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Columnista - 23 agosto, 2019

Peleando la buena batalla

“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna…” 1Timoteo 6,12. No hay honor en renunciar, sino en luchar hasta el final. Esto significa que nos mantendremos firmes en la Palabra, no dejando que las circunstancias nos convenzan con sus señales de derrota y frustración. Los ejércitos antiguos nos enseñan que […]

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“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna…” 1Timoteo 6,12.
No hay honor en renunciar, sino en luchar hasta el final. Esto significa que nos mantendremos firmes en la Palabra, no dejando que las circunstancias nos convenzan con sus señales de derrota y frustración.
Los ejércitos antiguos nos enseñan que la unidad era tan fuerte como lo eran cada uno de los eslabones de su cadena.

Los escudos cubrían la parte delantera del cuerpo, nunca la espalda, porque se pelearía de frente hasta el final. Los escudos entrelazados, protegían a todo el módulo, si alguien soltaba el escudo se creaba un punto débil en la línea.

La mayoría de las batallas en nuestras vidas, no están hechas para pelear solos. La sinergia como principio bíblico lo establece. Así pues, como esos ejércitos antiguos eran protegidos por su decisión de lucha y sus estrategias en el campo de batalla, también nosotros con el escudo de la fe debemos protegernos de todas las asechanzas del maligno.

Amados amigos: La Biblia nos anima a vencer siempre. Vencer significa simplemente, rehusarse a renunciar. Significa derrotar o rendir al oponente, superar las dificultades o estorbos obrando contra ellos. Mientras que renunciar significa desistir de algún empeño, hacer dejación voluntaria de algo que se tiene o se puede tener.

Los Salmos cuentan que, “los hijos de Efraín, arqueros muy diestros, volvieron las espaldas en el día de la batalla”. A pesar de ser de las tribus de Israel preparadas para defender y proteger a sus familias y a su fe, cuando el conflicto se puso álgido y sus hermanos los necesitaron, ellos prefirieron renunciar y desertaron del campo de batalla. Dieron la espalda no solamente a sí mismos y a sus compañeros, sino también a Dios por cuanto no quisieron guardar su pacto y andar en su ley.

No hay honor en claudicar. Somos llamados a ser vencedores y vencer requiere fuerza, decisión y valentía para enfrentar las batallas de la vida. La vida está llena de retos, de beligerancias en las que nos encontramos inmersos sin aviso.

Dios nunca prometió que la vida sería fácil, nunca prometió que estaríamos exentos de problemas y vicisitudes; pero si nos prometió que cuando pasemos por las aguas, él estará con nosotros; y si por los ríos, no nos anegarán. Cuando pasemos por el fuego no nos quemaremos ni la llama arderá en nosotros. Porque él estará con nosotros para siempre, todos los días hasta el fin de los tiempos.

Hay batallas diarias por librar y rendirse no es una opción. Somos llamados para levantarnos y enfrentar al enemigo. Dios nos dará las fuerzas para enfrentar los desafíos de los gigantes. Un gigante es alguien o algo que nos atemoriza, haciéndonos creer que nuestros problemas son más grandes que Dios y sus promesas. No aparecieron los gigantes en Egipto ni durante la travesía por el desierto, pero si aparecieron en la Tierra prometida. El único lugar donde veremos gigantes será en la tierra de las promesas que Dios tiene para nosotros.

¡A luchar con paso de vencedores!!
¡Abrazos y muchas bendiciones!

Columnista
23 agosto, 2019

Peleando la buena batalla

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna…” 1Timoteo 6,12. No hay honor en renunciar, sino en luchar hasta el final. Esto significa que nos mantendremos firmes en la Palabra, no dejando que las circunstancias nos convenzan con sus señales de derrota y frustración. Los ejércitos antiguos nos enseñan que […]


“Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna…” 1Timoteo 6,12.
No hay honor en renunciar, sino en luchar hasta el final. Esto significa que nos mantendremos firmes en la Palabra, no dejando que las circunstancias nos convenzan con sus señales de derrota y frustración.
Los ejércitos antiguos nos enseñan que la unidad era tan fuerte como lo eran cada uno de los eslabones de su cadena.

Los escudos cubrían la parte delantera del cuerpo, nunca la espalda, porque se pelearía de frente hasta el final. Los escudos entrelazados, protegían a todo el módulo, si alguien soltaba el escudo se creaba un punto débil en la línea.

La mayoría de las batallas en nuestras vidas, no están hechas para pelear solos. La sinergia como principio bíblico lo establece. Así pues, como esos ejércitos antiguos eran protegidos por su decisión de lucha y sus estrategias en el campo de batalla, también nosotros con el escudo de la fe debemos protegernos de todas las asechanzas del maligno.

Amados amigos: La Biblia nos anima a vencer siempre. Vencer significa simplemente, rehusarse a renunciar. Significa derrotar o rendir al oponente, superar las dificultades o estorbos obrando contra ellos. Mientras que renunciar significa desistir de algún empeño, hacer dejación voluntaria de algo que se tiene o se puede tener.

Los Salmos cuentan que, “los hijos de Efraín, arqueros muy diestros, volvieron las espaldas en el día de la batalla”. A pesar de ser de las tribus de Israel preparadas para defender y proteger a sus familias y a su fe, cuando el conflicto se puso álgido y sus hermanos los necesitaron, ellos prefirieron renunciar y desertaron del campo de batalla. Dieron la espalda no solamente a sí mismos y a sus compañeros, sino también a Dios por cuanto no quisieron guardar su pacto y andar en su ley.

No hay honor en claudicar. Somos llamados a ser vencedores y vencer requiere fuerza, decisión y valentía para enfrentar las batallas de la vida. La vida está llena de retos, de beligerancias en las que nos encontramos inmersos sin aviso.

Dios nunca prometió que la vida sería fácil, nunca prometió que estaríamos exentos de problemas y vicisitudes; pero si nos prometió que cuando pasemos por las aguas, él estará con nosotros; y si por los ríos, no nos anegarán. Cuando pasemos por el fuego no nos quemaremos ni la llama arderá en nosotros. Porque él estará con nosotros para siempre, todos los días hasta el fin de los tiempos.

Hay batallas diarias por librar y rendirse no es una opción. Somos llamados para levantarnos y enfrentar al enemigo. Dios nos dará las fuerzas para enfrentar los desafíos de los gigantes. Un gigante es alguien o algo que nos atemoriza, haciéndonos creer que nuestros problemas son más grandes que Dios y sus promesas. No aparecieron los gigantes en Egipto ni durante la travesía por el desierto, pero si aparecieron en la Tierra prometida. El único lugar donde veremos gigantes será en la tierra de las promesas que Dios tiene para nosotros.

¡A luchar con paso de vencedores!!
¡Abrazos y muchas bendiciones!