
Los compositores no aparecían y eso se prestó para ocultar la verdadera autoría; todavía hoy en día la gente dice: “Camino Largo” de Diomedes, “Nido de amor” de Jorge Oñate, Rio Badillo de los Zuleta, “Momentos de Amor” del Binomio, “La Difunta” de Silvestre Dangond. Creo que ya es tiempo de que Sayco inicie un proceso investigativo y serio al respecto.