Sobre un organismo tan complejo como la personalidad, bien cabe pensar si su aclamado libre desarrollo tiene bases reales, o se trata sólo de un derecho como tantos, que no da la naturaleza ni establece la voluntad humana. Obsérvese que el desarrollo de la personalidad se encuentra condicionado, al menos en parte, por elementos como […]
Sobre un organismo tan complejo como la personalidad, bien cabe pensar si su aclamado libre desarrollo tiene bases reales, o se trata sólo de un derecho como tantos, que no da la naturaleza ni establece la voluntad humana.
Obsérvese que el desarrollo de la personalidad se encuentra condicionado, al menos en parte, por elementos como la herencia biológica, la herencia cultural y la crianza, situaciones que llegan a la vida de manera irresistible y como hechos consumados.
En realidad el hombre tiene poco margen para el desarrollo libre de su personalidad, aunque esta circunstancia dista mucho de dejarlo como un instrumento bruto de la fatalidad; varios recursos pueden esgrimirse para favorecer un desarrollo integral del ser, partiendo de la fuerza interior, podemos encontrar dos, el carácter y la voluntad.
Personalidad y carácter son dos conceptos muy relacionados, pero no deben confundirse, mientras la personalidad hace único al individuo, el carácter lo demuestra único.
Observemoslo a través de un ejemplo cotidiano. En un vecindario de bella e histórica arquitectura, pasan las décadas y por ausencia de una curaduría responsable, los edificios de arte vernáculo empiezan a caer en ruinas, ante la indiferencia de todos… Cada uno de los vecinos piensa diferente, pero actúan igual, solamente cuando entre ellos una voluntad se levanta para salvar el patrimonio histórico de su inminente desaparición, puede apreciarse un acto de carácter.
El carácter no es un factor aislado, demostrarlo en el diario vivir implica una integridad de espíritu qure sólo se logra con el ejercicio constante de la voluntad. Cuántas cosas bellas pueden apreciarse en una persona con carácter, los depositarios de este valor serán siempre ejemplo de las más altas virtudes.
Para desarrollar integralmente el ser, es necesario despertar primero su instinto de superación, atributo humano de exclusiva aplicación; es aquí donde la voluntad juega su crucial papel, pues ella, sin importar las limitaciones físicas o lo adverso de las circunstancias, es capaz de vencer cualquier obstáculo. Bien lo expresó el sabio Sócrates ante sus discípulos: “sí, yo también tenía una inclinación pasional hacia todos los vicios, pero mi voluntad ha roto todos esos impulsos”.
Por lo anterior, puede considerarse que el fin superior de la vida humana está en alcanzar el desarrollo integral del ser, en sus facultades mentales, estructura moral, aptitudes físicas, logros materiales y organización social; así los medios serán, el valor de la disciplina personal y la disposición de una sociedad, que en medio de su vanidad deberá procurar los espacios para que cada uno asuma su responsabilidad.
Sobre un organismo tan complejo como la personalidad, bien cabe pensar si su aclamado libre desarrollo tiene bases reales, o se trata sólo de un derecho como tantos, que no da la naturaleza ni establece la voluntad humana. Obsérvese que el desarrollo de la personalidad se encuentra condicionado, al menos en parte, por elementos como […]
Sobre un organismo tan complejo como la personalidad, bien cabe pensar si su aclamado libre desarrollo tiene bases reales, o se trata sólo de un derecho como tantos, que no da la naturaleza ni establece la voluntad humana.
Obsérvese que el desarrollo de la personalidad se encuentra condicionado, al menos en parte, por elementos como la herencia biológica, la herencia cultural y la crianza, situaciones que llegan a la vida de manera irresistible y como hechos consumados.
En realidad el hombre tiene poco margen para el desarrollo libre de su personalidad, aunque esta circunstancia dista mucho de dejarlo como un instrumento bruto de la fatalidad; varios recursos pueden esgrimirse para favorecer un desarrollo integral del ser, partiendo de la fuerza interior, podemos encontrar dos, el carácter y la voluntad.
Personalidad y carácter son dos conceptos muy relacionados, pero no deben confundirse, mientras la personalidad hace único al individuo, el carácter lo demuestra único.
Observemoslo a través de un ejemplo cotidiano. En un vecindario de bella e histórica arquitectura, pasan las décadas y por ausencia de una curaduría responsable, los edificios de arte vernáculo empiezan a caer en ruinas, ante la indiferencia de todos… Cada uno de los vecinos piensa diferente, pero actúan igual, solamente cuando entre ellos una voluntad se levanta para salvar el patrimonio histórico de su inminente desaparición, puede apreciarse un acto de carácter.
El carácter no es un factor aislado, demostrarlo en el diario vivir implica una integridad de espíritu qure sólo se logra con el ejercicio constante de la voluntad. Cuántas cosas bellas pueden apreciarse en una persona con carácter, los depositarios de este valor serán siempre ejemplo de las más altas virtudes.
Para desarrollar integralmente el ser, es necesario despertar primero su instinto de superación, atributo humano de exclusiva aplicación; es aquí donde la voluntad juega su crucial papel, pues ella, sin importar las limitaciones físicas o lo adverso de las circunstancias, es capaz de vencer cualquier obstáculo. Bien lo expresó el sabio Sócrates ante sus discípulos: “sí, yo también tenía una inclinación pasional hacia todos los vicios, pero mi voluntad ha roto todos esos impulsos”.
Por lo anterior, puede considerarse que el fin superior de la vida humana está en alcanzar el desarrollo integral del ser, en sus facultades mentales, estructura moral, aptitudes físicas, logros materiales y organización social; así los medios serán, el valor de la disciplina personal y la disposición de una sociedad, que en medio de su vanidad deberá procurar los espacios para que cada uno asuma su responsabilidad.