Hace algunos días cumplí una invitación del Nodo Jurídico de Colombia Humana en Valledupar, en un valioso ejercicio analítico, tendiente a escuchar las visiones que como departamento y ciudad tenemos algunos generadores de opinión. Primero agradecerles tan generosa oportunidad, sobre todo porque el capital humano reunido en ese acogedor espacio permitió exponer responsablemente una serie […]
Hace algunos días cumplí una invitación del Nodo Jurídico de Colombia Humana en Valledupar, en un valioso ejercicio analítico, tendiente a escuchar las visiones que como departamento y ciudad tenemos algunos generadores de opinión.
Primero agradecerles tan generosa oportunidad, sobre todo porque el capital humano reunido en ese acogedor espacio permitió exponer responsablemente una serie de reflexiones territoriales, las cuales fueron complementadas con la sapiencia de estos profesionales del derecho y otras ramas de pregrado, lo que al final dio como resultado una gran jornada académica donde aprendimos diversos temas, pero sobre todo coincidimos en que debemos hacer algo por el departamento del Cesar, si no queremos ser enjuiciados como cómplices de la actual debacle.
Concluimos inicialmente que el tan cacareado cambio no es solo un discurso o una diatriba politiquera que en poco o nada identifica a los protagonistas, sino que debe ir soportado en la coherencia filosófica de los actos que a diario emprendemos, desde los actos en la vida privada hasta la trayectoria que frente a aspiraciones o cargos de dirección se hayan conocido.
Por lo tanto, quedó claro que no podemos hablar de cambio cuando nos aferramos a las cuestionadas costumbres de torcer elecciones permeando con dinero o intrigas politiqueras la organización electoral, cuando seguimos manipulando conciencias mediante el abusivo uso del poder o cuando insistimos en determinar como requisito sine qua non de las aspiraciones políticas la tenencia de colosales patrimonios económicos, incluso obviando el origen de esas fortunas, si es que no son producto de la irregular inversión de nuestros recursos desde las administraciones públicas.
Aquí llegamos ante la depravada madre de todas nuestras desgracias, la corrupción. La que, entre otros infortunios, condena a nuestros niños a morir por inanición o padecer problemas cardiovasculares, dificultades cognitivas o diabetes, por aguantar la física hambre en las etapas formativas de su desarrollo, toda vez que los dineros destinados a combatir la desnutrición infantil mediante el Programa de Alimentación Escolar-PAE, son utilizados en llenar de ceros la declaración de renta de los fantasmas que mágicamente convierten las regalías en pobreza.
Pobreza que sirve como caldo de cultivo a la descomposición social que anida en su seno la delincuencia, oficialmente de espontánea ocurrencia, pero muy organizada en las cloacas de una sociedad hipócrita ante el crimen. Este es el origen de la inseguridad que nos amenaza a todos y cuyo control no es solamente con policías, inteligencia militar y mano dura, sino implementando políticas públicas de emprendimiento, ciencia y tecnología, cultura ciudadana y cultivo de talentos, para que por fin la población vulnerable esté a salvo de los que ven en sus manipulables carencias personales, la oportunidad del negocio ilegal.
Entonces llegó el momento de apartar los miedos y apocalípticos vaticinios frente a la realidad política de hoy. Un refrán muy popular dice que “el guapo es guapo hasta que el cobarde se decide”, tal vez folclóricamente diciéndonos que hoy podemos estar frente a la trascendental decisión de trazar el derrotero de nuestro futuro. Ya basta de construcciones suntuosas que en nada impactan la satisfacción de nuestras necesidades y por las que solo sancionan a secretarios, ya basta de oferentes únicos, ya basta de obras inconclusas y de mala calidad, ya basta de caprichos como elemento de planificación, ya basta de las monarquías tropicales con derecho a la sucesión indefinida solo por lazos de sangre.
Es nuestro momento, el momento de la gente, el momento del cambio verdadero, el momento de aterrizar las políticas en las regiones, el momento de sentirnos representados, el momento del amor. Atrévete. Fuerte abrazo. –
[email protected] @antoniomariaA
Hace algunos días cumplí una invitación del Nodo Jurídico de Colombia Humana en Valledupar, en un valioso ejercicio analítico, tendiente a escuchar las visiones que como departamento y ciudad tenemos algunos generadores de opinión. Primero agradecerles tan generosa oportunidad, sobre todo porque el capital humano reunido en ese acogedor espacio permitió exponer responsablemente una serie […]
Hace algunos días cumplí una invitación del Nodo Jurídico de Colombia Humana en Valledupar, en un valioso ejercicio analítico, tendiente a escuchar las visiones que como departamento y ciudad tenemos algunos generadores de opinión.
Primero agradecerles tan generosa oportunidad, sobre todo porque el capital humano reunido en ese acogedor espacio permitió exponer responsablemente una serie de reflexiones territoriales, las cuales fueron complementadas con la sapiencia de estos profesionales del derecho y otras ramas de pregrado, lo que al final dio como resultado una gran jornada académica donde aprendimos diversos temas, pero sobre todo coincidimos en que debemos hacer algo por el departamento del Cesar, si no queremos ser enjuiciados como cómplices de la actual debacle.
Concluimos inicialmente que el tan cacareado cambio no es solo un discurso o una diatriba politiquera que en poco o nada identifica a los protagonistas, sino que debe ir soportado en la coherencia filosófica de los actos que a diario emprendemos, desde los actos en la vida privada hasta la trayectoria que frente a aspiraciones o cargos de dirección se hayan conocido.
Por lo tanto, quedó claro que no podemos hablar de cambio cuando nos aferramos a las cuestionadas costumbres de torcer elecciones permeando con dinero o intrigas politiqueras la organización electoral, cuando seguimos manipulando conciencias mediante el abusivo uso del poder o cuando insistimos en determinar como requisito sine qua non de las aspiraciones políticas la tenencia de colosales patrimonios económicos, incluso obviando el origen de esas fortunas, si es que no son producto de la irregular inversión de nuestros recursos desde las administraciones públicas.
Aquí llegamos ante la depravada madre de todas nuestras desgracias, la corrupción. La que, entre otros infortunios, condena a nuestros niños a morir por inanición o padecer problemas cardiovasculares, dificultades cognitivas o diabetes, por aguantar la física hambre en las etapas formativas de su desarrollo, toda vez que los dineros destinados a combatir la desnutrición infantil mediante el Programa de Alimentación Escolar-PAE, son utilizados en llenar de ceros la declaración de renta de los fantasmas que mágicamente convierten las regalías en pobreza.
Pobreza que sirve como caldo de cultivo a la descomposición social que anida en su seno la delincuencia, oficialmente de espontánea ocurrencia, pero muy organizada en las cloacas de una sociedad hipócrita ante el crimen. Este es el origen de la inseguridad que nos amenaza a todos y cuyo control no es solamente con policías, inteligencia militar y mano dura, sino implementando políticas públicas de emprendimiento, ciencia y tecnología, cultura ciudadana y cultivo de talentos, para que por fin la población vulnerable esté a salvo de los que ven en sus manipulables carencias personales, la oportunidad del negocio ilegal.
Entonces llegó el momento de apartar los miedos y apocalípticos vaticinios frente a la realidad política de hoy. Un refrán muy popular dice que “el guapo es guapo hasta que el cobarde se decide”, tal vez folclóricamente diciéndonos que hoy podemos estar frente a la trascendental decisión de trazar el derrotero de nuestro futuro. Ya basta de construcciones suntuosas que en nada impactan la satisfacción de nuestras necesidades y por las que solo sancionan a secretarios, ya basta de oferentes únicos, ya basta de obras inconclusas y de mala calidad, ya basta de caprichos como elemento de planificación, ya basta de las monarquías tropicales con derecho a la sucesión indefinida solo por lazos de sangre.
Es nuestro momento, el momento de la gente, el momento del cambio verdadero, el momento de aterrizar las políticas en las regiones, el momento de sentirnos representados, el momento del amor. Atrévete. Fuerte abrazo. –
[email protected] @antoniomariaA