Un episodio histórico, del cual tienen que desprenderse las responsabilidades correspondientes, es el que tuvo lugar después de la victoria del NO en el Plebiscito. Cuando la decisión del pueblo colombiano se conoció, el general de las fuerzas ganadoras, Álvaro Uribe Vélez, le propuso al país un gran acuerdo nacional para la paz, en lugar […]
Un episodio histórico, del cual tienen que desprenderse las responsabilidades correspondientes, es el que tuvo lugar después de la victoria del NO en el Plebiscito.
Cuando la decisión del pueblo colombiano se conoció, el general de las fuerzas ganadoras, Álvaro Uribe Vélez, le propuso al país un gran acuerdo nacional para la paz, en lugar de salir a cobrar en tono airado la victoria democrática que acababa de lograr. Esa actitud, en aquel momento, no fue bien comprendida.
Muchos la criticaron, sin contemplaciones, con el argumento de que el triunfo obtenido significaba que el acuerdo había que lanzarlo al cesto de la basura.
Según los amigos de esa tesis, respetable además, no había nada que hablar con el gobierno, por cuanto el veredicto de las urnas significaba la incineración del texto completo suscrito por Santos y Timochenko.
Sin embargo, se persistió. ¿Cuál fue la razón? Pues creer, sinceramente, que dar ese paso era de la mayor conveniencia nacional, por cuanto implicaría buscar la construcción de un camino sólido y duradero hacia la paz, no una vía llena de obstáculos, dificultades, y, en consecuencia, una especie de atajo pasajero.
De otro lado, obrar así, en aquel momento, correspondía a lo que se le había solicitado a los electores. Recordemos que muchas de las expresiones que respaldaron el NO le pidieron a los compatriotas apoyar esa postura, con el fin de buscar un acuerdo mejor.
Lo que se pretendía era hacer modificaciones de fondo a los puntos, claramente identificados e identificables, del texto convenido, que sufrían el rechazo de la gente, tratar de darle sostenibilidad a la búsqueda de la convivencia, y de cumplir con lo requerido en la campaña plebiscitaria. Las cosas no llegaban hasta ese punto.
En forma reiterada, la administración Santos fue advertida de que, en el evento de que lo anterior fuera posible, se respaldaría la implementación de lo acordado. Y se fue más allá.
También se anticipó que, dado el caso, el asunto del acuerdo hecho se sustraería del proceso electoral, es decir, el que se está desarrollando.
Infortunadamente, la soberbia fue la característica de esos días.
El jefe del ejecutivo creía que podía imponerlo todo. Suponía que la sola música falaz de la paz era suficiente para entusiasmar a la tribuna y ponerla en contra de quienes hacían críticas juiciosas, ponderadas, y advertían los peligros para la patria si, simplemente, se firmaba y punto. Los esfuerzos se hicieron hasta el último minuto.
Para perjuicio del país, el presidente tenía que viajar a recibir el premio nobel, y las Farc sentían, con razón, que esos afanes mesiánicos obraban a su favor, pues se convertían en más concesiones y entregas.
Los hechos le están dando la razón a quienes hicieron todo tipo de advertencias oportunamente, y actuaron con visión histórica. El panorama de ahora es el peor imaginable.
Las Farc reclaman el cumplimiento de los compromisos que Santos hizo con ellos, pero olvidan responder a las obligaciones propias.
El Congreso ha hecho modificaciones a lo firmado, en ejercicio de sus facultades, y con base en pronunciamientos de la Corte Constitucional.
Todo está en interinidad actualmente.
Y los candidatos de las Farc reciben en las calles las manifestaciones de protesta de quienes rechazan más de medio siglo de asesinatos, homicidios, secuestros, extorsiones, masacres, daños a la infraestructura civil, y otros graves crímenes.
Cómo sería de distinto el ambiente de la nación, si se hubiera alcanzado el gran acuerdo nacional para la paz que se propuso. Lástima. Por lo pronto, solo cabe preguntar: ¿Ahora si entienden, Presidente Santos y Timochenko?
Un episodio histórico, del cual tienen que desprenderse las responsabilidades correspondientes, es el que tuvo lugar después de la victoria del NO en el Plebiscito. Cuando la decisión del pueblo colombiano se conoció, el general de las fuerzas ganadoras, Álvaro Uribe Vélez, le propuso al país un gran acuerdo nacional para la paz, en lugar […]
Un episodio histórico, del cual tienen que desprenderse las responsabilidades correspondientes, es el que tuvo lugar después de la victoria del NO en el Plebiscito.
Cuando la decisión del pueblo colombiano se conoció, el general de las fuerzas ganadoras, Álvaro Uribe Vélez, le propuso al país un gran acuerdo nacional para la paz, en lugar de salir a cobrar en tono airado la victoria democrática que acababa de lograr. Esa actitud, en aquel momento, no fue bien comprendida.
Muchos la criticaron, sin contemplaciones, con el argumento de que el triunfo obtenido significaba que el acuerdo había que lanzarlo al cesto de la basura.
Según los amigos de esa tesis, respetable además, no había nada que hablar con el gobierno, por cuanto el veredicto de las urnas significaba la incineración del texto completo suscrito por Santos y Timochenko.
Sin embargo, se persistió. ¿Cuál fue la razón? Pues creer, sinceramente, que dar ese paso era de la mayor conveniencia nacional, por cuanto implicaría buscar la construcción de un camino sólido y duradero hacia la paz, no una vía llena de obstáculos, dificultades, y, en consecuencia, una especie de atajo pasajero.
De otro lado, obrar así, en aquel momento, correspondía a lo que se le había solicitado a los electores. Recordemos que muchas de las expresiones que respaldaron el NO le pidieron a los compatriotas apoyar esa postura, con el fin de buscar un acuerdo mejor.
Lo que se pretendía era hacer modificaciones de fondo a los puntos, claramente identificados e identificables, del texto convenido, que sufrían el rechazo de la gente, tratar de darle sostenibilidad a la búsqueda de la convivencia, y de cumplir con lo requerido en la campaña plebiscitaria. Las cosas no llegaban hasta ese punto.
En forma reiterada, la administración Santos fue advertida de que, en el evento de que lo anterior fuera posible, se respaldaría la implementación de lo acordado. Y se fue más allá.
También se anticipó que, dado el caso, el asunto del acuerdo hecho se sustraería del proceso electoral, es decir, el que se está desarrollando.
Infortunadamente, la soberbia fue la característica de esos días.
El jefe del ejecutivo creía que podía imponerlo todo. Suponía que la sola música falaz de la paz era suficiente para entusiasmar a la tribuna y ponerla en contra de quienes hacían críticas juiciosas, ponderadas, y advertían los peligros para la patria si, simplemente, se firmaba y punto. Los esfuerzos se hicieron hasta el último minuto.
Para perjuicio del país, el presidente tenía que viajar a recibir el premio nobel, y las Farc sentían, con razón, que esos afanes mesiánicos obraban a su favor, pues se convertían en más concesiones y entregas.
Los hechos le están dando la razón a quienes hicieron todo tipo de advertencias oportunamente, y actuaron con visión histórica. El panorama de ahora es el peor imaginable.
Las Farc reclaman el cumplimiento de los compromisos que Santos hizo con ellos, pero olvidan responder a las obligaciones propias.
El Congreso ha hecho modificaciones a lo firmado, en ejercicio de sus facultades, y con base en pronunciamientos de la Corte Constitucional.
Todo está en interinidad actualmente.
Y los candidatos de las Farc reciben en las calles las manifestaciones de protesta de quienes rechazan más de medio siglo de asesinatos, homicidios, secuestros, extorsiones, masacres, daños a la infraestructura civil, y otros graves crímenes.
Cómo sería de distinto el ambiente de la nación, si se hubiera alcanzado el gran acuerdo nacional para la paz que se propuso. Lástima. Por lo pronto, solo cabe preguntar: ¿Ahora si entienden, Presidente Santos y Timochenko?