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Columnista - 10 octubre, 2013

¿Quién gana con la guerra?

La estrategia política de las FARC en las negociaciones de La Habana parece calcada de su estrategia militar en los últimos diez años: su accionar tanto en lo político como en lo militar, “sin querer queriendo” como diría El Chavo del Ocho, ha favorecido y sigue favoreciendo al proyecto político de Álvaro Uribe Vélez.

Por Raúl Bermúdez Márquez

La estrategia política de las FARC en las negociaciones de La Habana parece calcada de su estrategia militar en los últimos diez años: su accionar tanto en lo político como en lo militar, “sin querer queriendo” como diría El Chavo del Ocho, ha favorecido y sigue favoreciendo al proyecto político de Álvaro Uribe Vélez.

Tanto en la primera elección como en la segunda, el recurso al secuestro y a los actos terroristas como métodos de lucha hicieron que el hoy cabeza visible del Puro Centro Democrático tuviera arrestos para pretender una segunda reelección que tenía muchas posibilidades de lograr de no haber mediado el fallo histórico de la Corte Constitucional que evitó el despedazamiento del orden constitucional.

Y eso, a pesar de las chuzadas, de los falsos positivos, de las ínfulas dictatoriales que pretendían acabar con la Corte Suprema de Justicia y otros órganos del poder judicial; en fin,a pesar de tantos desafueros que se cometieron en esos ocho años contra el Estado Social de Derecho.

Hace un año el presidente Santos destapó sus cartas para lograr el fin del conflicto interno y le anunció al país el inicio de unas negociaciones de paz con las FARC que tendrían como sede La Habana.

Convencido, –como la mayoría de colombianos-, que los problemas del país se arreglan a través del diálogo y no en el fragor del tableteo de las ametralladoras, celebré esperanzado la decisión.

Después de un año, el optimismo ha cedido espacio al escepticismo y las FARC, a pesar de que en varias oportunidades ha reiterado la intención de lograr el anhelado acuerdo definitivo,  contribuye notoriamente al desprestigio de las negociaciones.

¿De qué manera? Imprimiéndole paquidermia al proceso, permaneciendo sorda ante las voces que claman grandeza histórica para exigir pero también para ceder y lo peor, jugando absurdamente al desgaste de Santos sin tener en cuenta que en las actuales circunstancias la pérdida de favorabilidad del presidente debilita al proceso mismo.

Como lo reconoce Clara López,  si al presidente le va mal en el tema de la paz, le va mal al país.

La actitud de las FARC, dice un amigo, puede compararse con la del ganadero que pide a Dios para que en la finca vecina no llueva, sin importar que su ganado también sea víctima de la sequía. Y es razonable la apreciación.

Porque es indiscutible que si se firma un Acuerdo de Paz, gana Santos en su proyecto de reelección; pero también ganan las FARC y sobre todo, el país.

Pero si se rompen las negociaciones y el conflicto interno se agudiza, pierde Santos, pierde el país, pero pierden las FARC porque estarían despilfarrando la última oportunidad de reintegrarse a la civilidad para desde allí contribuir a hacer realidad las banderas de democracia y justicia social que dicen defender. 

[email protected]

Columnista
10 octubre, 2013

¿Quién gana con la guerra?

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

La estrategia política de las FARC en las negociaciones de La Habana parece calcada de su estrategia militar en los últimos diez años: su accionar tanto en lo político como en lo militar, “sin querer queriendo” como diría El Chavo del Ocho, ha favorecido y sigue favoreciendo al proyecto político de Álvaro Uribe Vélez.


Por Raúl Bermúdez Márquez

La estrategia política de las FARC en las negociaciones de La Habana parece calcada de su estrategia militar en los últimos diez años: su accionar tanto en lo político como en lo militar, “sin querer queriendo” como diría El Chavo del Ocho, ha favorecido y sigue favoreciendo al proyecto político de Álvaro Uribe Vélez.

Tanto en la primera elección como en la segunda, el recurso al secuestro y a los actos terroristas como métodos de lucha hicieron que el hoy cabeza visible del Puro Centro Democrático tuviera arrestos para pretender una segunda reelección que tenía muchas posibilidades de lograr de no haber mediado el fallo histórico de la Corte Constitucional que evitó el despedazamiento del orden constitucional.

Y eso, a pesar de las chuzadas, de los falsos positivos, de las ínfulas dictatoriales que pretendían acabar con la Corte Suprema de Justicia y otros órganos del poder judicial; en fin,a pesar de tantos desafueros que se cometieron en esos ocho años contra el Estado Social de Derecho.

Hace un año el presidente Santos destapó sus cartas para lograr el fin del conflicto interno y le anunció al país el inicio de unas negociaciones de paz con las FARC que tendrían como sede La Habana.

Convencido, –como la mayoría de colombianos-, que los problemas del país se arreglan a través del diálogo y no en el fragor del tableteo de las ametralladoras, celebré esperanzado la decisión.

Después de un año, el optimismo ha cedido espacio al escepticismo y las FARC, a pesar de que en varias oportunidades ha reiterado la intención de lograr el anhelado acuerdo definitivo,  contribuye notoriamente al desprestigio de las negociaciones.

¿De qué manera? Imprimiéndole paquidermia al proceso, permaneciendo sorda ante las voces que claman grandeza histórica para exigir pero también para ceder y lo peor, jugando absurdamente al desgaste de Santos sin tener en cuenta que en las actuales circunstancias la pérdida de favorabilidad del presidente debilita al proceso mismo.

Como lo reconoce Clara López,  si al presidente le va mal en el tema de la paz, le va mal al país.

La actitud de las FARC, dice un amigo, puede compararse con la del ganadero que pide a Dios para que en la finca vecina no llueva, sin importar que su ganado también sea víctima de la sequía. Y es razonable la apreciación.

Porque es indiscutible que si se firma un Acuerdo de Paz, gana Santos en su proyecto de reelección; pero también ganan las FARC y sobre todo, el país.

Pero si se rompen las negociaciones y el conflicto interno se agudiza, pierde Santos, pierde el país, pero pierden las FARC porque estarían despilfarrando la última oportunidad de reintegrarse a la civilidad para desde allí contribuir a hacer realidad las banderas de democracia y justicia social que dicen defender. 

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