“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62 La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros. Pero, antes que Cristo […]
“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62
La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros.
Pero, antes que Cristo pudiera usar a Pedro, él tuvo que salir y llorar amargamente en arrepentimiento y humillación. Años antes, Pedro había sido llamado a seguir a Jesús, su entrega y obediencia había superado la prueba y durante los años de ministerio, también había demostrado una fe sincera. Muchas veces, se dejó llevar por su temperamento emotivo y voluble, pero, finalmente era un discípulo esplendido y ferviente.
Pedro, en las horas más aciagas, negó a su Señor. Es difícil comprender la profunda depresión en que se hundió, pero esa fue la crisis decisiva que produjo el cambio de actitud y ante aquella otra pregunta después de la resurrección: ¿Me amas? Tres veces tuvo que afirmar: ¡Tú sabes que te amo!
La semilla de cambio comenzó en Pedro cuando Jesús lo miró, llegó a su perfección cuando en Pentecostés fue lleno del Espíritu Santo. No solamente en el cambio de temor a atrevimiento y arrojo; sino también el cambio interior con la certeza del perdón y la reconciliación con su Maestro y Señor.
Queridos amigos, consideremos el cambio de ánimo operado en Pedro: Aquel Pedro que se agradaba y confiaba en sí mismo, lleno de equivocaciones e imprudencias, plano, simple e impetuoso; ahora lleno del Espíritu Santo se había convertido en un hombre valiente, arriesgado, dispuesto a asumir retos, desafíos y sufrimientos por amor a su Señor.
El corolario de esta historia es: Podemos ser creyentes fervientes, piadosos y consagrados, pero por causa de los apetitos de nuestra carne, seguir cometiendo errores infantiles e inconsecuentes con nuestra fe. El poder de la carne nos hace egoístas e insensibles, impide la manifestación del poder de Dios en nosotros.
¿Cómo fue que Pedro, el hombre carnal y voluntarioso, se convirtió en el predicador de Pentecostés y autor sagrado? Fue porque Cristo se hizo cargo de él. Cristo veló por él, le hizo crecer a pesar de sus errores, le enseño y le bendijo. En medio de su sufrimiento, Cristo no se olvidó de Pedro, sino que se volvió y lo miró con comprensión y ternura infinita. Y Pedro, saliendo lloró amargamente.
El mismo Cristo que transformó a Pedro de pusilánime a valiente, que lo llevó de la negación a la predicación profética, está esperando para hacerse cargo de todos nuestros yerros y convertirnos en valientes defensores de su Palabra. Su demanda es que reconozcamos con humildad que hemos fallado y necesitamos de su perdón.
¡Humillémonos ante Dios con reverencia y mansedumbre y él nos exaltará cuando fuere tiempo! Un fuerte abrazo y bendiciones de lo alto.
“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62 La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros. Pero, antes que Cristo […]
“Y Pedro, se acordó de la palabra del Señor… y saliendo, lloró amargamente”. San Lucas 22,61-62
La historia de Pedro y su arrepentimiento, nos llena de consuelo. Cuando consideramos su carácter, tan lleno de errores y equivocaciones y lo que Cristo hizo por él, podemos confiar que hay esperanza para nosotros.
Pero, antes que Cristo pudiera usar a Pedro, él tuvo que salir y llorar amargamente en arrepentimiento y humillación. Años antes, Pedro había sido llamado a seguir a Jesús, su entrega y obediencia había superado la prueba y durante los años de ministerio, también había demostrado una fe sincera. Muchas veces, se dejó llevar por su temperamento emotivo y voluble, pero, finalmente era un discípulo esplendido y ferviente.
Pedro, en las horas más aciagas, negó a su Señor. Es difícil comprender la profunda depresión en que se hundió, pero esa fue la crisis decisiva que produjo el cambio de actitud y ante aquella otra pregunta después de la resurrección: ¿Me amas? Tres veces tuvo que afirmar: ¡Tú sabes que te amo!
La semilla de cambio comenzó en Pedro cuando Jesús lo miró, llegó a su perfección cuando en Pentecostés fue lleno del Espíritu Santo. No solamente en el cambio de temor a atrevimiento y arrojo; sino también el cambio interior con la certeza del perdón y la reconciliación con su Maestro y Señor.
Queridos amigos, consideremos el cambio de ánimo operado en Pedro: Aquel Pedro que se agradaba y confiaba en sí mismo, lleno de equivocaciones e imprudencias, plano, simple e impetuoso; ahora lleno del Espíritu Santo se había convertido en un hombre valiente, arriesgado, dispuesto a asumir retos, desafíos y sufrimientos por amor a su Señor.
El corolario de esta historia es: Podemos ser creyentes fervientes, piadosos y consagrados, pero por causa de los apetitos de nuestra carne, seguir cometiendo errores infantiles e inconsecuentes con nuestra fe. El poder de la carne nos hace egoístas e insensibles, impide la manifestación del poder de Dios en nosotros.
¿Cómo fue que Pedro, el hombre carnal y voluntarioso, se convirtió en el predicador de Pentecostés y autor sagrado? Fue porque Cristo se hizo cargo de él. Cristo veló por él, le hizo crecer a pesar de sus errores, le enseño y le bendijo. En medio de su sufrimiento, Cristo no se olvidó de Pedro, sino que se volvió y lo miró con comprensión y ternura infinita. Y Pedro, saliendo lloró amargamente.
El mismo Cristo que transformó a Pedro de pusilánime a valiente, que lo llevó de la negación a la predicación profética, está esperando para hacerse cargo de todos nuestros yerros y convertirnos en valientes defensores de su Palabra. Su demanda es que reconozcamos con humildad que hemos fallado y necesitamos de su perdón.
¡Humillémonos ante Dios con reverencia y mansedumbre y él nos exaltará cuando fuere tiempo! Un fuerte abrazo y bendiciones de lo alto.