Hace algunos días, dos homicidios muy violentos conmovieron a la opinión pública pues el nivel de sevicia con el que se cometieron agravó más el mal sabor de la muerte que hoy lamentan dos familias e incontables amigos. Sobre los hechos que rodean los crímenes, causas y responsables, ahondaremos con el paso de los días.
Hace algunos días, dos homicidios muy violentos conmovieron a la opinión pública pues el nivel de sevicia con el que se cometieron agravó más el mal sabor de la muerte que hoy lamentan dos familias e incontables amigos. Sobre los hechos que rodean los crímenes, causas y responsables, ahondaremos con el paso de los días.
Eso esperamos, siempre que las autoridades de policía judicial entreguen resultados con el concurso de la comunidad que quiera aportar información.
Pero es allí donde queremos insistir. Ya no es asombro, es parte del paisaje, el enorme grade de indolencia ciudadana ante el crimen, el maltrato, la humillación pública. No es más que la demostración de una vieja costumbre: “eso no es problema mío”.
Esto, acompañado del natural temor de verse involucrado en un crimen por extender la mano solidaria, han creado un monstruo indolente de la tragedia ajena.
Pero estos dos homicidios, dos hombres, apuñalados frenéticamente en la noche, llamó la atención de la Policía del Cesar, acostumbrada a lidiar con los más crueles casos de violencia.
En días pasados, el comandante del Departamento de Policía Cesar, coronel Jesús De los Reyes Valencia, lamentó que solo hasta la mañana siguiente, horas después de consumados los crímenes (no relacionados entre sí), la comunidad llamó a alertar. Por supuesto, hay que precisar que quizá quienes llamaron no hicieron parte de los posibles testigos de los hechos la noche anterior.
Se sabe que en el homicidio de la calle 19 con carrera 9 del centro, en el hotel Casa Linda, la noche del 3 o madrugada del 4 de febrero, hubo una riña y que probablemente se escuchó en el lugar.
En el caso del paramédico asesinado el pasado 6 de febrero, en el barrio Villa Concha, calle 7C con carrera 27, fueron más de 10 puñaladas. “El debió gritar”, dijeron con lamento el 7 de febrero cuando los medios cubrían el caso. Nadie hizo nada.
Estos son dos casos cumbre de una serie de sucesos que hoy se han vuelto costumbre en Colombia: la gente prefiere grabar que intervenir en riñas para evitar tragedias. La ciudadanía prefiere conformarse con el dicho “en pelea de marido y mujer…” que evitar un posible feminicidio, violencia de género.
Hay mucha indolencia pero no olvidamos que tales situaciones intimidan a los espectadores que muchas veces se ven con las manos atadas por el peligro, pero hay indolencia, indiferencia terrible.
Esto tiene sanción. La Policía Nacional ha sancionado, por lo menos en uno de los dos casos, con comparendos que aunque no son intimidantes para muchos, son precedentes de que puede haber castigo a la indiferencia, a la omisión de los deberes ciudadanos, y ojalá continúe así.
Hace algunos días, dos homicidios muy violentos conmovieron a la opinión pública pues el nivel de sevicia con el que se cometieron agravó más el mal sabor de la muerte que hoy lamentan dos familias e incontables amigos. Sobre los hechos que rodean los crímenes, causas y responsables, ahondaremos con el paso de los días.
Hace algunos días, dos homicidios muy violentos conmovieron a la opinión pública pues el nivel de sevicia con el que se cometieron agravó más el mal sabor de la muerte que hoy lamentan dos familias e incontables amigos. Sobre los hechos que rodean los crímenes, causas y responsables, ahondaremos con el paso de los días.
Eso esperamos, siempre que las autoridades de policía judicial entreguen resultados con el concurso de la comunidad que quiera aportar información.
Pero es allí donde queremos insistir. Ya no es asombro, es parte del paisaje, el enorme grade de indolencia ciudadana ante el crimen, el maltrato, la humillación pública. No es más que la demostración de una vieja costumbre: “eso no es problema mío”.
Esto, acompañado del natural temor de verse involucrado en un crimen por extender la mano solidaria, han creado un monstruo indolente de la tragedia ajena.
Pero estos dos homicidios, dos hombres, apuñalados frenéticamente en la noche, llamó la atención de la Policía del Cesar, acostumbrada a lidiar con los más crueles casos de violencia.
En días pasados, el comandante del Departamento de Policía Cesar, coronel Jesús De los Reyes Valencia, lamentó que solo hasta la mañana siguiente, horas después de consumados los crímenes (no relacionados entre sí), la comunidad llamó a alertar. Por supuesto, hay que precisar que quizá quienes llamaron no hicieron parte de los posibles testigos de los hechos la noche anterior.
Se sabe que en el homicidio de la calle 19 con carrera 9 del centro, en el hotel Casa Linda, la noche del 3 o madrugada del 4 de febrero, hubo una riña y que probablemente se escuchó en el lugar.
En el caso del paramédico asesinado el pasado 6 de febrero, en el barrio Villa Concha, calle 7C con carrera 27, fueron más de 10 puñaladas. “El debió gritar”, dijeron con lamento el 7 de febrero cuando los medios cubrían el caso. Nadie hizo nada.
Estos son dos casos cumbre de una serie de sucesos que hoy se han vuelto costumbre en Colombia: la gente prefiere grabar que intervenir en riñas para evitar tragedias. La ciudadanía prefiere conformarse con el dicho “en pelea de marido y mujer…” que evitar un posible feminicidio, violencia de género.
Hay mucha indolencia pero no olvidamos que tales situaciones intimidan a los espectadores que muchas veces se ven con las manos atadas por el peligro, pero hay indolencia, indiferencia terrible.
Esto tiene sanción. La Policía Nacional ha sancionado, por lo menos en uno de los dos casos, con comparendos que aunque no son intimidantes para muchos, son precedentes de que puede haber castigo a la indiferencia, a la omisión de los deberes ciudadanos, y ojalá continúe así.