Lisandro Andrés Hernández Pacheco, un barrista del Valledupar Fútbol Club que murió arrollado por un vehículo de carga en el departamento de Boyacá.
“Deme la bendición”. Fueron las últimas palabras que le dijo Lisandro Andrés Hernández Pacheco a su padre antes de emprender un viaje clandestino motivado por una pasión teñida de ‘verdiblanco’.
Don Juan Hernández habla pausadamente, sin embargo, poco a poco sus palabras se tornan entrecortadas cuando le preguntan por la tragedia que lo embarga: la muerte de uno de sus seis hijos.
En un humilde inmueble del barrio Los Caciques, el dolor se pasea de un lado para otro, mientras que el cadáver del joven perteneciente a la barra la Banda de los Santos Reyes reposa en una funeraria de Valledupar. ‘El Pupi’, como era conocido Lisandro Andrés Hernández murió arrollado en una carretera cerca al municipio de Puerto Boyacá.
“Él estaba esperando en la carretera y como que se descuidó y un carro lo arrolló, eso lo están investigando. Él como que ya venía de regreso de ver el partido entre Valledupar y Popayán y estaba esperando a un lado de la vía. No sabemos más nada, no nos dicen más nada. Él como que llegó muerto al hospital y no pudieron salvarle la vida”, dijo Juan Hernández, mientras pasa la mano derecha por su cara para desechar el sudor que le corre.
Su pasión por el Valledupar Fútbol Club la llevaba en su alma, sus constantes y arriesgadas travesías como polizón para apoyar a su equipo fueron la clara muestra de su ferviente y entusiasmado amor por la camiseta de su amado equipo.
Sin embargo, la muerte lo sorprendió. Pagó con su vida el riesgo peligroso de exponerse a una aventura enajenada por el fútbol. “Muchos niños venían a buscarlo, yo le decía que lo podían perjudicar porque ahí había de todo, me respondía que él sabía con quien hacía las cosas, incluso muchas veces les decía que lo dejaran quieto. ‘El Pupi’ era un niño muy respetuoso, no lo digo yo, lo dicen quienes lo conocen por aquí por el barrio”, aseguró.
¿Pertenecer a una barra es sinónimo de malas andanzas? Don Juan Hernández reflexiona y sus expresiones de dolor van implícitas en una descripción que solo él conoce. “Yo le decía que buscara otra alternativa que lo orientara en su vida y él me respondía que estaba por el camino del bien, nunca estuve de acuerdo con esos viajes, al principio lo regañaba, pero ya un hombre de 21 años es dueño de su vida, mi hijo lo llevo en el corazón porque fue un buen muchacho, todos saben que es así, no me consta que consumiera drogas, pero era un pelao sano y respetuoso”, reconoció.
Sus tatuajes en el pecho lo delataban. Un escudo del Valledupar Fútbol Club y otro de la selección Colombia son las pruebas fehacientes que evidencian su pasión de hincha. Atrás quedó la alegría de aquel muchacho que se arriesgó en las carreteras, a pasar hambre o de pronto ser agredido por policías que relativamente veían en él una amenaza, sin embargo, los testimonios de Juan Hernández aseguran que “su hijo era muy respetuoso”.
“Él me ayudaba mucho en las labores de construcción, en un tiempo vendió mangos y otras veces agua. Siempre lo ‘cuadraba’ y para sus andanzas pedía plata, hoy Dios me lo quitó…”(lágrimas), lamentó progenitor del joven que viajó a la eternidad haciéndole barra al equipo de sus amores.
Como Lisandro, decenas de barristas mueren en Colombia por culpa de las travesías clandestinas que van detrás de una pasión. Muchos de ellos son asesinados, mientras que otros mueren en accidentes de tránsito viajando, algunas veces, como polizones.
Lisandro Hernández fue sepultado hoy en el cementerio Jardines de Ecce Homo rodeado por sus compañeros de batallas, aquellos que una vez fueron ‘parceros’ o los ‘llaves’ de andanzas para apoyar al Valledupar Fútbol Club.
Nibaldo Bustamante/EL PILÓN
Lisandro Andrés Hernández Pacheco, un barrista del Valledupar Fútbol Club que murió arrollado por un vehículo de carga en el departamento de Boyacá.
“Deme la bendición”. Fueron las últimas palabras que le dijo Lisandro Andrés Hernández Pacheco a su padre antes de emprender un viaje clandestino motivado por una pasión teñida de ‘verdiblanco’.
Don Juan Hernández habla pausadamente, sin embargo, poco a poco sus palabras se tornan entrecortadas cuando le preguntan por la tragedia que lo embarga: la muerte de uno de sus seis hijos.
En un humilde inmueble del barrio Los Caciques, el dolor se pasea de un lado para otro, mientras que el cadáver del joven perteneciente a la barra la Banda de los Santos Reyes reposa en una funeraria de Valledupar. ‘El Pupi’, como era conocido Lisandro Andrés Hernández murió arrollado en una carretera cerca al municipio de Puerto Boyacá.
“Él estaba esperando en la carretera y como que se descuidó y un carro lo arrolló, eso lo están investigando. Él como que ya venía de regreso de ver el partido entre Valledupar y Popayán y estaba esperando a un lado de la vía. No sabemos más nada, no nos dicen más nada. Él como que llegó muerto al hospital y no pudieron salvarle la vida”, dijo Juan Hernández, mientras pasa la mano derecha por su cara para desechar el sudor que le corre.
Su pasión por el Valledupar Fútbol Club la llevaba en su alma, sus constantes y arriesgadas travesías como polizón para apoyar a su equipo fueron la clara muestra de su ferviente y entusiasmado amor por la camiseta de su amado equipo.
Sin embargo, la muerte lo sorprendió. Pagó con su vida el riesgo peligroso de exponerse a una aventura enajenada por el fútbol. “Muchos niños venían a buscarlo, yo le decía que lo podían perjudicar porque ahí había de todo, me respondía que él sabía con quien hacía las cosas, incluso muchas veces les decía que lo dejaran quieto. ‘El Pupi’ era un niño muy respetuoso, no lo digo yo, lo dicen quienes lo conocen por aquí por el barrio”, aseguró.
¿Pertenecer a una barra es sinónimo de malas andanzas? Don Juan Hernández reflexiona y sus expresiones de dolor van implícitas en una descripción que solo él conoce. “Yo le decía que buscara otra alternativa que lo orientara en su vida y él me respondía que estaba por el camino del bien, nunca estuve de acuerdo con esos viajes, al principio lo regañaba, pero ya un hombre de 21 años es dueño de su vida, mi hijo lo llevo en el corazón porque fue un buen muchacho, todos saben que es así, no me consta que consumiera drogas, pero era un pelao sano y respetuoso”, reconoció.
Sus tatuajes en el pecho lo delataban. Un escudo del Valledupar Fútbol Club y otro de la selección Colombia son las pruebas fehacientes que evidencian su pasión de hincha. Atrás quedó la alegría de aquel muchacho que se arriesgó en las carreteras, a pasar hambre o de pronto ser agredido por policías que relativamente veían en él una amenaza, sin embargo, los testimonios de Juan Hernández aseguran que “su hijo era muy respetuoso”.
“Él me ayudaba mucho en las labores de construcción, en un tiempo vendió mangos y otras veces agua. Siempre lo ‘cuadraba’ y para sus andanzas pedía plata, hoy Dios me lo quitó…”(lágrimas), lamentó progenitor del joven que viajó a la eternidad haciéndole barra al equipo de sus amores.
Como Lisandro, decenas de barristas mueren en Colombia por culpa de las travesías clandestinas que van detrás de una pasión. Muchos de ellos son asesinados, mientras que otros mueren en accidentes de tránsito viajando, algunas veces, como polizones.
Lisandro Hernández fue sepultado hoy en el cementerio Jardines de Ecce Homo rodeado por sus compañeros de batallas, aquellos que una vez fueron ‘parceros’ o los ‘llaves’ de andanzas para apoyar al Valledupar Fútbol Club.
Nibaldo Bustamante/EL PILÓN