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Columnista - 13 mayo, 2013

Plegaria de las madres por la paz Columna por José Atuesta Mindiola

Toda madre es una santa por el amor que profesa; su fe es la triunfante esperanza y la abnegación, su fortaleza. Para salvar a un hijo, no hay caminos imposibles para una madre que busca en los laberintos de la sombra, el camino de la luz, y frente al anuncio triste de un dictamen médico, se aferra del poder de la oración para que Dios haga el milagro de prolongar la vida.

Por: José Atuesta Mindiola

Toda madre es una santa por el amor que profesa; su fe es la triunfante esperanza y la abnegación, su fortaleza. Para salvar a un hijo, no hay caminos imposibles  para una madre que busca en los laberintos de la sombra,  el camino de la luz, y frente al anuncio triste de un dictamen médico, se aferra del poder de  la  oración para que Dios haga el milagro de prolongar la vida.   

Todas las madres de Colombia y del mundo quieren vestirse de fiesta, lucir el color de los jardines para ofrendar a Dios sus cánticos de amor en compañía de sus hijos. Pero la vida, como la noche y el día, está llena de penumbra y de esplendor. 

Cada madre vive sus situaciones particulares. Unas viven la tranquilidad de los bienes terrenales y el sosiego espiritual de la bonanza. Muchas sueñan  con las condiciones elementales de la subsistencia, y la multiplicación de  sus plegarias son regocijo para el alma. Pero hay otras que llevan acuesta las agonías de los desplazados, esos desfiles trashumantes que no encuentran donde colgar sus sueños y entre desolación y ausencias huyen del miedo y la muerte. 

También algunas, viven las atrocidades de la ausencia por el terror del secuestro. Hay madres de sindicalistas, líderes defensores de los derechos humanos y de  periodistas que viven las tempestades de las amenazas. 

Las madres colombianas se han envejecidos por las largas promesas de paz entre la guerrilla y los gobernantes; ellas navegan en ríos de lágrimas por los grupos armados que en sus afanes guerra practican actos terroristas de lesa humanidad. 

Con las madres colombianas elevo esta plegaria. No pueden  seguir en reconcilio: la sangre con el fuego, la amenaza con el silencio, el gobernante con la corrupción, la delincuencia con la impunidad. Busquemos de manera inaplazable, la alianza de la paz y la esperanza. Ya basta de tanta sangre inútilmente derramada. La vida humana es irreparable. La riqueza humana es la vida, la música, la amistad, la fiesta, el paisaje;  no es la riqueza material, no es la tierra, no es el contrabando; es el trabajo honesto y eficiente. Es la búsqueda del bienestar social. El placer de la vida no es el sexo, es  la vida. La fuerza del amor  no es el  sexo, es el amor.  La madre siempre es madre; su misión es  anclar las bienaventuranzas en el mástil de las horas. 

Es cierto que la vida no existe sin la muerte; pero aunque nadie  quiere morir, añoramos una muerte natural. Todos los días hay que madres que celebran nacimientos y otras la despedida final de algunos de sus hijos. Hoy una querida madre vallenata, Lolita Acosta Maestre llora la muerte de su hijo Jaime, y su padre Gustavo Gutiérrez, el romántico cantor, calma su melancolía en estos versos:  

Efímera luz presente es el edén de la vida; nadie sabe la partida, no es noticia de la mente. Siempre somos recurrentes y preguntamos por qué, tan temprano se nos fue. O será que anda encubierta, la muerte atrás de la puerta, yo no sé, yo no sé. 
      

Columnista
13 mayo, 2013

Plegaria de las madres por la paz Columna por José Atuesta Mindiola

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Toda madre es una santa por el amor que profesa; su fe es la triunfante esperanza y la abnegación, su fortaleza. Para salvar a un hijo, no hay caminos imposibles para una madre que busca en los laberintos de la sombra, el camino de la luz, y frente al anuncio triste de un dictamen médico, se aferra del poder de la oración para que Dios haga el milagro de prolongar la vida.


Por: José Atuesta Mindiola

Toda madre es una santa por el amor que profesa; su fe es la triunfante esperanza y la abnegación, su fortaleza. Para salvar a un hijo, no hay caminos imposibles  para una madre que busca en los laberintos de la sombra,  el camino de la luz, y frente al anuncio triste de un dictamen médico, se aferra del poder de  la  oración para que Dios haga el milagro de prolongar la vida.   

Todas las madres de Colombia y del mundo quieren vestirse de fiesta, lucir el color de los jardines para ofrendar a Dios sus cánticos de amor en compañía de sus hijos. Pero la vida, como la noche y el día, está llena de penumbra y de esplendor. 

Cada madre vive sus situaciones particulares. Unas viven la tranquilidad de los bienes terrenales y el sosiego espiritual de la bonanza. Muchas sueñan  con las condiciones elementales de la subsistencia, y la multiplicación de  sus plegarias son regocijo para el alma. Pero hay otras que llevan acuesta las agonías de los desplazados, esos desfiles trashumantes que no encuentran donde colgar sus sueños y entre desolación y ausencias huyen del miedo y la muerte. 

También algunas, viven las atrocidades de la ausencia por el terror del secuestro. Hay madres de sindicalistas, líderes defensores de los derechos humanos y de  periodistas que viven las tempestades de las amenazas. 

Las madres colombianas se han envejecidos por las largas promesas de paz entre la guerrilla y los gobernantes; ellas navegan en ríos de lágrimas por los grupos armados que en sus afanes guerra practican actos terroristas de lesa humanidad. 

Con las madres colombianas elevo esta plegaria. No pueden  seguir en reconcilio: la sangre con el fuego, la amenaza con el silencio, el gobernante con la corrupción, la delincuencia con la impunidad. Busquemos de manera inaplazable, la alianza de la paz y la esperanza. Ya basta de tanta sangre inútilmente derramada. La vida humana es irreparable. La riqueza humana es la vida, la música, la amistad, la fiesta, el paisaje;  no es la riqueza material, no es la tierra, no es el contrabando; es el trabajo honesto y eficiente. Es la búsqueda del bienestar social. El placer de la vida no es el sexo, es  la vida. La fuerza del amor  no es el  sexo, es el amor.  La madre siempre es madre; su misión es  anclar las bienaventuranzas en el mástil de las horas. 

Es cierto que la vida no existe sin la muerte; pero aunque nadie  quiere morir, añoramos una muerte natural. Todos los días hay que madres que celebran nacimientos y otras la despedida final de algunos de sus hijos. Hoy una querida madre vallenata, Lolita Acosta Maestre llora la muerte de su hijo Jaime, y su padre Gustavo Gutiérrez, el romántico cantor, calma su melancolía en estos versos:  

Efímera luz presente es el edén de la vida; nadie sabe la partida, no es noticia de la mente. Siempre somos recurrentes y preguntamos por qué, tan temprano se nos fue. O será que anda encubierta, la muerte atrás de la puerta, yo no sé, yo no sé.