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Cultura - 5 septiembre, 2021

Rafael Carrillo y la academia

A partir de la edad contemporánea (1789) el término “Academia” está referido generalmente al mundo universitario e intelectual, que vuelve a ocupar un lugar preponderante en la cultura.

Estatua dedicada a Rafael Carrillo.
Estatua dedicada a Rafael Carrillo.
Boton Wpp

El 25 de agosto de 1907 nació en Atánquez, municipio de Valledupar, uno de los pensadores más grandes de Colombia y Latinoamérica; razón que nos mueve, con la nota del epígrafe, a celebrar los 114 años de su natalicio.

Del vocablo griego Akademos se derivó el término latino ‘Academia’, conocida como la escuela filosófica fundada por Platón en el año 387 a. C, para impartir clases de dialéctica, música, astronomía, geometría, lógica, gramática y matemática; desarrollando así una labor filosófica y científica, pues consideraba el conocimiento una virtud y la ignorancia un vicio, siguiendo así a su maestro Sócrates. La Academia de Platón duró varios siglos. La casa donde fue fundada inicialmente, fue destruida durante la primera guerra mitridática (años 88 y 84 a.C. enfrentamientos militares entre la República Romana y el Ponto, actual Turquía. Mitrídates VI Rey del Ponto). Se refunda en el año 410 d. C, y en el año 529, el emperador bizantino Justiniano la cierra definitivamente.

La Academia de Platón, se encontraba ubicada a más de 1.000 metros de Atenas, en los jardines consagrada a Akademos (héroe de la mitología griega) y donde existía un gimnasio. Allí sus habitantes asistían para ejercitar el cuerpo, y también la mente. Ello nos indica, que desde la antigüedad se pensó o concibió la idea de que las escuelas, y también, las hoy universidades, deberían estar distante de la ciudad. 

Para no remontarnos tanto a la forma como a través de la historia fue concebida la Academia (sociedad científica, literaria o artística) podemos decir, que en los Siglos XVII y comienzos del XVIII aparecen las Academias de Ciencias (la Ciencia moderna pasa de amateurs a profesional), y en el periodo de la Ilustración (siglo XVIII o de las Luces), importante por la renovación cultural e intelectual, se  promueve, además, las disciplinas artísticas, llamando a sus profesores “Académicos” y protegidas por el Estado (Francia, Inglaterra y Alemania). 

A partir de la edad contemporánea (1789) el término “Academia” está referido generalmente al mundo universitario e intelectual, que vuelve a ocupar un lugar preponderante en la cultura; pero específicamente, ese término designa a las sociedades científicas que promocionan la ciencia o una especialidad; las culturales, que promueven la literatura y la lengua; lo mismo que las artísticas promotoras de la danza y música. Todas ellas patrocinadas por el sector público y privado.

Ahora, el término “Académico”, ese si está reservado para aquellos (purísimos) que forman instituciones consideradas superiores, como por ejemplo las varias Reales Academias de España, la Academia de Ciencias de Rusia, o la Britsh Academy de Inglaterra. En Colombia existen las Academia de Historia, la Colombiana de Jurisprudencia, la Academia de la Lengua, y la de Ciencias, entre las más conocidas. 

En materia educativa, y en la actualidad, la “Academia” es un establecimiento docente de carácter profesional, pero también artístico y técnico, donde para desarrollar unas materias de estudio y programas, se reúnen las autoridades educativas y profesores. El “Académico” a pesar de la generalización que le da la RAE, sigue teniendo la connotación superlativa de antes; en el mundo universitario sólo le es reconocido a quienes dominan un área del conocimiento, lo incrementa y profundiza, un intelectual; es decir, no todos los docentes y profesores, reciben esa preponderante denominación.

El diccionario de la lengua española, define la “Academia” como “sociedad científica, literaria o artística establecida con autoridad pública y como establecimiento docente, público o privado, de carácter profesional, artístico, técnico o simplemente práctico, además de identificar el término con la reunión de sus componentes (los académicos) y con el edificio que la aloja”.

Lea también: Rafael Carrillo, vallenato y padre de la filosofía moderna en Colombia

Al filósofo Rafael Carrillo se le acostumbró decirle desde los colegios de bachillerato donde impartió sus primeras clases, y con el cual se sentía cómodo, “profesor Carrillo”. Allí, donde a pesar de haber comenzado a enseñar en el nivel superior, siguió por algún tiempo dictando clases en algún colegio. Era la humildad y nobleza, de un verdadero pedagogo.  

La mayor parte de su vida académica la pasó en los predios de la Universidad Nacional – aulas, cafetería, biblioteca, auditorios – dirigiendo el Instituto de Filosofía y trabajando como un auténtico arqueólogo de su Facultad. Allí donde publicó parte de su obra escrita, allí donde en sus aulas fue profesor de varias generaciones de estudiantes de Sociología, Derecho y Filosofía, enseñándoles a investigar y trasmitirles los conocimientos de los filósofos (Presocráticos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Husserl, Heidegger), y las corrientes filosóficas (Gnoseología, Metafísica, Ontología, Epistemología, Fenomenología, del Derecho, etc). Allí, donde le dedicaba su “Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho” a los estudiantes de su Facultad.

En varias ocasiones llegué a los predios de la Universidad Nacional con el profesor, pero también la visité con algunos amigos que allí estudiaban, y le tengo mucho afecto. Su campus es inmenso, los edificios bien diseñados, pero, además, distantes, que les sirve a profesores y alumnos para ejercitar el cuerpo en pequeños recorridos de diez minutos y llegar al salón de clases. Entre esas edificaciones sobresale el imponente Auditorio León de Greiff, testigo de tantas discusiones y expresiones simbólicas. Se recuerda, que allí un exrector se baja los pantalones. 

Las Cafeterías, también hace parte de la vida universitaria, existen muchas, casi una por cada Facultad, que sirven a los estudiantes, para comer, tomar un café, discutir problemas universales, y los asuntos del país, desde todos los ámbitos, no solo político, sino también científico. Pero, además, como en todas las universidades, en su campus y sus cafeterías, hace que se viva esa experiencia cultural tan significativa, que es, la relación entre estudiantes de distintas regiones del país.

Pero lo más especial de la Nacional, donde el profesor Carrillo estuvo filosofando durante tanto tiempo, lo constituye, como en muy pocas universidades del país, su actitud librepensadora. Allí, me dicen sus egresados, se vive un mundo fascinante, una verdadera escuela de pensamiento. De ahí los problemas cuando se le vigila y no se la deja desarrollar. Eso no lo permiten, ni en la investigación (antes por Colciencias, hoy por el actual Ministerio de Ciencias), ni en la catedra. Ello me hace recordar, la anécdota de un amigo de la Universidad Externado que dictaba clases de Teoría Constitucional en la Universidad la Gran Colombia. Contaba, que en una ocasión el rector Galat de ese claustro, se lo encontró en los pasillos, y después de saludarlo, le preguntó: ¿doctor, por qué, esa tanta insistencia suya en Maquiavelo? Al siguiente semestre no le renovaron el contrato.

En el periodo de 1946 a 1957, en que la Universidad Nacional estuvo vigilada, fue difícil su tarea; el rector Molina y los protagonistas del Instituto de Filosofía Rafael Carrillo y Cruz Vélez, tuvieron prácticamente que salir al exilio. Carrillo, no quería regresar a Colombia y a la Universidad Nacional. Es posible qué, de haberse quedado en Alemania, y con su formación filosófica y el dominio del idioma, hubiese encontrado un espacio en una universidad de ese país. Le escribe a su amigo Cruz Vélez del ambiente toxico que existía por aquella época en la Nacional – la dictadura apenas había terminado -, pero éste lo convence a que lo hagan, y acepte el llamado del rector para su nueva vinculación a la docencia (carta de Cruz Vélez a Carrillo del 1 de noviembre de 1958). Su reincorporación se da, cuando hubo un cambió en el ambiente académico y “se volvió a poder pensar libremente” (entrevista 7 de marzo de 1986). Además, ya todo se podía someter nuevamente a la crítica, como siglos antes lo exigieron en Europa (Francia, Inglaterra, Alemania), los del movimiento de renovación intelectual de la “Ilustración”.

Esa actitud librepensadora de la Nacional, ha hecho, que por allí pasen hombres de distintas ideologías, pero con el requisito previo de tener una formación intelectual a toda prueba. No se concibe que el director de una institución de nivel superior, o un profesor, no sea un buen lector, un humanista, o un hombre de ciencia. Eso es inaceptable. Por allí, entonces pasaron el llamado rector policía Luis Gómez Duque, quien fuera remplazado por su opuesto ideológico Luis Carlos Pérez en el “Mandato Claro” de López Michelsen. Marco Palacio (1983), en el gobierno del “Si Se puede” de Belisario Betancurt, y a quien se le recuerda como el sepulturero de las residencias universitarias que albergaban estudiantes venidos de toda la Nación, de ahí el carácter de esa universidad, sustituyó al médico Fernando Sánchez Torres, discípulo de Carrillo y quien era un humanista.

La formación intelectual de Carrillo es de las más resaltadas en ese mundo. Cuando llega en 1945 a dictar clases de Filosofía del Derecho en reemplazo de Darío Echandía, ya había introducido prácticamente la filosofía moderna y contemporánea en el país, había publicado escritos y ensayos de filosofía en el periodismo cultural durante cinco años, y divulgado en la Revista de la Universidad Nacional en 1944 el “Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho”. Es decir, Carrillo llegó con suficientes y sobrados méritos. Lo probó, con la fundación del Instituto de Filosofía, con un programa ambicioso en esta disciplina, y su estadía como director por cinco años.

Carrillo en su biblioteca tenía más de 100 libretas, de todas las formas, en manuscrito, no llenas, legibles para él; en los cuales estudiaba la gramática de las principales lenguas que hablaba, el español, el griego, latín y el alemán, que consideraba fundamentales para el estudio de la filosofía. El dominio de ellas, era pleno. 

La experiencia tudesca de Carrillo estuvo centrada en la Universidad y la perfección del idioma. La disfrutó desde lo cultural a pesar de sus limitaciones económicas. Con el dominio del idioma alemán, llega a estudiar en la Universidad de Basilea bajo la tutela del Siquiatra y filosofo Karl Jasper; luego a la de Heidelberg, la Universidad más antigua de Alemania (1.363) por donde habían pasado como alumno muchos famosos filósofos, uno de ellos, el existencialista acabado de mencionar; es de las más prestigiosas del mundo, con más de 10 premios Nobel, donde dictaron clases, profesores de talla universal, como Friedrich Hegel, Georg Jellinek (le dictó un seminario a Hans Kelsen), el mismo Karl Jasper, y Hans – Georg Gadamer. Este último también su profesor. Como ya lo habíamos informado en nuestro escrito “El Foro” Rafael Carrillo” del 4 de agosto de 2021, el Maestro se traslada a Friburgo donde se encuentra Danilo Cruz Vélez, y escucha allí, exclusivamente, los seminarios de Martín Heidegger. 

En el año 2007 se llevó a cabo un “concurso de excelencia” entre los centros de estudios superiores de Alemania, y resultaron ganadoras seis universidades, entre las que se encontraba la de Heidelberg, a la cual se le distinguió con la etiqueta de Universidad de elite.

Le puede interesar: Rafael Carrillo y sus discípulosRafael Carrillo y sus discípulos

En la sabia Heidelberg, Carrillo con los estudiantes nativos y demás extranjeros, cantó la famosa canción de Friedrich Raimund Vesely “Yo perdí mi corazón en Heidelberg”.

La formación académica e intelectual es de enorme importancia. Pero en muchas universidades, no en todas, desafortunadamente pasa todo lo contrario. El rector y los profesores no están preparados, no son buenos lectores, no son humanistas, no son hombres de ciencia, no son investigadores. Lo que existen son oportunistas académicos, prepotentes, pseudo intelectuales, le coquetean a la cultura como decía el profesor, pero de conocimiento nada. Tacaños para invertir en libros. Escogen un tema y un personaje del cual dicen conocer, para impresionar, y con ello poder sobrevivir, es decir, no son honestos intelectualmente. Pero a la Academia nadie la engaña, siempre hay oportunidad de confrontar lo científico con lo empírico. He ahí el bajo nivel de muchas universidades del país. Hay charlatanes, no preparan clases, no llevan un discurso previamente elaborado, improvisan, y por lo tanto no son precisos, ni rigurosos. De ellos la Academia debe cuidarse. Tal vez, en muchas ciudades ello obedezca a la ausencia de una tradición académica. El profesor Carrillo era huidizo cuando advertía esa condición en su interlocutor. Un profesor mediocre forma alumnos mediocres. 

Rafel Carrillo, en la famosa entrevista que le concedió al poeta Carlos Martín en 1945, criticaba a los profesores de un solo libro y un solo idioma, y en 1986, cuatro décadas después, observaba que ello no había cambiado mucho; y arreciaba sus criticas diciendo que los profesores de la Nacional estaban dedicados a proponer posgrados de filosofía en todas las universidades, para poder dictar clases en todas ellas. Se preguntaba ¿y a qué horas estudian? No tienen tiempo ni para leer un periódico. 

Hoy en día podemos decir, que ello ha cambiado mucho, los profesores han tenido la oportunidad de salir a universidades extranjeras y además aprender un nuevo idioma. Pero todavía se camuflan muchos profesores, sobre todo en las universidades de ciudades intermedias, qué, habiendo tenido la oportunidad de hacerlo, no lo hicieron, y allí siguen, con un solo libro, y un solo idioma (el español), porque consideran que ya existen traducciones a su idioma nativo. Un hombre culto como Carrillo, con el conocimiento de varios idiomas (griego, latín, pero en especial el alemán) revisaba y criticaba muchas traducciones. Decía, que algunas no eran buenas, encontrando falencias, incluso de párrafos enteros (ver su escrito “Para la Lectura de Gurvitch” y su ensayo “Un Nuevo Problema Filosófico”). Esa labor, por supuesto, la hacía un hombre del rigor intelectual del filósofo. 

A Carrillo se le considera uno de los constructores intelectuales de esa Alma Mater, porque creó el ambiente intelectual para la fundación del Instituto de Filosofía, por su dedicación a la Universidad por cuatro décadas, por llevar a sus clases las tendencias modernas, y actualizaba el conocimiento, iba al compás de su tiempo; y como tal, se encuentra al lado del exrector Gerardo Molina, de Antonio García (Economista), Eduardo Umaña Luna (Jurista), Jouzas Zaranka (Filólogo), Emilio Yunis (Médico – Científico), Guillermo Castillo Torres (Física), Jesús Antonio Bejarano (Economista e Historiador), Carlos Patiño Roselli (lingüista), Antanas Mockus (Matemático), y Orlando Fals Borda (Sociólogo) entre otros, y sólo para citar uno, de varias de sus disciplinas.

Pero a sus grandes maestros, la Universidad los compensa, por su labor intelectual, investigativa, y por el tiempo dedicado a la Academia. La Nacional, a la cual dedicó la mayor parte de su vida espiritual, le hizo los reconocimientos que tiene reservados para los más excelsos protagonistas de su vida universitaria: Director del Instituto de Filosofía y Letras (1946 – 1951), Doctor Honoris Causa en Filosofía (1952), Docente de Dedicación Exclusiva (a partir de 1959), Decano de la Facultad de Filosofía y Letras (1960 – 1961), Distinción de Profesor Emérito (1983), Distinción Asociación de Profesores (1983), y Distinción Profesor Honorario (1985). 

Carrillo, como todos los hombres de ciencia, nunca buscó un reconocimiento, los que le hicieron en la Universidad Nacional, en la Sociedad Colombiana de Filosofía y en la Asociación de Filosofía del Derecho y Filosofía Social de la cual fue su fundador, fue decisión unilateral de ellas. Igualmente, los que recibió del exterior, todos de índole académico. Se conoce haber pertenecido al Instituto de Derecho Comparado Latino y Americano de Buenos Aires, y al Instituto Argentino de Filosofía Jurídica y Social (miembro adherente). Lo mismo que a la Sociedad Peruana de Filosofía, y Sociedad Interamericana de Filosofía.  

Carrillo era un intelectual puro, apartado de la acción, de ahí que era inimaginable e impensable una gestión política por parte suya. Carrillo trascendió el territorio donde nació, y es un honor para los habitantes de su tierra exaltar su nombre.

Por: Carlos Elías Lúquez Carrillo

Cultura
5 septiembre, 2021

Rafael Carrillo y la academia

A partir de la edad contemporánea (1789) el término “Academia” está referido generalmente al mundo universitario e intelectual, que vuelve a ocupar un lugar preponderante en la cultura.


Estatua dedicada a Rafael Carrillo.
Estatua dedicada a Rafael Carrillo.
Boton Wpp

El 25 de agosto de 1907 nació en Atánquez, municipio de Valledupar, uno de los pensadores más grandes de Colombia y Latinoamérica; razón que nos mueve, con la nota del epígrafe, a celebrar los 114 años de su natalicio.

Del vocablo griego Akademos se derivó el término latino ‘Academia’, conocida como la escuela filosófica fundada por Platón en el año 387 a. C, para impartir clases de dialéctica, música, astronomía, geometría, lógica, gramática y matemática; desarrollando así una labor filosófica y científica, pues consideraba el conocimiento una virtud y la ignorancia un vicio, siguiendo así a su maestro Sócrates. La Academia de Platón duró varios siglos. La casa donde fue fundada inicialmente, fue destruida durante la primera guerra mitridática (años 88 y 84 a.C. enfrentamientos militares entre la República Romana y el Ponto, actual Turquía. Mitrídates VI Rey del Ponto). Se refunda en el año 410 d. C, y en el año 529, el emperador bizantino Justiniano la cierra definitivamente.

La Academia de Platón, se encontraba ubicada a más de 1.000 metros de Atenas, en los jardines consagrada a Akademos (héroe de la mitología griega) y donde existía un gimnasio. Allí sus habitantes asistían para ejercitar el cuerpo, y también la mente. Ello nos indica, que desde la antigüedad se pensó o concibió la idea de que las escuelas, y también, las hoy universidades, deberían estar distante de la ciudad. 

Para no remontarnos tanto a la forma como a través de la historia fue concebida la Academia (sociedad científica, literaria o artística) podemos decir, que en los Siglos XVII y comienzos del XVIII aparecen las Academias de Ciencias (la Ciencia moderna pasa de amateurs a profesional), y en el periodo de la Ilustración (siglo XVIII o de las Luces), importante por la renovación cultural e intelectual, se  promueve, además, las disciplinas artísticas, llamando a sus profesores “Académicos” y protegidas por el Estado (Francia, Inglaterra y Alemania). 

A partir de la edad contemporánea (1789) el término “Academia” está referido generalmente al mundo universitario e intelectual, que vuelve a ocupar un lugar preponderante en la cultura; pero específicamente, ese término designa a las sociedades científicas que promocionan la ciencia o una especialidad; las culturales, que promueven la literatura y la lengua; lo mismo que las artísticas promotoras de la danza y música. Todas ellas patrocinadas por el sector público y privado.

Ahora, el término “Académico”, ese si está reservado para aquellos (purísimos) que forman instituciones consideradas superiores, como por ejemplo las varias Reales Academias de España, la Academia de Ciencias de Rusia, o la Britsh Academy de Inglaterra. En Colombia existen las Academia de Historia, la Colombiana de Jurisprudencia, la Academia de la Lengua, y la de Ciencias, entre las más conocidas. 

En materia educativa, y en la actualidad, la “Academia” es un establecimiento docente de carácter profesional, pero también artístico y técnico, donde para desarrollar unas materias de estudio y programas, se reúnen las autoridades educativas y profesores. El “Académico” a pesar de la generalización que le da la RAE, sigue teniendo la connotación superlativa de antes; en el mundo universitario sólo le es reconocido a quienes dominan un área del conocimiento, lo incrementa y profundiza, un intelectual; es decir, no todos los docentes y profesores, reciben esa preponderante denominación.

El diccionario de la lengua española, define la “Academia” como “sociedad científica, literaria o artística establecida con autoridad pública y como establecimiento docente, público o privado, de carácter profesional, artístico, técnico o simplemente práctico, además de identificar el término con la reunión de sus componentes (los académicos) y con el edificio que la aloja”.

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Al filósofo Rafael Carrillo se le acostumbró decirle desde los colegios de bachillerato donde impartió sus primeras clases, y con el cual se sentía cómodo, “profesor Carrillo”. Allí, donde a pesar de haber comenzado a enseñar en el nivel superior, siguió por algún tiempo dictando clases en algún colegio. Era la humildad y nobleza, de un verdadero pedagogo.  

La mayor parte de su vida académica la pasó en los predios de la Universidad Nacional – aulas, cafetería, biblioteca, auditorios – dirigiendo el Instituto de Filosofía y trabajando como un auténtico arqueólogo de su Facultad. Allí donde publicó parte de su obra escrita, allí donde en sus aulas fue profesor de varias generaciones de estudiantes de Sociología, Derecho y Filosofía, enseñándoles a investigar y trasmitirles los conocimientos de los filósofos (Presocráticos, Sócrates, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Husserl, Heidegger), y las corrientes filosóficas (Gnoseología, Metafísica, Ontología, Epistemología, Fenomenología, del Derecho, etc). Allí, donde le dedicaba su “Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho” a los estudiantes de su Facultad.

En varias ocasiones llegué a los predios de la Universidad Nacional con el profesor, pero también la visité con algunos amigos que allí estudiaban, y le tengo mucho afecto. Su campus es inmenso, los edificios bien diseñados, pero, además, distantes, que les sirve a profesores y alumnos para ejercitar el cuerpo en pequeños recorridos de diez minutos y llegar al salón de clases. Entre esas edificaciones sobresale el imponente Auditorio León de Greiff, testigo de tantas discusiones y expresiones simbólicas. Se recuerda, que allí un exrector se baja los pantalones. 

Las Cafeterías, también hace parte de la vida universitaria, existen muchas, casi una por cada Facultad, que sirven a los estudiantes, para comer, tomar un café, discutir problemas universales, y los asuntos del país, desde todos los ámbitos, no solo político, sino también científico. Pero, además, como en todas las universidades, en su campus y sus cafeterías, hace que se viva esa experiencia cultural tan significativa, que es, la relación entre estudiantes de distintas regiones del país.

Pero lo más especial de la Nacional, donde el profesor Carrillo estuvo filosofando durante tanto tiempo, lo constituye, como en muy pocas universidades del país, su actitud librepensadora. Allí, me dicen sus egresados, se vive un mundo fascinante, una verdadera escuela de pensamiento. De ahí los problemas cuando se le vigila y no se la deja desarrollar. Eso no lo permiten, ni en la investigación (antes por Colciencias, hoy por el actual Ministerio de Ciencias), ni en la catedra. Ello me hace recordar, la anécdota de un amigo de la Universidad Externado que dictaba clases de Teoría Constitucional en la Universidad la Gran Colombia. Contaba, que en una ocasión el rector Galat de ese claustro, se lo encontró en los pasillos, y después de saludarlo, le preguntó: ¿doctor, por qué, esa tanta insistencia suya en Maquiavelo? Al siguiente semestre no le renovaron el contrato.

En el periodo de 1946 a 1957, en que la Universidad Nacional estuvo vigilada, fue difícil su tarea; el rector Molina y los protagonistas del Instituto de Filosofía Rafael Carrillo y Cruz Vélez, tuvieron prácticamente que salir al exilio. Carrillo, no quería regresar a Colombia y a la Universidad Nacional. Es posible qué, de haberse quedado en Alemania, y con su formación filosófica y el dominio del idioma, hubiese encontrado un espacio en una universidad de ese país. Le escribe a su amigo Cruz Vélez del ambiente toxico que existía por aquella época en la Nacional – la dictadura apenas había terminado -, pero éste lo convence a que lo hagan, y acepte el llamado del rector para su nueva vinculación a la docencia (carta de Cruz Vélez a Carrillo del 1 de noviembre de 1958). Su reincorporación se da, cuando hubo un cambió en el ambiente académico y “se volvió a poder pensar libremente” (entrevista 7 de marzo de 1986). Además, ya todo se podía someter nuevamente a la crítica, como siglos antes lo exigieron en Europa (Francia, Inglaterra, Alemania), los del movimiento de renovación intelectual de la “Ilustración”.

Esa actitud librepensadora de la Nacional, ha hecho, que por allí pasen hombres de distintas ideologías, pero con el requisito previo de tener una formación intelectual a toda prueba. No se concibe que el director de una institución de nivel superior, o un profesor, no sea un buen lector, un humanista, o un hombre de ciencia. Eso es inaceptable. Por allí, entonces pasaron el llamado rector policía Luis Gómez Duque, quien fuera remplazado por su opuesto ideológico Luis Carlos Pérez en el “Mandato Claro” de López Michelsen. Marco Palacio (1983), en el gobierno del “Si Se puede” de Belisario Betancurt, y a quien se le recuerda como el sepulturero de las residencias universitarias que albergaban estudiantes venidos de toda la Nación, de ahí el carácter de esa universidad, sustituyó al médico Fernando Sánchez Torres, discípulo de Carrillo y quien era un humanista.

La formación intelectual de Carrillo es de las más resaltadas en ese mundo. Cuando llega en 1945 a dictar clases de Filosofía del Derecho en reemplazo de Darío Echandía, ya había introducido prácticamente la filosofía moderna y contemporánea en el país, había publicado escritos y ensayos de filosofía en el periodismo cultural durante cinco años, y divulgado en la Revista de la Universidad Nacional en 1944 el “Ambiente axiológico de la teoría pura del derecho”. Es decir, Carrillo llegó con suficientes y sobrados méritos. Lo probó, con la fundación del Instituto de Filosofía, con un programa ambicioso en esta disciplina, y su estadía como director por cinco años.

Carrillo en su biblioteca tenía más de 100 libretas, de todas las formas, en manuscrito, no llenas, legibles para él; en los cuales estudiaba la gramática de las principales lenguas que hablaba, el español, el griego, latín y el alemán, que consideraba fundamentales para el estudio de la filosofía. El dominio de ellas, era pleno. 

La experiencia tudesca de Carrillo estuvo centrada en la Universidad y la perfección del idioma. La disfrutó desde lo cultural a pesar de sus limitaciones económicas. Con el dominio del idioma alemán, llega a estudiar en la Universidad de Basilea bajo la tutela del Siquiatra y filosofo Karl Jasper; luego a la de Heidelberg, la Universidad más antigua de Alemania (1.363) por donde habían pasado como alumno muchos famosos filósofos, uno de ellos, el existencialista acabado de mencionar; es de las más prestigiosas del mundo, con más de 10 premios Nobel, donde dictaron clases, profesores de talla universal, como Friedrich Hegel, Georg Jellinek (le dictó un seminario a Hans Kelsen), el mismo Karl Jasper, y Hans – Georg Gadamer. Este último también su profesor. Como ya lo habíamos informado en nuestro escrito “El Foro” Rafael Carrillo” del 4 de agosto de 2021, el Maestro se traslada a Friburgo donde se encuentra Danilo Cruz Vélez, y escucha allí, exclusivamente, los seminarios de Martín Heidegger. 

En el año 2007 se llevó a cabo un “concurso de excelencia” entre los centros de estudios superiores de Alemania, y resultaron ganadoras seis universidades, entre las que se encontraba la de Heidelberg, a la cual se le distinguió con la etiqueta de Universidad de elite.

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En la sabia Heidelberg, Carrillo con los estudiantes nativos y demás extranjeros, cantó la famosa canción de Friedrich Raimund Vesely “Yo perdí mi corazón en Heidelberg”.

La formación académica e intelectual es de enorme importancia. Pero en muchas universidades, no en todas, desafortunadamente pasa todo lo contrario. El rector y los profesores no están preparados, no son buenos lectores, no son humanistas, no son hombres de ciencia, no son investigadores. Lo que existen son oportunistas académicos, prepotentes, pseudo intelectuales, le coquetean a la cultura como decía el profesor, pero de conocimiento nada. Tacaños para invertir en libros. Escogen un tema y un personaje del cual dicen conocer, para impresionar, y con ello poder sobrevivir, es decir, no son honestos intelectualmente. Pero a la Academia nadie la engaña, siempre hay oportunidad de confrontar lo científico con lo empírico. He ahí el bajo nivel de muchas universidades del país. Hay charlatanes, no preparan clases, no llevan un discurso previamente elaborado, improvisan, y por lo tanto no son precisos, ni rigurosos. De ellos la Academia debe cuidarse. Tal vez, en muchas ciudades ello obedezca a la ausencia de una tradición académica. El profesor Carrillo era huidizo cuando advertía esa condición en su interlocutor. Un profesor mediocre forma alumnos mediocres. 

Rafel Carrillo, en la famosa entrevista que le concedió al poeta Carlos Martín en 1945, criticaba a los profesores de un solo libro y un solo idioma, y en 1986, cuatro décadas después, observaba que ello no había cambiado mucho; y arreciaba sus criticas diciendo que los profesores de la Nacional estaban dedicados a proponer posgrados de filosofía en todas las universidades, para poder dictar clases en todas ellas. Se preguntaba ¿y a qué horas estudian? No tienen tiempo ni para leer un periódico. 

Hoy en día podemos decir, que ello ha cambiado mucho, los profesores han tenido la oportunidad de salir a universidades extranjeras y además aprender un nuevo idioma. Pero todavía se camuflan muchos profesores, sobre todo en las universidades de ciudades intermedias, qué, habiendo tenido la oportunidad de hacerlo, no lo hicieron, y allí siguen, con un solo libro, y un solo idioma (el español), porque consideran que ya existen traducciones a su idioma nativo. Un hombre culto como Carrillo, con el conocimiento de varios idiomas (griego, latín, pero en especial el alemán) revisaba y criticaba muchas traducciones. Decía, que algunas no eran buenas, encontrando falencias, incluso de párrafos enteros (ver su escrito “Para la Lectura de Gurvitch” y su ensayo “Un Nuevo Problema Filosófico”). Esa labor, por supuesto, la hacía un hombre del rigor intelectual del filósofo. 

A Carrillo se le considera uno de los constructores intelectuales de esa Alma Mater, porque creó el ambiente intelectual para la fundación del Instituto de Filosofía, por su dedicación a la Universidad por cuatro décadas, por llevar a sus clases las tendencias modernas, y actualizaba el conocimiento, iba al compás de su tiempo; y como tal, se encuentra al lado del exrector Gerardo Molina, de Antonio García (Economista), Eduardo Umaña Luna (Jurista), Jouzas Zaranka (Filólogo), Emilio Yunis (Médico – Científico), Guillermo Castillo Torres (Física), Jesús Antonio Bejarano (Economista e Historiador), Carlos Patiño Roselli (lingüista), Antanas Mockus (Matemático), y Orlando Fals Borda (Sociólogo) entre otros, y sólo para citar uno, de varias de sus disciplinas.

Pero a sus grandes maestros, la Universidad los compensa, por su labor intelectual, investigativa, y por el tiempo dedicado a la Academia. La Nacional, a la cual dedicó la mayor parte de su vida espiritual, le hizo los reconocimientos que tiene reservados para los más excelsos protagonistas de su vida universitaria: Director del Instituto de Filosofía y Letras (1946 – 1951), Doctor Honoris Causa en Filosofía (1952), Docente de Dedicación Exclusiva (a partir de 1959), Decano de la Facultad de Filosofía y Letras (1960 – 1961), Distinción de Profesor Emérito (1983), Distinción Asociación de Profesores (1983), y Distinción Profesor Honorario (1985). 

Carrillo, como todos los hombres de ciencia, nunca buscó un reconocimiento, los que le hicieron en la Universidad Nacional, en la Sociedad Colombiana de Filosofía y en la Asociación de Filosofía del Derecho y Filosofía Social de la cual fue su fundador, fue decisión unilateral de ellas. Igualmente, los que recibió del exterior, todos de índole académico. Se conoce haber pertenecido al Instituto de Derecho Comparado Latino y Americano de Buenos Aires, y al Instituto Argentino de Filosofía Jurídica y Social (miembro adherente). Lo mismo que a la Sociedad Peruana de Filosofía, y Sociedad Interamericana de Filosofía.  

Carrillo era un intelectual puro, apartado de la acción, de ahí que era inimaginable e impensable una gestión política por parte suya. Carrillo trascendió el territorio donde nació, y es un honor para los habitantes de su tierra exaltar su nombre.

Por: Carlos Elías Lúquez Carrillo