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Columnista - 21 julio, 2013

Pitos

Las sociedades civilizadas imponen reglas de conducta para todas las circunstancias posibles. Por el contrario, es propio de bárbaras naciones la exclusión de reglas o el desacato a las preexistentes. Mientras más culta sea una sociedad más respeto tiene por los derechos de los asociados.

Por Luis Augusto González Pimienta

Las sociedades civilizadas imponen reglas de conducta para todas las circunstancias posibles. Por el contrario, es propio de bárbaras naciones la exclusión de reglas o el desacato a las preexistentes. Mientras más culta sea una sociedad más respeto tiene por los derechos de los asociados.

Una de las manifestaciones evidentes de incultura ciudadana la constituye el uso excesivo de los pitos de los vehículos. Son justamente las personas de menor cultura las que más hacen sonar sus cláxones, con el agravante de que los adaptan para que su potencia acústica supere los decibeles permitidos.

El pito en Valledupar pareciera integrado a la naturaleza del conductor, que busca expresarse a través de él. Si el equipo de fútbol de sus preferencias gana sale en desfile a pitar por las calles; si se lanza un cedé del cantante preferido, pita; si pasa una dama de imponente figura, pita; si requiere una fruta de carretilla, pita; si el semáforo cambia de rojo a amarillo, pita; si hay un carro varado, pita; si se forma un trancón, pita; si quiere impedir que le limpien al parabrisas, pita. Triste o alegre, siempre pita. El pito es su compañero inseparable.

Cuando un extranjero llega a nuestro país se aterra de ver que nuestras gentes pitan por todo y no cuando es absolutamente necesario. La diferencia es abismal. En otras latitudes el pito es una herramienta ocasional y se castiga severamente el uso desmedido.

Con el propósito de reducir la contaminación auditiva, en Bogotá se ha dispuesto que quien abuse del pito pague una multa. Desconozco si en Valledupar existe una reglamentación similar, pero se me antoja que las multas que se impondrían por esta infracción servirían para llenar las descaecidas arcas del tránsito municipal.

Educar a nuestros conductores es una labor dispendiosa, pues tienen al pito no como instrumento auxiliar para prevenir accidentes, sino como arma para provocarlos. De allí que no sería descabellado pensar en una campaña para evitar el uso exagerado del claxon, comenzando por silenciarlos de un todo, por un día siquiera. La sociedad entera agradecería ese gesto humanitario, pues no hay nada que altere más los nervios que la pitadera desconsiderada.

Otra fórmula que podría intentarse es la de distribuir pitos de frecuencia alta para que sólo lo escuchen los conductores abusivos, como los silbatos para perros que los seres humanos no son capaces de detectar, que bien podría cambiarse por el de los ultrasonidos que emiten las ballenas y los delfines para sus comunicaciones. Lo importante, en últimas, es propiciar un ambiente descontaminado. He ahí una buena tarea.

Columnista
21 julio, 2013

Pitos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Luis Augusto González Pimienta

Las sociedades civilizadas imponen reglas de conducta para todas las circunstancias posibles. Por el contrario, es propio de bárbaras naciones la exclusión de reglas o el desacato a las preexistentes. Mientras más culta sea una sociedad más respeto tiene por los derechos de los asociados.


Por Luis Augusto González Pimienta

Las sociedades civilizadas imponen reglas de conducta para todas las circunstancias posibles. Por el contrario, es propio de bárbaras naciones la exclusión de reglas o el desacato a las preexistentes. Mientras más culta sea una sociedad más respeto tiene por los derechos de los asociados.

Una de las manifestaciones evidentes de incultura ciudadana la constituye el uso excesivo de los pitos de los vehículos. Son justamente las personas de menor cultura las que más hacen sonar sus cláxones, con el agravante de que los adaptan para que su potencia acústica supere los decibeles permitidos.

El pito en Valledupar pareciera integrado a la naturaleza del conductor, que busca expresarse a través de él. Si el equipo de fútbol de sus preferencias gana sale en desfile a pitar por las calles; si se lanza un cedé del cantante preferido, pita; si pasa una dama de imponente figura, pita; si requiere una fruta de carretilla, pita; si el semáforo cambia de rojo a amarillo, pita; si hay un carro varado, pita; si se forma un trancón, pita; si quiere impedir que le limpien al parabrisas, pita. Triste o alegre, siempre pita. El pito es su compañero inseparable.

Cuando un extranjero llega a nuestro país se aterra de ver que nuestras gentes pitan por todo y no cuando es absolutamente necesario. La diferencia es abismal. En otras latitudes el pito es una herramienta ocasional y se castiga severamente el uso desmedido.

Con el propósito de reducir la contaminación auditiva, en Bogotá se ha dispuesto que quien abuse del pito pague una multa. Desconozco si en Valledupar existe una reglamentación similar, pero se me antoja que las multas que se impondrían por esta infracción servirían para llenar las descaecidas arcas del tránsito municipal.

Educar a nuestros conductores es una labor dispendiosa, pues tienen al pito no como instrumento auxiliar para prevenir accidentes, sino como arma para provocarlos. De allí que no sería descabellado pensar en una campaña para evitar el uso exagerado del claxon, comenzando por silenciarlos de un todo, por un día siquiera. La sociedad entera agradecería ese gesto humanitario, pues no hay nada que altere más los nervios que la pitadera desconsiderada.

Otra fórmula que podría intentarse es la de distribuir pitos de frecuencia alta para que sólo lo escuchen los conductores abusivos, como los silbatos para perros que los seres humanos no son capaces de detectar, que bien podría cambiarse por el de los ultrasonidos que emiten las ballenas y los delfines para sus comunicaciones. Lo importante, en últimas, es propiciar un ambiente descontaminado. He ahí una buena tarea.