La política se mueve entre el pragmatismo –real politik–, al que solo le importan los resultados y nos remite a Maquiavelo; y el idealismo, al que le importan los resultados, pero mediados por “la ética”, por la convicción ideológica de lo que es bueno y es malo, que nos remite a Platón y Aristóteles.
La política se mueve entre el pragmatismo –real politik–, al que solo le importan los resultados y nos remite a Maquiavelo; y el idealismo, al que le importan los resultados, pero mediados por “la ética”, por la convicción ideológica de lo que es bueno y es malo, que nos remite a Platón y Aristóteles.
En el primer político no hay consistencia entre su actuar y su discurso –promete y no cumple– y entre su discurso y sus convicciones, si estas no sirven a los resultados. El segundo siempre actúa como habla y como piensa. La coherencia, madre de la confiabilidad, es el sello de sus decisiones y ejecutorias.
Coherente ha sido la política exterior de Iván Duque. El ELN no podía llamarse a engaño si no renunciaba al secuestro, al terrorismo y sus actividades criminales como condición para una negociación. No era una condición advenediza, sino clara desde la campaña y desde su posición política en el Congreso.
Duque habría negociado con terroristas con voluntad efectiva de dejar de serlo, pero nunca con terroristas “en ejercicio”. Por eso Cuba y los países garantes tampoco podían llamarse a engaño, y por eso es coherente la solicitud al gobierno cubano, del cual también se espera coherencia con sus enfáticas declaraciones de rechazo al terrorismo. Si no entrega a los cabecillas elenos, quedará en tela de juicio su confiabilidad, que necesita para no volver a las listas negras de los países que promueven el terrorismo.
Tampoco el régimen de Maduro se podía llamar a engaño con “un nuevo mejor amigo”, pues Iván Duque lo había denunciado ante la Corte Penal Internacional en 2017. Eso es coherencia, como también su liderazgo en Latinoamérica y el mundo: en el Grupo de los 13, en la OEA, la ONU y la Unión Europea, para cerrarle el círculo al dictador. Las recientes decisiones de Estados Unidos y del Parlamento Europeo le dan la razón.
Y aunque la izquierda y algunos sectores, como era de esperarse, pusieron el grito en el cielo con el discurso de la libre determinación de los pueblos, mientras hacen oídos sordos al pueblo venezolano que, el sí, pide a gritos el apoyo del mundo, fueron también coherentes el oportuno reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela al día siguiente de su proclamación; y del embajador Humberto Calderón el mismo día de su nombramiento; y la lista de 200 colaboradores de la dictadura con prohibición de ingreso a nuestro país, encabezada por Maduro y Cabello.
No han faltado insultos: lacayo del imperialismo yanqui es lo menos; cuando lo que hay es coherencia, claridad en la larga relación con Estados Unidos en todos los frentes y, sobre todo, en la preservación de la democracia en el continente. Con Trump o sin Trump, las decisiones de Duque habrían sido las mismas. Cuando hay coherencia no importan las personas; importan las ideas.
La política se mueve entre el pragmatismo –real politik–, al que solo le importan los resultados y nos remite a Maquiavelo; y el idealismo, al que le importan los resultados, pero mediados por “la ética”, por la convicción ideológica de lo que es bueno y es malo, que nos remite a Platón y Aristóteles.
La política se mueve entre el pragmatismo –real politik–, al que solo le importan los resultados y nos remite a Maquiavelo; y el idealismo, al que le importan los resultados, pero mediados por “la ética”, por la convicción ideológica de lo que es bueno y es malo, que nos remite a Platón y Aristóteles.
En el primer político no hay consistencia entre su actuar y su discurso –promete y no cumple– y entre su discurso y sus convicciones, si estas no sirven a los resultados. El segundo siempre actúa como habla y como piensa. La coherencia, madre de la confiabilidad, es el sello de sus decisiones y ejecutorias.
Coherente ha sido la política exterior de Iván Duque. El ELN no podía llamarse a engaño si no renunciaba al secuestro, al terrorismo y sus actividades criminales como condición para una negociación. No era una condición advenediza, sino clara desde la campaña y desde su posición política en el Congreso.
Duque habría negociado con terroristas con voluntad efectiva de dejar de serlo, pero nunca con terroristas “en ejercicio”. Por eso Cuba y los países garantes tampoco podían llamarse a engaño, y por eso es coherente la solicitud al gobierno cubano, del cual también se espera coherencia con sus enfáticas declaraciones de rechazo al terrorismo. Si no entrega a los cabecillas elenos, quedará en tela de juicio su confiabilidad, que necesita para no volver a las listas negras de los países que promueven el terrorismo.
Tampoco el régimen de Maduro se podía llamar a engaño con “un nuevo mejor amigo”, pues Iván Duque lo había denunciado ante la Corte Penal Internacional en 2017. Eso es coherencia, como también su liderazgo en Latinoamérica y el mundo: en el Grupo de los 13, en la OEA, la ONU y la Unión Europea, para cerrarle el círculo al dictador. Las recientes decisiones de Estados Unidos y del Parlamento Europeo le dan la razón.
Y aunque la izquierda y algunos sectores, como era de esperarse, pusieron el grito en el cielo con el discurso de la libre determinación de los pueblos, mientras hacen oídos sordos al pueblo venezolano que, el sí, pide a gritos el apoyo del mundo, fueron también coherentes el oportuno reconocimiento de Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela al día siguiente de su proclamación; y del embajador Humberto Calderón el mismo día de su nombramiento; y la lista de 200 colaboradores de la dictadura con prohibición de ingreso a nuestro país, encabezada por Maduro y Cabello.
No han faltado insultos: lacayo del imperialismo yanqui es lo menos; cuando lo que hay es coherencia, claridad en la larga relación con Estados Unidos en todos los frentes y, sobre todo, en la preservación de la democracia en el continente. Con Trump o sin Trump, las decisiones de Duque habrían sido las mismas. Cuando hay coherencia no importan las personas; importan las ideas.