La bendición del recuerdo que atesoraba desde la infancia, lo motivó para encontrarse en su propio viaje a través de la disciplina y la responsabilidad en hacer siempre mejor su trabajo.
Darío Leguízamo Peñate cultivó el arte de ser humano. La tolerancia, el respeto, la amistad, el estudio y el trabajo fueron dimensiones que dignificaron su vida. Afirma Rob Reimer: “El arte de ser humano es encontrarnos en persona, y sentados en una gran mesa, seguir intercambiando ideas sobre lo que nos corresponde hacer durante nuestro propio viaje por esta vida y este mundo”.
La bendición del recuerdo que atesoraba desde la infancia, lo motivó para encontrarse en su propio viaje a través de la disciplina y la responsabilidad en hacer siempre mejor su trabajo. Su desempeño laboral lo realizó en diversas facetas de las artes, al punto de ser reconocido «Personaje arco iris»: gestor cultural, pedagogo que incitaba la epifanía de la lectura y el teatro, dinamizador en la organización de biblioteca, coordinador de foros y conversatorios y maestro de ceremonia en eventos académicos. Desde hace varios años venía ejerciendo sus funciones de asesor cultural de la biblioteca departamental Rafael Carrillo Lúquez, y era catedrático de la Universidad Popular del Cesar.
Fue un peregrino del bosque en su misión de despertar los ángeles de las artes que duermen en los jardines del corazón y la memoria. De los koguis hizo suya la palabra Yuluka, por eso repetía en su mente: “Ponte de acuerdo con las leyes de la madre Naturaleza, el pan lo da la tierra sin derramar sangre la hierba”. Y en la Nevada contemplaba el cóndor que se niega al descenso del último crepúsculo.
Estudioso de la tradición y las artes de la región, disfrutaba las obras pictóricas de Kajuma, Mono Quintero, Pacho Ruiz, Baldot, y de las esculturas de Jorge Maestre, Jhon Peñaloza y Misael Martínez.
Era un incansable lector y conocía las obras de los escritores del Cesar: Simón Martínez, Tomás Darío Gutiérrez, Luis Barros, Pedro Olivella, Jahel Peralta, Clemencia Tarifa, Alberto Murgas Guerra y José Atuesta, entre otros. De la escritora Mary Daza sentía el dolor constante de contar los muertos, y acompañó la lectura de poemas en la ‘Noche de las Velas Azules’. De Luis Mizar, los ‘Psalmos apócrifos’ le develaron las paradójicas cualidades de la experiencia humana, características de la poesía metafísica.
En su homenaje de despedida este poema ‘La vida sigue’:
Después de la muerte, la vida no es escombro ni ceniza que el tiempo convierte en su liturgia. Sólo el nombre y la breve caligrafía del epitafio permanecen en la tumba.
Fuera de la tumba, la vida sigue en el viento que esconde el sonoro silencio de la música. La vida sigue en la voz de los espejos que repiten la luz de la memoria. En el pájaro que deja sus alas y en el bosque de nubes se detiene.
La vida sigue en la roca donde el pez se cristaliza antes de beber la última gota del río. En el trapecio de la lluvia donde el relámpago cuelga sus secretos. La vida sigue en el relincho de la hierba cuando el jinete vuelve a su caballo. En la vigilia de la aldaba cuando la puerta recibe los golpes de la luz.
Por José Atuesta Mindiola
La bendición del recuerdo que atesoraba desde la infancia, lo motivó para encontrarse en su propio viaje a través de la disciplina y la responsabilidad en hacer siempre mejor su trabajo.
Darío Leguízamo Peñate cultivó el arte de ser humano. La tolerancia, el respeto, la amistad, el estudio y el trabajo fueron dimensiones que dignificaron su vida. Afirma Rob Reimer: “El arte de ser humano es encontrarnos en persona, y sentados en una gran mesa, seguir intercambiando ideas sobre lo que nos corresponde hacer durante nuestro propio viaje por esta vida y este mundo”.
La bendición del recuerdo que atesoraba desde la infancia, lo motivó para encontrarse en su propio viaje a través de la disciplina y la responsabilidad en hacer siempre mejor su trabajo. Su desempeño laboral lo realizó en diversas facetas de las artes, al punto de ser reconocido «Personaje arco iris»: gestor cultural, pedagogo que incitaba la epifanía de la lectura y el teatro, dinamizador en la organización de biblioteca, coordinador de foros y conversatorios y maestro de ceremonia en eventos académicos. Desde hace varios años venía ejerciendo sus funciones de asesor cultural de la biblioteca departamental Rafael Carrillo Lúquez, y era catedrático de la Universidad Popular del Cesar.
Fue un peregrino del bosque en su misión de despertar los ángeles de las artes que duermen en los jardines del corazón y la memoria. De los koguis hizo suya la palabra Yuluka, por eso repetía en su mente: “Ponte de acuerdo con las leyes de la madre Naturaleza, el pan lo da la tierra sin derramar sangre la hierba”. Y en la Nevada contemplaba el cóndor que se niega al descenso del último crepúsculo.
Estudioso de la tradición y las artes de la región, disfrutaba las obras pictóricas de Kajuma, Mono Quintero, Pacho Ruiz, Baldot, y de las esculturas de Jorge Maestre, Jhon Peñaloza y Misael Martínez.
Era un incansable lector y conocía las obras de los escritores del Cesar: Simón Martínez, Tomás Darío Gutiérrez, Luis Barros, Pedro Olivella, Jahel Peralta, Clemencia Tarifa, Alberto Murgas Guerra y José Atuesta, entre otros. De la escritora Mary Daza sentía el dolor constante de contar los muertos, y acompañó la lectura de poemas en la ‘Noche de las Velas Azules’. De Luis Mizar, los ‘Psalmos apócrifos’ le develaron las paradójicas cualidades de la experiencia humana, características de la poesía metafísica.
En su homenaje de despedida este poema ‘La vida sigue’:
Después de la muerte, la vida no es escombro ni ceniza que el tiempo convierte en su liturgia. Sólo el nombre y la breve caligrafía del epitafio permanecen en la tumba.
Fuera de la tumba, la vida sigue en el viento que esconde el sonoro silencio de la música. La vida sigue en la voz de los espejos que repiten la luz de la memoria. En el pájaro que deja sus alas y en el bosque de nubes se detiene.
La vida sigue en la roca donde el pez se cristaliza antes de beber la última gota del río. En el trapecio de la lluvia donde el relámpago cuelga sus secretos. La vida sigue en el relincho de la hierba cuando el jinete vuelve a su caballo. En la vigilia de la aldaba cuando la puerta recibe los golpes de la luz.
Por José Atuesta Mindiola