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Columnista - 13 junio, 2024

Perder o ganar la vida

“… y todo el que pierda su vida por causa de mí, la salvará” ( San Lucas 9,24) Toda persona que anhele encontrar un sentido de identidad y de destino, debe conocer a Dios de manera profunda y personal. Debemos saber quiénes somos y de qué estamos hechos. Saber de dónde venimos y ser conscientes […]

“… y todo el que pierda su vida por causa de mí, la salvará” ( San Lucas 9,24)

Toda persona que anhele encontrar un sentido de identidad y de destino, debe conocer a Dios de manera profunda y personal. Debemos saber quiénes somos y de qué estamos hechos. Saber de dónde venimos y ser conscientes que debemos enfrentar una serie de aflicciones que nos prueban, que haremos un largo viaje enfrentando a nuestros enemigos. Tambien necesitamos modelos a quienes seguir que nos enseñen el camino y nos corrijan durante la marcha; de ahí la importancia de volvernos a la fuente más asombrosa: ¡Dios mismo!

A pesar del pasado y los yerros y equivocaciones de una persona, Dios puede hacerse cargo de él durante su travesía y proporcionarle lo que había perdido, fomentando esperanza y confianza en sí mismo y en Dios como fuente de toda seguridad. La historia de la relación de una persona con Dios es el relato de cómo Dios lo llama, se encarga de guiarlo durante la travesía y le entrega una nueva identidad como hijo. Dios no es ese anciano de cabello blanco, sentado en su trono de gloria, esperando golpear el costado de la persona cuando esta se sale de la línea. 

La vida es un proceso que involucra un viaje y una serie de pruebas, a través de ellas vamos descubriendo nuestro verdadero ser y nuestro lugar en la historia. Llega el momento en que tenemos que correr el riesgo de dejar todo aquello que conocemos e ir con Dios a lo desconocido. El “Taller del Maestro” es el mejor lugar para ser restaurados y recompuestos. Durante mucho tiempo, la mayoría de nosotros hemos malinterpretado la vida y lo que Dios está haciendo, tratando de lograr que Dios haga que mi vida funcione mejor sin abrir un espacio en mis circunstancias y en mi corazón para comprobar su firme compromiso con nuestra restauración y liberación. Así, desde el lugar mismo de nuestras heridas y frustraciones vamos construyendo una falsa identidad, un falso yo. 

Dios frustra nuestro propio plan de salvación, hace añicos nuestros argumentos, las cosas que hacemos para salvar nuestra vida interior, son cosas que, en realidad, no servirán. Dios frustrará ese falso yo; a fin de darnos vida, quitará todo aquello en lo que nos hemos apoyado. Este es un momento muy difícil, porque parece que Dios se pone contra todo lo que ha significado vida para nosotros. ¡El Señor nos frustra para salvarnos! Si hemos de caminar con Dios debemos alejarnos de todo argumento que se levante en su contra y la vida abundante que nos ha prometido.

Es posible que, al apartarnos de ese falso entendimiento nos sintamos frágiles y expuestos. Sintamos la tentación de regresar a aquello que nos produce consuelo para buscar alivio, a esos lugares o personas en los que hemos hallado solaz y descanso. No es necesario aislarnos y convertirnos en ermitaños; sino alejarnos de todo aquello en lo que hemos puesto nuestra confianza por encima de Dios. Es menester dejar de buscar validación y sentido de suficiencia y competencia en otros. Creer que esas actividades o valores nos rescatarán y suplirán nuestras carencias. 

El desafío es lograr cambiar esas disposiciones. Preferir a Dios por encima de todas las cosas implica que puedo confiarle mi vida con la certeza que los brazos de la Cruz todavía son lo suficientemente fuertes para soportar el peso de nuestras vidas. 

¡Confiemos en Dios perpetuamente, en él está la fortaleza de los siglos! 

Abrazos y bendiciones. 

POR: VALERIO MEJÍA.

Columnista
13 junio, 2024

Perder o ganar la vida

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“… y todo el que pierda su vida por causa de mí, la salvará” ( San Lucas 9,24) Toda persona que anhele encontrar un sentido de identidad y de destino, debe conocer a Dios de manera profunda y personal. Debemos saber quiénes somos y de qué estamos hechos. Saber de dónde venimos y ser conscientes […]


“… y todo el que pierda su vida por causa de mí, la salvará” ( San Lucas 9,24)

Toda persona que anhele encontrar un sentido de identidad y de destino, debe conocer a Dios de manera profunda y personal. Debemos saber quiénes somos y de qué estamos hechos. Saber de dónde venimos y ser conscientes que debemos enfrentar una serie de aflicciones que nos prueban, que haremos un largo viaje enfrentando a nuestros enemigos. Tambien necesitamos modelos a quienes seguir que nos enseñen el camino y nos corrijan durante la marcha; de ahí la importancia de volvernos a la fuente más asombrosa: ¡Dios mismo!

A pesar del pasado y los yerros y equivocaciones de una persona, Dios puede hacerse cargo de él durante su travesía y proporcionarle lo que había perdido, fomentando esperanza y confianza en sí mismo y en Dios como fuente de toda seguridad. La historia de la relación de una persona con Dios es el relato de cómo Dios lo llama, se encarga de guiarlo durante la travesía y le entrega una nueva identidad como hijo. Dios no es ese anciano de cabello blanco, sentado en su trono de gloria, esperando golpear el costado de la persona cuando esta se sale de la línea. 

La vida es un proceso que involucra un viaje y una serie de pruebas, a través de ellas vamos descubriendo nuestro verdadero ser y nuestro lugar en la historia. Llega el momento en que tenemos que correr el riesgo de dejar todo aquello que conocemos e ir con Dios a lo desconocido. El “Taller del Maestro” es el mejor lugar para ser restaurados y recompuestos. Durante mucho tiempo, la mayoría de nosotros hemos malinterpretado la vida y lo que Dios está haciendo, tratando de lograr que Dios haga que mi vida funcione mejor sin abrir un espacio en mis circunstancias y en mi corazón para comprobar su firme compromiso con nuestra restauración y liberación. Así, desde el lugar mismo de nuestras heridas y frustraciones vamos construyendo una falsa identidad, un falso yo. 

Dios frustra nuestro propio plan de salvación, hace añicos nuestros argumentos, las cosas que hacemos para salvar nuestra vida interior, son cosas que, en realidad, no servirán. Dios frustrará ese falso yo; a fin de darnos vida, quitará todo aquello en lo que nos hemos apoyado. Este es un momento muy difícil, porque parece que Dios se pone contra todo lo que ha significado vida para nosotros. ¡El Señor nos frustra para salvarnos! Si hemos de caminar con Dios debemos alejarnos de todo argumento que se levante en su contra y la vida abundante que nos ha prometido.

Es posible que, al apartarnos de ese falso entendimiento nos sintamos frágiles y expuestos. Sintamos la tentación de regresar a aquello que nos produce consuelo para buscar alivio, a esos lugares o personas en los que hemos hallado solaz y descanso. No es necesario aislarnos y convertirnos en ermitaños; sino alejarnos de todo aquello en lo que hemos puesto nuestra confianza por encima de Dios. Es menester dejar de buscar validación y sentido de suficiencia y competencia en otros. Creer que esas actividades o valores nos rescatarán y suplirán nuestras carencias. 

El desafío es lograr cambiar esas disposiciones. Preferir a Dios por encima de todas las cosas implica que puedo confiarle mi vida con la certeza que los brazos de la Cruz todavía son lo suficientemente fuertes para soportar el peso de nuestras vidas. 

¡Confiemos en Dios perpetuamente, en él está la fortaleza de los siglos! 

Abrazos y bendiciones. 

POR: VALERIO MEJÍA.