Las lágrimas de los árboles Son sus hojas secas
El viento abanica sus ramas,
Se retuercen y gimen los troncos,
esta misma briza estremece mi alma.
Al vaivén de los recuerdos….
aterrizo suavemente en mi infancia:
me sentí dueña de todo el universo,
sancochitos con hojas y agua
en ollas diminutas de barro.
El juego a la Marisola,
Blandas muñecas de trapo.
Pedazos de ladrillo que eran la panela,
Pesadillas con el Cuco,
la Llorona y los espantos.
Casitas de cartón
Con dormitorio y sala.
Agita sus brazos el aire
Y cambia mi alma de espacio,
Me lleva a la juventud:
A un primer amor,
Aún acariciar con las miradas,
a un suave encuentro de manos,
que tímidamente se entrelazan,
A las iniciales de su nombre
en la piel de un árbol perpetuadas.
A una serenata, a un heliotropo,
Que dejó su aroma en nuestras almas.
A un corazón que se sale del pecho,
Al recibir la primera carta.
Y mi espíritu inquieto vagando en el tiempo,
Se detiene en la madurez:
en el amor a los hermanos,
en el servicio a los demás,
en el deseo de siempre darnos,
sintiendo que nada es nuestro,
porque al morir…. todo lo dejamos!
Mesa maternal que nos das alimentos,
Escoba diligente que nos regalas el aseo,
nevera con el corazón helado,
siempre lista a refrescar las penas.
Bombillos con los ojos muy abiertos
Que iluminas nuestras faltas.
Plancha que con tu calor
desarrugas las tristezas.
Fogón que, con tus largos brazos,
nos preparas alimentos:
¡os invito a formar sindicatos,
por salarios jamás recibidos!
Las lágrimas de los árboles
Son sus hojas secas;
Por eso en su desahogo,
las van desprendiendo,
como se desprenden
suspiros y lágrimas,
cuando de amarguras
el alma está llena.
Pero hoy madrugué a ver mis almendros:
No había una hoja en la arena,
Era que los árboles estaban enamorados,
y por las noches,
habían convertido en flores sus penas
Las lágrimas de los árboles Son sus hojas secas
El viento abanica sus ramas,
Se retuercen y gimen los troncos,
esta misma briza estremece mi alma.
Al vaivén de los recuerdos….
aterrizo suavemente en mi infancia:
me sentí dueña de todo el universo,
sancochitos con hojas y agua
en ollas diminutas de barro.
El juego a la Marisola,
Blandas muñecas de trapo.
Pedazos de ladrillo que eran la panela,
Pesadillas con el Cuco,
la Llorona y los espantos.
Casitas de cartón
Con dormitorio y sala.
Agita sus brazos el aire
Y cambia mi alma de espacio,
Me lleva a la juventud:
A un primer amor,
Aún acariciar con las miradas,
a un suave encuentro de manos,
que tímidamente se entrelazan,
A las iniciales de su nombre
en la piel de un árbol perpetuadas.
A una serenata, a un heliotropo,
Que dejó su aroma en nuestras almas.
A un corazón que se sale del pecho,
Al recibir la primera carta.
Y mi espíritu inquieto vagando en el tiempo,
Se detiene en la madurez:
en el amor a los hermanos,
en el servicio a los demás,
en el deseo de siempre darnos,
sintiendo que nada es nuestro,
porque al morir…. todo lo dejamos!
Mesa maternal que nos das alimentos,
Escoba diligente que nos regalas el aseo,
nevera con el corazón helado,
siempre lista a refrescar las penas.
Bombillos con los ojos muy abiertos
Que iluminas nuestras faltas.
Plancha que con tu calor
desarrugas las tristezas.
Fogón que, con tus largos brazos,
nos preparas alimentos:
¡os invito a formar sindicatos,
por salarios jamás recibidos!
Las lágrimas de los árboles
Son sus hojas secas;
Por eso en su desahogo,
las van desprendiendo,
como se desprenden
suspiros y lágrimas,
cuando de amarguras
el alma está llena.
Pero hoy madrugué a ver mis almendros:
No había una hoja en la arena,
Era que los árboles estaban enamorados,
y por las noches,
habían convertido en flores sus penas