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Columnista - 29 marzo, 2017

El rabo de paja de Uribe y Ordoñez frente a la candela

Es innegable que flagelos como el narcotráfico, el conflicto interno, la exclusión social y hoy la corrupción hayan sido los principales azotes de este país durante décadas. Pero como somos una sociedad temática y novelera que nos dejamos arrastrar por todo y porque vivimos al vaivén de los acontecimientos, ha hecho que por esta época […]

Es innegable que flagelos como el narcotráfico, el conflicto interno, la exclusión social y hoy la corrupción hayan sido los principales azotes de este país durante décadas. Pero como somos una sociedad temática y novelera que nos dejamos arrastrar por todo y porque vivimos al vaivén de los acontecimientos, ha hecho que por esta época pongamos de boga el tema de la corrupción, como si fuese algo nuevo y como si fuéramos un país habitado por ciudadanos inocentes, cuando en realidad la corrupción es tan antigua como el mismo Estado colombiano, o cómo se explica que en el año 1824 en plena evolución de la Gran Colombia, Simón Bolívar hubiese decretado la pena de muerte para los corruptos y los dilapidadores del erario público.

Pero además de ello, la corrupción está también ligada a la precariedad de las reglas democráticas de este país a la ilegitimidad de las instituciones que conforman el aparato estatal, a la supremacía de los intereses particulares sobre el interés general y como problema de base, a la degradación de los valores de los cuidadnos y la mutación de los principios deontológicos de los profesionales, que hacen que esta penosa enfermedad se vuelva incurable.

A decir verdad, el sistema político con el que se gobierna y se administra este país, parece que hubiese sido hecho por un sastre de alta costura, porque está diseñado a la medida para funcionar en un ambiente de corrupción; por eso cualquier acción o decisión que se tome al respecto, sino trata el tema de fondo y con medidas asertivas resultaría ser un placebo ante una enfermedad terminal o un paño de agua tibia ante una severa infección. De tal manera, que la corrupción no se mitiga ni se combate con protestas, ni con marchas, menos como la convocada para este primero de abril, por los señores Álvaro Uribe y Alejandro Ordoñez, quienes no tienen la autoridad moral para hacer este tipo de convocatoria; dos burócratas que en sus vidas públicas, han acudido a prácticas de corrupción y clientelismo.

El primero, tiene en su haber, el desfalco de agro ingreso seguro, las famosas chuzadas del Das, la complicidad de los falsos positivos y varios de sus funcionarios privados de la libertad; esto sin contar que se hizo reelegir presidente, mediante la compra de congresistas, con embajadas, puestos y contratos para que se reformara la Constitución y se le diera paso a su aspiración o ¿quién no recuerda la yidis política? Mientras que el señor Ordoñez, fue separado del cargo de Procurador, por el Consejo de Estado, porque se demostró en juicio que su reelección estuvo viciada, es decir, fue corrupta, ya que nombró en la Procuraduría a familiares de magistrados que intervinieron en su designación, utilizó su investidura para sancionar a sus contradictores políticos y ferió los cargos del Ministerio Público a sus paisanos santandereanos, amigos religiosos y políticos cercanos, mediante un amañado concurso sobre el cual ya pesan medidas provisionales de suspensión por lo abultado de la irregularidad, o acaso eso no es corrupción?

Como ahora Uribe y Ordoñez van a convocar una marcha anticorrupción, si lo que arde es candela en llama viva y estos señores lo que tienen es un largo rabo de paja que no aguanta una leve chispa. Si somos sensatos no acudiríamos a este llamado, no porque estemos de acuerdo con la corrupción, porque ningún colombiano creo que lo cohoneste, sino porque no tiene, ni presentación ni lógica ni coherencia, que dos personas que son símbolo de la corrupción ahora quieran ser las que enarbolen las banderas de la anticorrupción.

Que Dios los Perdone.

Por Carlos Guillermo Ramírez

Columnista
29 marzo, 2017

El rabo de paja de Uribe y Ordoñez frente a la candela

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Carlos Guillermo Ramirez

Es innegable que flagelos como el narcotráfico, el conflicto interno, la exclusión social y hoy la corrupción hayan sido los principales azotes de este país durante décadas. Pero como somos una sociedad temática y novelera que nos dejamos arrastrar por todo y porque vivimos al vaivén de los acontecimientos, ha hecho que por esta época […]


Es innegable que flagelos como el narcotráfico, el conflicto interno, la exclusión social y hoy la corrupción hayan sido los principales azotes de este país durante décadas. Pero como somos una sociedad temática y novelera que nos dejamos arrastrar por todo y porque vivimos al vaivén de los acontecimientos, ha hecho que por esta época pongamos de boga el tema de la corrupción, como si fuese algo nuevo y como si fuéramos un país habitado por ciudadanos inocentes, cuando en realidad la corrupción es tan antigua como el mismo Estado colombiano, o cómo se explica que en el año 1824 en plena evolución de la Gran Colombia, Simón Bolívar hubiese decretado la pena de muerte para los corruptos y los dilapidadores del erario público.

Pero además de ello, la corrupción está también ligada a la precariedad de las reglas democráticas de este país a la ilegitimidad de las instituciones que conforman el aparato estatal, a la supremacía de los intereses particulares sobre el interés general y como problema de base, a la degradación de los valores de los cuidadnos y la mutación de los principios deontológicos de los profesionales, que hacen que esta penosa enfermedad se vuelva incurable.

A decir verdad, el sistema político con el que se gobierna y se administra este país, parece que hubiese sido hecho por un sastre de alta costura, porque está diseñado a la medida para funcionar en un ambiente de corrupción; por eso cualquier acción o decisión que se tome al respecto, sino trata el tema de fondo y con medidas asertivas resultaría ser un placebo ante una enfermedad terminal o un paño de agua tibia ante una severa infección. De tal manera, que la corrupción no se mitiga ni se combate con protestas, ni con marchas, menos como la convocada para este primero de abril, por los señores Álvaro Uribe y Alejandro Ordoñez, quienes no tienen la autoridad moral para hacer este tipo de convocatoria; dos burócratas que en sus vidas públicas, han acudido a prácticas de corrupción y clientelismo.

El primero, tiene en su haber, el desfalco de agro ingreso seguro, las famosas chuzadas del Das, la complicidad de los falsos positivos y varios de sus funcionarios privados de la libertad; esto sin contar que se hizo reelegir presidente, mediante la compra de congresistas, con embajadas, puestos y contratos para que se reformara la Constitución y se le diera paso a su aspiración o ¿quién no recuerda la yidis política? Mientras que el señor Ordoñez, fue separado del cargo de Procurador, por el Consejo de Estado, porque se demostró en juicio que su reelección estuvo viciada, es decir, fue corrupta, ya que nombró en la Procuraduría a familiares de magistrados que intervinieron en su designación, utilizó su investidura para sancionar a sus contradictores políticos y ferió los cargos del Ministerio Público a sus paisanos santandereanos, amigos religiosos y políticos cercanos, mediante un amañado concurso sobre el cual ya pesan medidas provisionales de suspensión por lo abultado de la irregularidad, o acaso eso no es corrupción?

Como ahora Uribe y Ordoñez van a convocar una marcha anticorrupción, si lo que arde es candela en llama viva y estos señores lo que tienen es un largo rabo de paja que no aguanta una leve chispa. Si somos sensatos no acudiríamos a este llamado, no porque estemos de acuerdo con la corrupción, porque ningún colombiano creo que lo cohoneste, sino porque no tiene, ni presentación ni lógica ni coherencia, que dos personas que son símbolo de la corrupción ahora quieran ser las que enarbolen las banderas de la anticorrupción.

Que Dios los Perdone.

Por Carlos Guillermo Ramírez