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Columnista - 16 mayo, 2010

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P E R I S C O P I O Por: Jaime Gnecco Hernández “Si las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad”. La frase es de Francisco de Paula Santander y adorna el frontispicio del edificio del Palacio de Justicia en Bogotá. En las gentes que han superado la barbarie, […]

P E R I S C O P I O

Por: Jaime Gnecco Hernández

“Si las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad”. La frase es de Francisco de Paula Santander y adorna el frontispicio del edificio del Palacio de Justicia en Bogotá.
En las gentes que han superado la barbarie, se considera que el cumplimiento de las leyes de un país es lo que hace verdaderamente libres a los ciudadanos de ese país. Sócrates, por ejemplo, consideraba que los buenos ciudadanos debían cumplir las leyes aunque éstas fueran imperfectas, para no inducir a los malos ciudadanos a incumplirlas. Las leyes fueron llamadas así con el deseo de que fueran cumplidas como se cumplen, inexorablemente, las leyes naturales de la Física.
El artículo 188 de nuestra Constitución dice: El Presidente de la República simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos. A mi modo de ver, modo profano en Derecho, obviamente, me parece que el Presidente, de alguna manera, está fallando en la interpretación del espíritu del artículo citado, por lo menos por omisión.
Me explico: se están presentando por televisión unos espacios de publicidad donde alguien que no aparece en pantalla y sólo se escucha su voz, dice que confía en un candidato presidencial, después de lo cual, se escucha a otras personas que se suman a la confianza en el candidato de la primera voz. La voz que se escucha primero y que deposita su confianza en el susodicho candidato, para ciertas personas es la voz del Presidente Uribe, y para otros es la voz de alguien que trata de imitar la voz del Presidente.
Nos parece que no sólo por lo dudoso de la voz sino porque el Presidente no debe intervenir en política, considero parcializada la publicidad, que sea de veras o de mentiras, pone al Presidente a intervenir en política a favor, precisamente, del candidato de su partido y de sus preferencias, lo que lo hace  más verosímil acerca de su injerencia en el tema.  Si la publicidad fuera a favor de un candidato distinto y no el del partido del Presidente, seguro que ya él o la Presidencia en forma oficial, hubiera llamado para rectificar; con más celeridad y obligación debe hacerlo tratándose del candidato de su propio partido, para corregir la indelicadeza oficial.  Porque como quiera que la Constitución obliga al Presidente a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos ya que simboliza la unidad nacional, no debe, so pena de violar la Constitución y las leyes, intervenir de ninguna manera en beneficio de ningún partido o facción dentro de la pugna política, ya que su situación de primer magistrado de la nación lo obliga a la imparcialidad dentro de las lides de la disciplina política.
En consecuencia, si el señor Procurador General de la Nación se ha hecho el de la vista gorda para no intervenir en el caso, es al Presidente mismo a quien le corresponde mandar a parar la publicidad proselitista en beneficio de su candidato, a fin de conservar, aunque sea en forma aparente, la imparcialidad que es obligante para el inquilino de la Casa de Nariño. Así, todos nos sentiremos menos incómodos.
Como dicen en otros lares: “si la vaca fuera honrada, no tendría cuernos el toro”, es decir, si el señor Presidente no estuviera pendiente de intervenir e interviniendo en política frecuentemente, y si el país contara con un señor Procurador de verdad y no con uno de pacotilla, ésta nota quizá no viera la luz, pero ante la realidad de los hechos, hay que recordarle frecuentemente a los malos y buenos cuales son sus deberes, sus derechos y sus limitaciones, y la obligación de ceñirse a lo que les permiten la Constitución y las leyes, pues al salirse de ahí o al omitir lo obligatorio, ya no están cumpliendo con su deber. Fácil, simple, sencillo. Porque si a la mujer del César debemos exigirle que además de ser honesta lo aparente y lo demuestre, ¿qué debemos exigirle al propio César?

Columnista
16 mayo, 2010

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Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jaime Gnecco Hernandez

P E R I S C O P I O Por: Jaime Gnecco Hernández “Si las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad”. La frase es de Francisco de Paula Santander y adorna el frontispicio del edificio del Palacio de Justicia en Bogotá. En las gentes que han superado la barbarie, […]


P E R I S C O P I O

Por: Jaime Gnecco Hernández

“Si las armas os dieron la independencia, las leyes os darán la libertad”. La frase es de Francisco de Paula Santander y adorna el frontispicio del edificio del Palacio de Justicia en Bogotá.
En las gentes que han superado la barbarie, se considera que el cumplimiento de las leyes de un país es lo que hace verdaderamente libres a los ciudadanos de ese país. Sócrates, por ejemplo, consideraba que los buenos ciudadanos debían cumplir las leyes aunque éstas fueran imperfectas, para no inducir a los malos ciudadanos a incumplirlas. Las leyes fueron llamadas así con el deseo de que fueran cumplidas como se cumplen, inexorablemente, las leyes naturales de la Física.
El artículo 188 de nuestra Constitución dice: El Presidente de la República simboliza la unidad nacional y al jurar el cumplimiento de la Constitución y de las leyes, se obliga a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos. A mi modo de ver, modo profano en Derecho, obviamente, me parece que el Presidente, de alguna manera, está fallando en la interpretación del espíritu del artículo citado, por lo menos por omisión.
Me explico: se están presentando por televisión unos espacios de publicidad donde alguien que no aparece en pantalla y sólo se escucha su voz, dice que confía en un candidato presidencial, después de lo cual, se escucha a otras personas que se suman a la confianza en el candidato de la primera voz. La voz que se escucha primero y que deposita su confianza en el susodicho candidato, para ciertas personas es la voz del Presidente Uribe, y para otros es la voz de alguien que trata de imitar la voz del Presidente.
Nos parece que no sólo por lo dudoso de la voz sino porque el Presidente no debe intervenir en política, considero parcializada la publicidad, que sea de veras o de mentiras, pone al Presidente a intervenir en política a favor, precisamente, del candidato de su partido y de sus preferencias, lo que lo hace  más verosímil acerca de su injerencia en el tema.  Si la publicidad fuera a favor de un candidato distinto y no el del partido del Presidente, seguro que ya él o la Presidencia en forma oficial, hubiera llamado para rectificar; con más celeridad y obligación debe hacerlo tratándose del candidato de su propio partido, para corregir la indelicadeza oficial.  Porque como quiera que la Constitución obliga al Presidente a garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos ya que simboliza la unidad nacional, no debe, so pena de violar la Constitución y las leyes, intervenir de ninguna manera en beneficio de ningún partido o facción dentro de la pugna política, ya que su situación de primer magistrado de la nación lo obliga a la imparcialidad dentro de las lides de la disciplina política.
En consecuencia, si el señor Procurador General de la Nación se ha hecho el de la vista gorda para no intervenir en el caso, es al Presidente mismo a quien le corresponde mandar a parar la publicidad proselitista en beneficio de su candidato, a fin de conservar, aunque sea en forma aparente, la imparcialidad que es obligante para el inquilino de la Casa de Nariño. Así, todos nos sentiremos menos incómodos.
Como dicen en otros lares: “si la vaca fuera honrada, no tendría cuernos el toro”, es decir, si el señor Presidente no estuviera pendiente de intervenir e interviniendo en política frecuentemente, y si el país contara con un señor Procurador de verdad y no con uno de pacotilla, ésta nota quizá no viera la luz, pero ante la realidad de los hechos, hay que recordarle frecuentemente a los malos y buenos cuales son sus deberes, sus derechos y sus limitaciones, y la obligación de ceñirse a lo que les permiten la Constitución y las leyes, pues al salirse de ahí o al omitir lo obligatorio, ya no están cumpliendo con su deber. Fácil, simple, sencillo. Porque si a la mujer del César debemos exigirle que además de ser honesta lo aparente y lo demuestre, ¿qué debemos exigirle al propio César?