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Columnista - 26 diciembre, 2013

Partió el humilde viajero

Por Raúl Bermúdez Márquez “Es un mensaje de este corazón, que poco le interesa proseguir en la batalla” (Diomedes Díaz en su último trabajo musical) Inevitable referirse al acontecimiento que el 22 de diciembre pasado sacudió las fibras más sensibles del país vallenato: la muerte del ídolo indiscutible, del campesino dotado de una creatividad asombrosa que […]

Por Raúl Bermúdez Márquez

“Es un mensaje de este corazón, que poco le interesa proseguir en la batalla”

(Diomedes Díaz en su último trabajo musical)

Inevitable referirse al acontecimiento que el 22 de diciembre pasado sacudió las fibras más sensibles del país vallenato: la muerte del ídolo indiscutible, del campesino dotado de una creatividad asombrosa que desafío los límites de la imaginación, del irreverente inofensivo que fue capaz de pasar por encima del mero interés mercantilista y se dedicó a cuidar y engrandecer las raíces primigenias del auténtico folclor vallenato, en síntesis, del más grande intérprete de la música vallenata de todos los tiempos, tal como lo reconoció Poncho Zuleta en una impecable y conmovedora intervención ante el ataúd del Cacique en la Plaza Alfonso López.

Contrario a lo que se dice, Diomedes ya no le temía a la muerte. La había toreado con éxito tantas veces, pero en los últimos tiempos llegó a concebirla como la poción mágica que lo liberaría de todos sus padecimientos: “ella es el aliciente de mis penas, ella me cicatriza las heridas”. Sí, corriendo el riesgo de pasar por temerario, me atrevo a aseverar que en su último trabajo musical Diomedes no le dio la connotación que el autor de el “Humilde Viajero”, el patillalero Edilberto Daza le otorgaba al pronombre personal “ella”: mientras el “mono” Daza se dolía de una mujer muy significativa para sus afectos, para Diomedes, el ella lastimero que difundió a través de las ondas sonoras tenía una connotación especial: se refería a la muerte. Por eso quiso cerrar con broche de oro su ciclo y haciendo un esfuerzo descomunal le regaló al mundo una de sus mejores obras musicales.

Cuando vio ante sí la obra maestra llamó a su hijo Martín Elías para decirle: “bueno Martín ya me puedo morir tranquilo, ya estoy cansado y tú estás para seguir” No se quedó a descansar el fin de semana en Barranquilla como acostumbraba, sino que llamó a sus músicos le entregó 2 millones de pesos a cada uno para que pasaran bien la navidad y se enrumbó inmediatamente para Valledupar. El sábado recogió sus pasos por La Junta y Carrizal departiendo con sus amigos más cercanos, y el domingo 22 de diciembre se sumió en un sueño eterno, allí, en su casa del barrio Los Ángeles de Valledupar, la tierra que lo amó hasta el delirio y le perdonó todas sus travesuras. Frente al Cerro Murillo, formación rocosa que vio a la heroína Loperena firmar el acta de independencia de Valledupar y que custodia desde siglos los ríos Guatapurí y Badillo y las sabanas que fueron testigos de su niñez y adolescencia, El Cacique sintió los últimos latidos de un corazón que ya no le interesaba proseguir en la batalla. Un sentido adiós al humilde viajero que sin rumbo emprende el camino.

Columnista
26 diciembre, 2013

Partió el humilde viajero

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Por Raúl Bermúdez Márquez “Es un mensaje de este corazón, que poco le interesa proseguir en la batalla” (Diomedes Díaz en su último trabajo musical) Inevitable referirse al acontecimiento que el 22 de diciembre pasado sacudió las fibras más sensibles del país vallenato: la muerte del ídolo indiscutible, del campesino dotado de una creatividad asombrosa que […]


Por Raúl Bermúdez Márquez

“Es un mensaje de este corazón, que poco le interesa proseguir en la batalla”

(Diomedes Díaz en su último trabajo musical)

Inevitable referirse al acontecimiento que el 22 de diciembre pasado sacudió las fibras más sensibles del país vallenato: la muerte del ídolo indiscutible, del campesino dotado de una creatividad asombrosa que desafío los límites de la imaginación, del irreverente inofensivo que fue capaz de pasar por encima del mero interés mercantilista y se dedicó a cuidar y engrandecer las raíces primigenias del auténtico folclor vallenato, en síntesis, del más grande intérprete de la música vallenata de todos los tiempos, tal como lo reconoció Poncho Zuleta en una impecable y conmovedora intervención ante el ataúd del Cacique en la Plaza Alfonso López.

Contrario a lo que se dice, Diomedes ya no le temía a la muerte. La había toreado con éxito tantas veces, pero en los últimos tiempos llegó a concebirla como la poción mágica que lo liberaría de todos sus padecimientos: “ella es el aliciente de mis penas, ella me cicatriza las heridas”. Sí, corriendo el riesgo de pasar por temerario, me atrevo a aseverar que en su último trabajo musical Diomedes no le dio la connotación que el autor de el “Humilde Viajero”, el patillalero Edilberto Daza le otorgaba al pronombre personal “ella”: mientras el “mono” Daza se dolía de una mujer muy significativa para sus afectos, para Diomedes, el ella lastimero que difundió a través de las ondas sonoras tenía una connotación especial: se refería a la muerte. Por eso quiso cerrar con broche de oro su ciclo y haciendo un esfuerzo descomunal le regaló al mundo una de sus mejores obras musicales.

Cuando vio ante sí la obra maestra llamó a su hijo Martín Elías para decirle: “bueno Martín ya me puedo morir tranquilo, ya estoy cansado y tú estás para seguir” No se quedó a descansar el fin de semana en Barranquilla como acostumbraba, sino que llamó a sus músicos le entregó 2 millones de pesos a cada uno para que pasaran bien la navidad y se enrumbó inmediatamente para Valledupar. El sábado recogió sus pasos por La Junta y Carrizal departiendo con sus amigos más cercanos, y el domingo 22 de diciembre se sumió en un sueño eterno, allí, en su casa del barrio Los Ángeles de Valledupar, la tierra que lo amó hasta el delirio y le perdonó todas sus travesuras. Frente al Cerro Murillo, formación rocosa que vio a la heroína Loperena firmar el acta de independencia de Valledupar y que custodia desde siglos los ríos Guatapurí y Badillo y las sabanas que fueron testigos de su niñez y adolescencia, El Cacique sintió los últimos latidos de un corazón que ya no le interesaba proseguir en la batalla. Un sentido adiós al humilde viajero que sin rumbo emprende el camino.