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Columnista - 15 agosto, 2019

Por una Colombia decente

En todos los escenarios, la dirigencia política colombiana clama para que en nuestro país prevalezca la decencia. En realidad, mucho sofisma porque la gran mayoría de los políticos protagonistas de tan frecuente y ferviente clamor pocas veces son paradigmas de rectitud. El ejército colombiano siempre ha sido glorificado y, actualmente, está en la picota pública, […]

En todos los escenarios, la dirigencia política colombiana clama para que en nuestro país prevalezca la decencia. En realidad, mucho sofisma porque la gran mayoría de los políticos protagonistas de tan frecuente y ferviente clamor pocas veces son paradigmas de rectitud.

El ejército colombiano siempre ha sido glorificado y, actualmente, está en la picota pública, a raíz del escándalo mediático por los casos de altos oficiales involucrados en actos de corrupción. Como si esto fuera nuevo, siendo tan antiguo como la corruptela de la policía y el resto de las instituciones estatales. En las cuales conforman roscas para beneficios personales, especialmente en lo económico, que en el argot judicial se conoce como enriquecimiento ilícito, también como concierto para delinquir.

Desde antaño, en el Ejercito Nacional ha habido desenfreno, no obstante, a sus miembros se les distingue como ‘Héroes de la patria’. Nadie duda que en los soldados rasos y hasta en los mandos intermedios haya verdaderos héroes, empero lo más seguro es que entre los integrantes de la alta esfera militar no hay ninguno que merezca tan honrosa distinción.

No busco el enjuiciamiento de los altos mandos de nuestra fuerza pública, ni menoscabarlos, tampoco especular sobre si en el Ejército Nacional hay rencillas internas o cismas, posiblemente por la alta polarización presente en el país. Mi mensaje va dirigido a la gente decente de Colombia, de la cual se burlan los compatriotas inmorales, que en su interior menosprecian los principios y valores morales, ignorando que la decencia es lo más valioso de la humanidad.

La verdad es que la gente decente de Colombia está aburrida de que la gobiernen personas inescrupulosas, que solo les interesa obtener riqueza de cualquier manera, dejando a los pobres sin oportunidad de prosperar, que tampoco adquieran educación de esmerada calidad, ni reciban buenos servicios de salud; en fin, son fariseos egoístas y mezquinos. Ellos son los que en campañas políticas prometen maravillas, cometen fraudes electorales, reparten dadivas, compran votos a los electores y los transportan a los sitios de sufragio. Después les hacen fiestas con tamales y licor.

El objetivo principal de mi mensaje es la búsqueda de que nuestro país sea gobernado por líderes decentes. No es nada fácil y es un proceso a largo tiempo, durante el cual obtendremos el aprendizaje de la cultura de respeto a los derechos y libertades de nuestros semejantes, aprenderemos a cuidar el medio ambiente, a ser tolerantes en la convivencia y a disfrutar la vida sanamente.

Hay que castigar fuertemente a los delincuentes de cuello blanco y a todos los desfalcadores del erario, causantes de la baja inversión social que nos confina al rezago con pésimos indicadores en todas las mediciones de bienestar y progreso. Da grima que solo ocupamos primeros puestos en el cultivo de cocaína, en desplazamiento forzado y en la desigualdad de la repartición de la riqueza.  Cerca de 1,2 millones de colombianos, entre los 14 y los 28 años, están sin trabajo, siendo la población femenina la más afectada por esta problemática. Un verdadero caldo de cultivo para sicariato, atracos callejeros y prostitución infantil. Y todavía seguimos impávidos. ¡Qué horror!

Columnista
15 agosto, 2019

Por una Colombia decente

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

En todos los escenarios, la dirigencia política colombiana clama para que en nuestro país prevalezca la decencia. En realidad, mucho sofisma porque la gran mayoría de los políticos protagonistas de tan frecuente y ferviente clamor pocas veces son paradigmas de rectitud. El ejército colombiano siempre ha sido glorificado y, actualmente, está en la picota pública, […]


En todos los escenarios, la dirigencia política colombiana clama para que en nuestro país prevalezca la decencia. En realidad, mucho sofisma porque la gran mayoría de los políticos protagonistas de tan frecuente y ferviente clamor pocas veces son paradigmas de rectitud.

El ejército colombiano siempre ha sido glorificado y, actualmente, está en la picota pública, a raíz del escándalo mediático por los casos de altos oficiales involucrados en actos de corrupción. Como si esto fuera nuevo, siendo tan antiguo como la corruptela de la policía y el resto de las instituciones estatales. En las cuales conforman roscas para beneficios personales, especialmente en lo económico, que en el argot judicial se conoce como enriquecimiento ilícito, también como concierto para delinquir.

Desde antaño, en el Ejercito Nacional ha habido desenfreno, no obstante, a sus miembros se les distingue como ‘Héroes de la patria’. Nadie duda que en los soldados rasos y hasta en los mandos intermedios haya verdaderos héroes, empero lo más seguro es que entre los integrantes de la alta esfera militar no hay ninguno que merezca tan honrosa distinción.

No busco el enjuiciamiento de los altos mandos de nuestra fuerza pública, ni menoscabarlos, tampoco especular sobre si en el Ejército Nacional hay rencillas internas o cismas, posiblemente por la alta polarización presente en el país. Mi mensaje va dirigido a la gente decente de Colombia, de la cual se burlan los compatriotas inmorales, que en su interior menosprecian los principios y valores morales, ignorando que la decencia es lo más valioso de la humanidad.

La verdad es que la gente decente de Colombia está aburrida de que la gobiernen personas inescrupulosas, que solo les interesa obtener riqueza de cualquier manera, dejando a los pobres sin oportunidad de prosperar, que tampoco adquieran educación de esmerada calidad, ni reciban buenos servicios de salud; en fin, son fariseos egoístas y mezquinos. Ellos son los que en campañas políticas prometen maravillas, cometen fraudes electorales, reparten dadivas, compran votos a los electores y los transportan a los sitios de sufragio. Después les hacen fiestas con tamales y licor.

El objetivo principal de mi mensaje es la búsqueda de que nuestro país sea gobernado por líderes decentes. No es nada fácil y es un proceso a largo tiempo, durante el cual obtendremos el aprendizaje de la cultura de respeto a los derechos y libertades de nuestros semejantes, aprenderemos a cuidar el medio ambiente, a ser tolerantes en la convivencia y a disfrutar la vida sanamente.

Hay que castigar fuertemente a los delincuentes de cuello blanco y a todos los desfalcadores del erario, causantes de la baja inversión social que nos confina al rezago con pésimos indicadores en todas las mediciones de bienestar y progreso. Da grima que solo ocupamos primeros puestos en el cultivo de cocaína, en desplazamiento forzado y en la desigualdad de la repartición de la riqueza.  Cerca de 1,2 millones de colombianos, entre los 14 y los 28 años, están sin trabajo, siendo la población femenina la más afectada por esta problemática. Un verdadero caldo de cultivo para sicariato, atracos callejeros y prostitución infantil. Y todavía seguimos impávidos. ¡Qué horror!