Hace unos días escuché un buen artículo escrito por el doctor Pedro Norberto Castro Araújo refiriéndose orgullosamente al cumpleaños de su padre, un hombre que es ejemplo para quienes escogieron como profesión el noble ejercicio de la política. José Guillermo Castro Castro, el gran ‘Pepe’ Castro. Recuerdo que de niño lo veía llegar a mi […]
Hace unos días escuché un buen artículo escrito por el doctor Pedro Norberto Castro Araújo refiriéndose orgullosamente al cumpleaños de su padre, un hombre que es ejemplo para quienes escogieron como profesión el noble ejercicio de la política. José Guillermo Castro Castro, el gran ‘Pepe’ Castro.
Recuerdo que de niño lo veía llegar a mi casa materna, honrando la amistad que décadas atrás había construido mi abuelo Julio Calderón con su tío Pedro Castro Monsalvo y que luego mi madre y sus hermanos sellarían en un compadrazgo general, aún sin ahijados reales pero con la calidez de una sincera simpatía, que al acercarse cada elección se fundía en un apoyo político independiente al tipo de aspiración pepista.
Sus gestas electorales eran las nuestras, en una de ellas me picó el virus de la política. Recuerdo alguna vez que se inauguraba un comando, antiguo nombre de las sedes políticas, cuando muy niño llegué con mi tía Bolivia Calderón, la matrona de la familia, maravillado por el rojo intenso de aquellas paredes adornadas con afiches y la alegre armonía de la banda de músicos de viento de La Paz interpretando ‘El Muñeco’, un fandango que servía de autopista para que el político mostrara sus destrezas en el baile, mientras llegaban los oradores locales y regionales compensando con su floritura verbal las pocas palabras del carismático líder.
Los años pasaron y con ellos se fue la juventud del dirigente político, llegó la madurez y con ella la inteligencia que la capacidad de servicio y probada sensibilidad social opacaban.
Aparecieron las amenas crónicas, se fueron los ágiles movimientos. Hoy sigue caminando por polvorientos caminos o asfaltadas autopistas, de igual manera como lo vemos en Atánquez celebrando el Corpus Christi, en Guaymaral bailando canciones de la Nueva Ola o en La Paz cumpliendo su cita del 4 de octubre con San Francisco de Asís, lo encontramos en Mandinguilla alentando a Arturo Calderón en su quijotesca empresa de plantearle al Cesar una alternativa a la crisis de valores que antepone los caprichosos dineros al talento. Un hombre digno de admirar.
Esa admiración me llevó a tributarle un reconocimiento público en el marco del Festival Voces y Canciones de La Paz, allí los acordeones aplaudieron las calidades del hombre que se resiste a ser un cachivache viejo en el anaquel de la política, del enamorador que en cada pueblo tenía un amor y del amigo que nunca pensó en la traición para alcanzar un fin. Ojalá los mandatarios le hicieran el mejor homenaje tomando la vida pública de ‘Pepe’ Castro como decálogo de sus gobiernos, seguramente hoy las obras se terminarían buscando la satisfacción de necesidades básicas del pueblo y no la vanidad del gobernante de turno.
Desde estas humildes líneas deseo larga vida y salud a ese gran ser humano, paradigma de quienes creemos que solo tendremos paz cuando se reduzca la desigualdad social. Un abrazo.
[email protected]
@antoniomariaA
Hace unos días escuché un buen artículo escrito por el doctor Pedro Norberto Castro Araújo refiriéndose orgullosamente al cumpleaños de su padre, un hombre que es ejemplo para quienes escogieron como profesión el noble ejercicio de la política. José Guillermo Castro Castro, el gran ‘Pepe’ Castro. Recuerdo que de niño lo veía llegar a mi […]
Hace unos días escuché un buen artículo escrito por el doctor Pedro Norberto Castro Araújo refiriéndose orgullosamente al cumpleaños de su padre, un hombre que es ejemplo para quienes escogieron como profesión el noble ejercicio de la política. José Guillermo Castro Castro, el gran ‘Pepe’ Castro.
Recuerdo que de niño lo veía llegar a mi casa materna, honrando la amistad que décadas atrás había construido mi abuelo Julio Calderón con su tío Pedro Castro Monsalvo y que luego mi madre y sus hermanos sellarían en un compadrazgo general, aún sin ahijados reales pero con la calidez de una sincera simpatía, que al acercarse cada elección se fundía en un apoyo político independiente al tipo de aspiración pepista.
Sus gestas electorales eran las nuestras, en una de ellas me picó el virus de la política. Recuerdo alguna vez que se inauguraba un comando, antiguo nombre de las sedes políticas, cuando muy niño llegué con mi tía Bolivia Calderón, la matrona de la familia, maravillado por el rojo intenso de aquellas paredes adornadas con afiches y la alegre armonía de la banda de músicos de viento de La Paz interpretando ‘El Muñeco’, un fandango que servía de autopista para que el político mostrara sus destrezas en el baile, mientras llegaban los oradores locales y regionales compensando con su floritura verbal las pocas palabras del carismático líder.
Los años pasaron y con ellos se fue la juventud del dirigente político, llegó la madurez y con ella la inteligencia que la capacidad de servicio y probada sensibilidad social opacaban.
Aparecieron las amenas crónicas, se fueron los ágiles movimientos. Hoy sigue caminando por polvorientos caminos o asfaltadas autopistas, de igual manera como lo vemos en Atánquez celebrando el Corpus Christi, en Guaymaral bailando canciones de la Nueva Ola o en La Paz cumpliendo su cita del 4 de octubre con San Francisco de Asís, lo encontramos en Mandinguilla alentando a Arturo Calderón en su quijotesca empresa de plantearle al Cesar una alternativa a la crisis de valores que antepone los caprichosos dineros al talento. Un hombre digno de admirar.
Esa admiración me llevó a tributarle un reconocimiento público en el marco del Festival Voces y Canciones de La Paz, allí los acordeones aplaudieron las calidades del hombre que se resiste a ser un cachivache viejo en el anaquel de la política, del enamorador que en cada pueblo tenía un amor y del amigo que nunca pensó en la traición para alcanzar un fin. Ojalá los mandatarios le hicieran el mejor homenaje tomando la vida pública de ‘Pepe’ Castro como decálogo de sus gobiernos, seguramente hoy las obras se terminarían buscando la satisfacción de necesidades básicas del pueblo y no la vanidad del gobernante de turno.
Desde estas humildes líneas deseo larga vida y salud a ese gran ser humano, paradigma de quienes creemos que solo tendremos paz cuando se reduzca la desigualdad social. Un abrazo.
[email protected]
@antoniomariaA