Lo he dicho muchas veces. En Colombia se ponen de moda ciertas expresiones y palabras, pero casi siempre por fuera de su significado etimológico y con pretensiones reduccionistas. Por lo general, son constructos políticos que tratan de ubicar al adversario o al simple discordante en el peor de los mundos, disociándolo y comparándolo con los […]
Lo he dicho muchas veces. En Colombia se ponen de moda ciertas expresiones y palabras, pero casi siempre por fuera de su significado etimológico y con pretensiones reduccionistas. Por lo general, son constructos políticos que tratan de ubicar al adversario o al simple discordante en el peor de los mundos, disociándolo y comparándolo con los agoreros del mal.
De esta categoría hace parte el verbo polarizar, como si la verdad los procedimientos y los caminos se situaran todos en la línea ecuatorial, como si en los polos la tierra se paralizara y la vida no existiera. Si alguien quiere salir de estos paralelos conceptuales es catalogado de polarizador.
Esta es la misma concepción medioeval de la Iglesia Católica que se negaba a aceptar la redondez de la tierra tal como lo planteaba Copérnico sino plana. Apartarse de este dogma significaba la muerte, así como murió Giordano Bruno y estuvo sentenciado Galileo. Así es hoy, nada ha evolucionado la humanidad desde entonces. La diferencia es que los dogmas de hoy son otros como el neoliberalismo, la economía fósil y mono dependiente, la minería, el feudalismo, la concentración de la riqueza, la justicia privada y otros pseudo valores de la sociedad de consumo.
Contradecirlos significa la muerte física o política, la satanización y el marginamiento forzoso. Polarizar es excluir. Este modelo de reducción de las ideas de otros ha tenido una amplia acogida en muchos sectores socio-políticos que suelen presentarse como alternativos pero que en el fondo son esquiroles o instrumentos de dichas tesis.
Ahora que se empieza a hablar de posibles alianzas con miras a enfrentar las elecciones presidenciales de 2022, buscando una apertura democrática que frene las aspiraciones totalitarias del partido de gobierno, ya surge la primera condición para esa unidad y es que no incluya a “polarizadores como Petro”. Esa condición la pusieron en el debate pasado De La calle, Robledo y Fajardo; de ellos se esperaba porque los cambios, así sean sutiles les asusta, de eso han vivido.
Por estos días escuché al senador “verde” Iván Marulanda decir lo mismo. De él esperaba más, lo he escuchado hace años desde la época del Nuevo Liberalismo y ahora en el Senado con suficiente profundidad. Me defraudó. Lo que sienten es temor por escrutarse con Petro en una consulta. Uno no polariza por revivir a Keynes, que nunca fue socialista ni castrochavista, pero sí tenía una mirada alterna a los clásicos de la economía capitalista, metiéndole alma a los procesos económicos.
Hablar así no hace a Petro polarizador, lo hace diferente; si proponer alternativas y llamar por su nombre a los mafiosos y denunciar lo malo es polarizar, bienvenida esta acepción. Hay grupos ‘tutifrutis’ disfrazados de alternativos que distraen a la opinión y prefieren el statu quo antes que el compromiso con los cambios cualitativos que demanda un país, pero tarde o temprano serán cooptados o fraccionados.
Por eso el Polo que es una acuarela de ideologías que iba desde los Moreno Rojas hasta Carlos Gaviria, se reventó; no aguantó más las alcabalas de Robledo para reducir la velocidad pese a la prisa que tiene Colombia por reivindicaciones de todo orden.
Lo he dicho muchas veces. En Colombia se ponen de moda ciertas expresiones y palabras, pero casi siempre por fuera de su significado etimológico y con pretensiones reduccionistas. Por lo general, son constructos políticos que tratan de ubicar al adversario o al simple discordante en el peor de los mundos, disociándolo y comparándolo con los […]
Lo he dicho muchas veces. En Colombia se ponen de moda ciertas expresiones y palabras, pero casi siempre por fuera de su significado etimológico y con pretensiones reduccionistas. Por lo general, son constructos políticos que tratan de ubicar al adversario o al simple discordante en el peor de los mundos, disociándolo y comparándolo con los agoreros del mal.
De esta categoría hace parte el verbo polarizar, como si la verdad los procedimientos y los caminos se situaran todos en la línea ecuatorial, como si en los polos la tierra se paralizara y la vida no existiera. Si alguien quiere salir de estos paralelos conceptuales es catalogado de polarizador.
Esta es la misma concepción medioeval de la Iglesia Católica que se negaba a aceptar la redondez de la tierra tal como lo planteaba Copérnico sino plana. Apartarse de este dogma significaba la muerte, así como murió Giordano Bruno y estuvo sentenciado Galileo. Así es hoy, nada ha evolucionado la humanidad desde entonces. La diferencia es que los dogmas de hoy son otros como el neoliberalismo, la economía fósil y mono dependiente, la minería, el feudalismo, la concentración de la riqueza, la justicia privada y otros pseudo valores de la sociedad de consumo.
Contradecirlos significa la muerte física o política, la satanización y el marginamiento forzoso. Polarizar es excluir. Este modelo de reducción de las ideas de otros ha tenido una amplia acogida en muchos sectores socio-políticos que suelen presentarse como alternativos pero que en el fondo son esquiroles o instrumentos de dichas tesis.
Ahora que se empieza a hablar de posibles alianzas con miras a enfrentar las elecciones presidenciales de 2022, buscando una apertura democrática que frene las aspiraciones totalitarias del partido de gobierno, ya surge la primera condición para esa unidad y es que no incluya a “polarizadores como Petro”. Esa condición la pusieron en el debate pasado De La calle, Robledo y Fajardo; de ellos se esperaba porque los cambios, así sean sutiles les asusta, de eso han vivido.
Por estos días escuché al senador “verde” Iván Marulanda decir lo mismo. De él esperaba más, lo he escuchado hace años desde la época del Nuevo Liberalismo y ahora en el Senado con suficiente profundidad. Me defraudó. Lo que sienten es temor por escrutarse con Petro en una consulta. Uno no polariza por revivir a Keynes, que nunca fue socialista ni castrochavista, pero sí tenía una mirada alterna a los clásicos de la economía capitalista, metiéndole alma a los procesos económicos.
Hablar así no hace a Petro polarizador, lo hace diferente; si proponer alternativas y llamar por su nombre a los mafiosos y denunciar lo malo es polarizar, bienvenida esta acepción. Hay grupos ‘tutifrutis’ disfrazados de alternativos que distraen a la opinión y prefieren el statu quo antes que el compromiso con los cambios cualitativos que demanda un país, pero tarde o temprano serán cooptados o fraccionados.
Por eso el Polo que es una acuarela de ideologías que iba desde los Moreno Rojas hasta Carlos Gaviria, se reventó; no aguantó más las alcabalas de Robledo para reducir la velocidad pese a la prisa que tiene Colombia por reivindicaciones de todo orden.