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Columnista - 9 diciembre, 2017

El pianista, una Batalla Interior

Quisiera aprovechar esta oportunidad para reseñar lo que en mí produjo una película denominada: “El pianista”. The pianist es una película dramática del año 2002 dirigida por Roman Polanski y con Adrien Brody como actor principal. La película es una adaptación de las memorias del músico polaco de origen judío W?adys?aw Szpilman y su contexto […]

Quisiera aprovechar esta oportunidad para reseñar lo que en mí produjo una película denominada: “El pianista”. The pianist es una película dramática del año 2002 dirigida por Roman Polanski y con Adrien Brody como actor principal. La película es una adaptación de las memorias del músico polaco de origen judío W?adys?aw Szpilman y su contexto histórico es la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), narrada desde Varsovia, capital de Polonia.

Esta obra magistral del séptimo arte, con un amplio palmarés, que pasa por los premios Óscar, Palma de Oro, Cannes, César, entre otros más, fundamentalmente narra el “Poder del mal en grande, el mal como una macro estructura”, cual organismo viviente dedicado a la maldad, se trata de un sistema organizado en torno al mal, visto como sumo bien: mal que cosifica a los seres humanos, mal que desarraiga a la familia, que produce dolor, desolación, frustración y muerte. Esto se logra leer entre líneas al ver la película, la realidad subyacente aflora y se hace perceptible como la punta de un iceberg: es el poder del mal que cohabita con la fuerza del bien en el lugar más misterioso del universo, el corazón humano.

Este escenario desolador, lo acompaña y llena de esperanza las notas musicales que interpreta el famoso “pianista polaco” a lo largo de la película, envuelto en este marco de miseria y dolor que es la guerra. Estamos frente a dos fuerzas que luchan y combaten por la victoria definitiva en el campo de la existencia humana. Sorprende el poder del mal cuando se arraiga en el corazón humano, da pavor, asusta, nos hace parecer peores que bestias, nos asemeja a demonios. Cuando la ambición por el poder y el dinero, prevalece en nuestras relaciones humanas, entonces, acontece la ruina y destrucción, lo quiero llamar: acontece el no Reino de Dios, es el reino de las tinieblas, el reino de satán. Esto es en lo cotidiano de la vida “cosificación de las personas y personificación de las cosas”, como lo enseña el sacerdote jesuita Juan C. Villegas.

Prueba de ello, son las guerras y desastres a lo largo de la historia. El testimonio más cercano del siglo XX, fueron las dos guerras mundiales, en ellas vemos lo más ruin, miserable y bajo del ser humano, al permitir crecer la semilla del egoísmo, del orgullo, del mal y la muerte en su interior, que se esparce como pólvora a campo abierto, arrasando todo lo que encuentra a su paso. Pero lo más asombroso de todo esto, es que basta un hombre o varios hombres, que abran su corazón al bien y desde allí brotará la esperanza, florecerá la fe y germinará el amor. Este amor que es más fuerte, es indestructible, capaz de destruir el mal y redimir al malvado, capaz de aniquilar el pecado y salvar al pecador. Este amor, se llama misericordia, cuyo rostro, nombre y voz, para nosotros los cristianos es Jesús de Nazaret.

En esa noche oscura, llamada “Guerra”, siempre ha habido, hay y habrá un espacio para el bien, así sea un ápice, un mínimo índice de bondad, siempre será suficiente para derrotar el mal, el pecado y la muerte. Imaginemos una habitación completamente oscura, si se abre un orificio, basta un rayo de luz para disipar la oscuridad. El corazón se llena de esperanza y alegría indescriptible, al confirmar que muchos hombres en medio del horror de la Segunda Guerra Mundial, tendieron la mano a los judíos, perseguidos injustamente solo por ser de esa nación. Fueron miles los héroes silenciosos que con su amor y bondad vencieron a millones de villanos, en los que el mal se encarnó como verdugos en esta época tétrica y oscura de la humanidad. Hoy esta gran batalla continúa y se libra nuevamente, no afuera, sino en el interior de cada ser humano, que decide: dejar que acontezca el Reino de Dios, Reino de Luz y Amor o el reino de satán, reino de las tinieblas y el egoísmo.

Columnista
9 diciembre, 2017

El pianista, una Batalla Interior

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Juan Carlos Mendoza

Quisiera aprovechar esta oportunidad para reseñar lo que en mí produjo una película denominada: “El pianista”. The pianist es una película dramática del año 2002 dirigida por Roman Polanski y con Adrien Brody como actor principal. La película es una adaptación de las memorias del músico polaco de origen judío W?adys?aw Szpilman y su contexto […]


Quisiera aprovechar esta oportunidad para reseñar lo que en mí produjo una película denominada: “El pianista”. The pianist es una película dramática del año 2002 dirigida por Roman Polanski y con Adrien Brody como actor principal. La película es una adaptación de las memorias del músico polaco de origen judío W?adys?aw Szpilman y su contexto histórico es la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), narrada desde Varsovia, capital de Polonia.

Esta obra magistral del séptimo arte, con un amplio palmarés, que pasa por los premios Óscar, Palma de Oro, Cannes, César, entre otros más, fundamentalmente narra el “Poder del mal en grande, el mal como una macro estructura”, cual organismo viviente dedicado a la maldad, se trata de un sistema organizado en torno al mal, visto como sumo bien: mal que cosifica a los seres humanos, mal que desarraiga a la familia, que produce dolor, desolación, frustración y muerte. Esto se logra leer entre líneas al ver la película, la realidad subyacente aflora y se hace perceptible como la punta de un iceberg: es el poder del mal que cohabita con la fuerza del bien en el lugar más misterioso del universo, el corazón humano.

Este escenario desolador, lo acompaña y llena de esperanza las notas musicales que interpreta el famoso “pianista polaco” a lo largo de la película, envuelto en este marco de miseria y dolor que es la guerra. Estamos frente a dos fuerzas que luchan y combaten por la victoria definitiva en el campo de la existencia humana. Sorprende el poder del mal cuando se arraiga en el corazón humano, da pavor, asusta, nos hace parecer peores que bestias, nos asemeja a demonios. Cuando la ambición por el poder y el dinero, prevalece en nuestras relaciones humanas, entonces, acontece la ruina y destrucción, lo quiero llamar: acontece el no Reino de Dios, es el reino de las tinieblas, el reino de satán. Esto es en lo cotidiano de la vida “cosificación de las personas y personificación de las cosas”, como lo enseña el sacerdote jesuita Juan C. Villegas.

Prueba de ello, son las guerras y desastres a lo largo de la historia. El testimonio más cercano del siglo XX, fueron las dos guerras mundiales, en ellas vemos lo más ruin, miserable y bajo del ser humano, al permitir crecer la semilla del egoísmo, del orgullo, del mal y la muerte en su interior, que se esparce como pólvora a campo abierto, arrasando todo lo que encuentra a su paso. Pero lo más asombroso de todo esto, es que basta un hombre o varios hombres, que abran su corazón al bien y desde allí brotará la esperanza, florecerá la fe y germinará el amor. Este amor que es más fuerte, es indestructible, capaz de destruir el mal y redimir al malvado, capaz de aniquilar el pecado y salvar al pecador. Este amor, se llama misericordia, cuyo rostro, nombre y voz, para nosotros los cristianos es Jesús de Nazaret.

En esa noche oscura, llamada “Guerra”, siempre ha habido, hay y habrá un espacio para el bien, así sea un ápice, un mínimo índice de bondad, siempre será suficiente para derrotar el mal, el pecado y la muerte. Imaginemos una habitación completamente oscura, si se abre un orificio, basta un rayo de luz para disipar la oscuridad. El corazón se llena de esperanza y alegría indescriptible, al confirmar que muchos hombres en medio del horror de la Segunda Guerra Mundial, tendieron la mano a los judíos, perseguidos injustamente solo por ser de esa nación. Fueron miles los héroes silenciosos que con su amor y bondad vencieron a millones de villanos, en los que el mal se encarnó como verdugos en esta época tétrica y oscura de la humanidad. Hoy esta gran batalla continúa y se libra nuevamente, no afuera, sino en el interior de cada ser humano, que decide: dejar que acontezca el Reino de Dios, Reino de Luz y Amor o el reino de satán, reino de las tinieblas y el egoísmo.