Indignación y profundo desconcierto ha generado el rapto, el abuso sexual y el asesinato de Yuliana, una pequeñita de siete años. Produce desgarrador dolor por ella y por la familia a la que le fue arrebatada. Genera rabia, además, e impotencia. Y miedo. La sensación que tenemos todos los padres es que la amenaza está […]
Indignación y profundo desconcierto ha generado el rapto, el abuso sexual y el asesinato de Yuliana, una pequeñita de siete años. Produce desgarrador dolor por ella y por la familia a la que le fue arrebatada. Genera rabia, además, e impotencia. Y miedo. La sensación que tenemos todos los padres es que la amenaza está en cualquier lado.
El crimen y el tratamiento mediático y político que ha generado invitan a dos campos distintos de reflexiones. Si las cifras de los medios son ciertas, vivimos una verdadera pandemia. El director del Instituto de Medicina Legal afirmó que han estudiado dieciocho mil casos de abuso sexual a menores en los últimos diez meses. Es decir, si cada caso de eso fuera uno que de verdad ocurrió, ¡en Colombia se produce un caso de abuso sexual a menores cada 24 minutos! O más, seguramente, porque es seguro que muchos no se denuncian. Por definición las víctimas son menores, débiles, indefensos, aún en proceso de formación de su carácter y sin información sobre lo que pueden y deben hacer frente al abuso al que son sometidos.
Hay una cifra adicional que da el Director que invita al pánico: el 95 % de los agresores son personas conocidas y entre ellas muchas son del círculo más directo: padres, padrastros, abuelos, hermanos y tíos. Es decir, el caso de Yuliana, secuestrada en la calle y por un extraño, fue la excepción y no la regla. La agresión se presenta en casa y por cuenta de quienes tienen el deber de proteger a la criatura. Los casos se dan en todos los estratos socioeconómicos y en agresores de todos los niveles de educación.
Parece que vivimos en una sociedad con un número inmenso de pederastas. Depredadores cobardes que se aprovechan de la indefensión de sus víctimas y muchas veces, del amor de los niños a sus parientes mayores. No conozco cifras comparadas. ¿Pero hay más pederastas entre nosotros que en otras sociedades? ¿Influye en ello, además del machismo, la banalización de la violencia en los medios y la comercialización de la sexualidad? Probablemente, pero no debe ser razón suficiente, porque otras sociedades con esos mismos problemas y con el mismo nivel de desarrollo socioeconómico no muestran los niveles de abuso sexual a menores que padecemos nosotros.
¿Tenemos entonces una falla profunda en la educación sexual de nuestra gente? ¿Son decisivos entonces los altísimos niveles de impunidad que sufrimos? ¿La violencia política de tantas décadas nos insensibilizó? ¿La tolerancia social que termina por avalar al criminal con base en sus motivaciones?
Porque algo pasa si nos indignamos con el abuso y el asesinato de esta chiquita, pero creemos que en nombre de la paz está bien la impunidad de los miles de crímenes contra menores de edad, desde reclutarlos forzadamente hasta violarlos y asesinarlos, cometidos por las Farc.
Por Rafael Nieto Loaiza
Indignación y profundo desconcierto ha generado el rapto, el abuso sexual y el asesinato de Yuliana, una pequeñita de siete años. Produce desgarrador dolor por ella y por la familia a la que le fue arrebatada. Genera rabia, además, e impotencia. Y miedo. La sensación que tenemos todos los padres es que la amenaza está […]
Indignación y profundo desconcierto ha generado el rapto, el abuso sexual y el asesinato de Yuliana, una pequeñita de siete años. Produce desgarrador dolor por ella y por la familia a la que le fue arrebatada. Genera rabia, además, e impotencia. Y miedo. La sensación que tenemos todos los padres es que la amenaza está en cualquier lado.
El crimen y el tratamiento mediático y político que ha generado invitan a dos campos distintos de reflexiones. Si las cifras de los medios son ciertas, vivimos una verdadera pandemia. El director del Instituto de Medicina Legal afirmó que han estudiado dieciocho mil casos de abuso sexual a menores en los últimos diez meses. Es decir, si cada caso de eso fuera uno que de verdad ocurrió, ¡en Colombia se produce un caso de abuso sexual a menores cada 24 minutos! O más, seguramente, porque es seguro que muchos no se denuncian. Por definición las víctimas son menores, débiles, indefensos, aún en proceso de formación de su carácter y sin información sobre lo que pueden y deben hacer frente al abuso al que son sometidos.
Hay una cifra adicional que da el Director que invita al pánico: el 95 % de los agresores son personas conocidas y entre ellas muchas son del círculo más directo: padres, padrastros, abuelos, hermanos y tíos. Es decir, el caso de Yuliana, secuestrada en la calle y por un extraño, fue la excepción y no la regla. La agresión se presenta en casa y por cuenta de quienes tienen el deber de proteger a la criatura. Los casos se dan en todos los estratos socioeconómicos y en agresores de todos los niveles de educación.
Parece que vivimos en una sociedad con un número inmenso de pederastas. Depredadores cobardes que se aprovechan de la indefensión de sus víctimas y muchas veces, del amor de los niños a sus parientes mayores. No conozco cifras comparadas. ¿Pero hay más pederastas entre nosotros que en otras sociedades? ¿Influye en ello, además del machismo, la banalización de la violencia en los medios y la comercialización de la sexualidad? Probablemente, pero no debe ser razón suficiente, porque otras sociedades con esos mismos problemas y con el mismo nivel de desarrollo socioeconómico no muestran los niveles de abuso sexual a menores que padecemos nosotros.
¿Tenemos entonces una falla profunda en la educación sexual de nuestra gente? ¿Son decisivos entonces los altísimos niveles de impunidad que sufrimos? ¿La violencia política de tantas décadas nos insensibilizó? ¿La tolerancia social que termina por avalar al criminal con base en sus motivaciones?
Porque algo pasa si nos indignamos con el abuso y el asesinato de esta chiquita, pero creemos que en nombre de la paz está bien la impunidad de los miles de crímenes contra menores de edad, desde reclutarlos forzadamente hasta violarlos y asesinarlos, cometidos por las Farc.
Por Rafael Nieto Loaiza