Debe servir de reflexión la columna del influenciador y periodista independiente, Alejandro Villanueva, sobre qué tan malo es perder los Juegos Panamericanos, en medio de la alharaca que sigue retumbando en medio país, más por sesgo político que por simple lógica de una Barranquilla endeudada hasta el tuétano.
Miguel Aroca Yepes
Debe servir de reflexión la columna del influenciador y periodista independiente, Alejandro Villanueva, sobre qué tan malo es perder los Juegos Panamericanos, en medio de la alharaca que sigue retumbando en medio país, más por sesgo político que por simple lógica de una Barranquilla endeudada hasta el tuétano.
Sin aspavientos y sin ir al banquillo de los acusados, el presidente Belisario Betancourt renunció a la realización del Campeonato Mundial de Fútbol 1986, decisión, inédita para la época, y se basó en que no tenía los recursos suficientes para construir la infraestructura deportiva que exigía la FIFA y, como si fuera poco, había un atraso grande en la construcción de hospitales, escuelas, vías de comunicación e infraestructura de servicios públicos, pero tampoco se ejecutaron las obras que se anunciaron.
Esta oportunidad la aprovechó México, país que organizaría tal vez uno de los mundiales de fútbol con mayor calidad deportiva de todo el siglo XX.
Sobre este fracaso se ha dicho mucho, empero, se debe destacar que nuestro país ha venido atravesando por distintas crisis de toda índole y aun así ha buscado construir la idea de que el deporte despierta los mejores sentimientos de la sociedad.
También es cierto que, en los últimos 50 años, el fenómeno deportivo no ha escapado a escándalos de corrupción, dudas sobre el juego limpio, movimientos turbios en la construcción de los escenarios deportivos y hasta vínculos con el narcotráfico, alejando de la ética al deporte nacional.
Vale la pena cuestionarse sobre las consecuencias negativas de la realización de justas deportivas en países como Brasil, Chile, Grecia y Sudáfrica, y cómo han logrado superar las secuelas de estas grandes deudas, que evidentemente no se sufragaron con los frutos de la economía informal ni del marketing deportivo.
Se argumenta que la celebración ayudaría a mejorar la economía informal, la creación temporal de miles de empleos y que Colombia y la región Caribe mejorarían su imagen internacional y su prestigio deportivo.
Más allá del escándalo mediático en el que Panam Sports manifiesta que ya no le asignará a Barranquilla la organización y celebración de los Juegos Panamericanos 2027, es importante preguntarse por los costos económicos exigidos a la ciudad anfitriona, pero especialmente a toda la economía colombiana.
La inversión no solo es el pago de una licencia de más de ocho millones de dólares a una firma deportiva, sino que también es la construcción de una infraestructura física y dotacional en tiempo récord con un dinero que no se sabe de dónde saldrá.
Sin embargo, la celebración de este tipo de eventos no garantiza la tan anhelada realización económica, crecimiento industrial o comercial en los territorios anfitriones.
Basta con algunos ejemplos. En 2004 Grecia llevó a cabo los Juegos Olímpicos catalogados como uno de los encuentros deportivos más fastuosos y exitosos de los últimos 30 años. Sin embargo, el honor le costó al país una deuda de cientos de millones de euros con la Unión Europea. Deuda que no pudo ser pagada y que causó una de las peores crisis económicas y sociales que haya experimentado este país.
Tampoco pueden olvidarse las intensas protestas en Brasil durante 2014, pues ciudades como Río de Janeiro o São Paulo y las enormes deudas que otras contrajeron para organizar tres mega eventos deportivos: la Copa Confederaciones, la Copa Mundial de la FIFA y los Juegos Olímpicos.
Debe servir de reflexión la columna del influenciador y periodista independiente, Alejandro Villanueva, sobre qué tan malo es perder los Juegos Panamericanos, en medio de la alharaca que sigue retumbando en medio país, más por sesgo político que por simple lógica de una Barranquilla endeudada hasta el tuétano.
Miguel Aroca Yepes
Debe servir de reflexión la columna del influenciador y periodista independiente, Alejandro Villanueva, sobre qué tan malo es perder los Juegos Panamericanos, en medio de la alharaca que sigue retumbando en medio país, más por sesgo político que por simple lógica de una Barranquilla endeudada hasta el tuétano.
Sin aspavientos y sin ir al banquillo de los acusados, el presidente Belisario Betancourt renunció a la realización del Campeonato Mundial de Fútbol 1986, decisión, inédita para la época, y se basó en que no tenía los recursos suficientes para construir la infraestructura deportiva que exigía la FIFA y, como si fuera poco, había un atraso grande en la construcción de hospitales, escuelas, vías de comunicación e infraestructura de servicios públicos, pero tampoco se ejecutaron las obras que se anunciaron.
Esta oportunidad la aprovechó México, país que organizaría tal vez uno de los mundiales de fútbol con mayor calidad deportiva de todo el siglo XX.
Sobre este fracaso se ha dicho mucho, empero, se debe destacar que nuestro país ha venido atravesando por distintas crisis de toda índole y aun así ha buscado construir la idea de que el deporte despierta los mejores sentimientos de la sociedad.
También es cierto que, en los últimos 50 años, el fenómeno deportivo no ha escapado a escándalos de corrupción, dudas sobre el juego limpio, movimientos turbios en la construcción de los escenarios deportivos y hasta vínculos con el narcotráfico, alejando de la ética al deporte nacional.
Vale la pena cuestionarse sobre las consecuencias negativas de la realización de justas deportivas en países como Brasil, Chile, Grecia y Sudáfrica, y cómo han logrado superar las secuelas de estas grandes deudas, que evidentemente no se sufragaron con los frutos de la economía informal ni del marketing deportivo.
Se argumenta que la celebración ayudaría a mejorar la economía informal, la creación temporal de miles de empleos y que Colombia y la región Caribe mejorarían su imagen internacional y su prestigio deportivo.
Más allá del escándalo mediático en el que Panam Sports manifiesta que ya no le asignará a Barranquilla la organización y celebración de los Juegos Panamericanos 2027, es importante preguntarse por los costos económicos exigidos a la ciudad anfitriona, pero especialmente a toda la economía colombiana.
La inversión no solo es el pago de una licencia de más de ocho millones de dólares a una firma deportiva, sino que también es la construcción de una infraestructura física y dotacional en tiempo récord con un dinero que no se sabe de dónde saldrá.
Sin embargo, la celebración de este tipo de eventos no garantiza la tan anhelada realización económica, crecimiento industrial o comercial en los territorios anfitriones.
Basta con algunos ejemplos. En 2004 Grecia llevó a cabo los Juegos Olímpicos catalogados como uno de los encuentros deportivos más fastuosos y exitosos de los últimos 30 años. Sin embargo, el honor le costó al país una deuda de cientos de millones de euros con la Unión Europea. Deuda que no pudo ser pagada y que causó una de las peores crisis económicas y sociales que haya experimentado este país.
Tampoco pueden olvidarse las intensas protestas en Brasil durante 2014, pues ciudades como Río de Janeiro o São Paulo y las enormes deudas que otras contrajeron para organizar tres mega eventos deportivos: la Copa Confederaciones, la Copa Mundial de la FIFA y los Juegos Olímpicos.