El desembarco de Ernest Hemingway en París fue vivido como una epifanía. Al “llegar a todo aquel nuevo mundo de la literatura”, cual don Quijote, pasaba las noches en claro inmerso en el mundo maravilloso de la recién traducida literatura rusa del siglo XIX: «…Por mucho tiempo solo estuvieron los rusos».
“Si tienes la suerte de haber vivido
en París cuando joven, luego París te
acompañará, vayas a donde vayas,
todo el resto de tu vida, ya que París
es una fiesta que nos sigue”: Ernest Hemingway
Rainer Maria Rilke (1875-1926) escribió Cartas a un joven poeta entre 1903 y 1906, y fueron publicadas póstumamente en formato de libro en 1929. En tránsito hacia la madurez, Rilke se dirigía a un muchacho que sentía el llamado de escribir poesía.
Desde entonces los jóvenes del mundo, cuya formación como poetas aún está en ciernes, le rinden un culto análogo a la devoción religiosa. París era una fiesta, de Ernest Hemingway (1899-1962), es publicado, póstumamente, en 1964.
Un manual profano, en la intención de escribir para una audiencia de jóvenes –como él a sus veinte años–, que no desean otra cosa en el mundo que ser escritores.
París era una fiesta, escrito por Hemingway ya en el crepúsculo de su vida, narra las tempranas memorias de lo vivido en París, junto a su primera esposa Hadley Richardson, entre los años 1921 y 1926. De lo narrado en esa obra destaco dos núcleos temáticos: el oficio de escritor y las influencias.
Oficio hay desde el principio, en la labor de periodista o autor de cuentos. En efecto, desde las primeras líneas ya nos dice: «…Saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir».
La inspiración siempre lo sorprendía trabajando: «El cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso». Desde sus vivencias tiende hilos de comunicación con lectores que en ese momento habitaban más en su imaginación que en los libros, aún por escribir: «No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica». En otras palabras, sugiere que lo puesto en ‘el papel de la ficción’ debe quedar tan bien escrito que parezca verdad.
Aunque no lo mencione, es notable que Hemingway conocía y seguía la estética kafkiana de escribir con las palabras que los personajes usarían en actos comunicativos reales, y si el efecto es el que se ha buscado, esas palabras “son necesarias” para que el cuento “suene a verdadero”.
En el oficio de orfebre de la palabra, Hemingway nos comparte una rutina, clave: «Mientras estaba trabajando en algo mío, me resultaba necesario leer al acabar de escribir. Si uno sigue pensando en lo que escribe, pierde el hilo y al día siguiente no hay modo de continuar».
El desembarco de Ernest Hemingway en París fue vivido como una epifanía. Al “llegar a todo aquel nuevo mundo de la literatura”, cual don Quijote, pasaba las noches en claro inmerso en el mundo maravilloso de la recién traducida literatura rusa del siglo XIX: «…Por mucho tiempo solo estuvieron los rusos».
Y cómo no destacar el caso extraño y hasta milagroso de Dostoyevski, un ‘mal escritor’ consentido por el genio y por los dioses, «…no acabo de entenderlo. ¿Cómo puede escribir tan mal, tan increíblemente mal, y hacernos sentir tan hondamente? Había cosas increíbles y que no se debían creer, pero había algunas tan verdaderas que uno cambiaba a medida que las leía. La flaqueza y la locura, la malignidad y la santidad, la insania del juego, estaban allí para que uno las conociera».
Y cómo no, el lector Hemingway nos habla de Tolstoi, “es muy buen escritor”, nos dice; y su obra maestra, de aliento épico, La guerra y la paz, es “probablemente la mejor novela que existe, y uno puede releerla y releerla”. Y no fue menor el entusiasmo que sintió al leer a Turgenev, Gogol y Chéjov.
Otras influencias de Hemingway, en su formación de escritor, fueron: Joyce, Ulises; D. H. Lawrence, Hijos y amantes; Scott Fitzgerald, The Great Gatsby… En una vivencia, de rasgos ‘esquizofrénicos’, que parece el estigma común de grandes artistas, el joven Hemingway escuchaba voces: «…la idea que yo tenía de mi grandeza como escritor es que era un secreto muy bien guardado entre mi mujer y yo». De eso, y más, nos habla Hemingway en París era una fiesta, “según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices”.
El desembarco de Ernest Hemingway en París fue vivido como una epifanía. Al “llegar a todo aquel nuevo mundo de la literatura”, cual don Quijote, pasaba las noches en claro inmerso en el mundo maravilloso de la recién traducida literatura rusa del siglo XIX: «…Por mucho tiempo solo estuvieron los rusos».
“Si tienes la suerte de haber vivido
en París cuando joven, luego París te
acompañará, vayas a donde vayas,
todo el resto de tu vida, ya que París
es una fiesta que nos sigue”: Ernest Hemingway
Rainer Maria Rilke (1875-1926) escribió Cartas a un joven poeta entre 1903 y 1906, y fueron publicadas póstumamente en formato de libro en 1929. En tránsito hacia la madurez, Rilke se dirigía a un muchacho que sentía el llamado de escribir poesía.
Desde entonces los jóvenes del mundo, cuya formación como poetas aún está en ciernes, le rinden un culto análogo a la devoción religiosa. París era una fiesta, de Ernest Hemingway (1899-1962), es publicado, póstumamente, en 1964.
Un manual profano, en la intención de escribir para una audiencia de jóvenes –como él a sus veinte años–, que no desean otra cosa en el mundo que ser escritores.
París era una fiesta, escrito por Hemingway ya en el crepúsculo de su vida, narra las tempranas memorias de lo vivido en París, junto a su primera esposa Hadley Richardson, entre los años 1921 y 1926. De lo narrado en esa obra destaco dos núcleos temáticos: el oficio de escritor y las influencias.
Oficio hay desde el principio, en la labor de periodista o autor de cuentos. En efecto, desde las primeras líneas ya nos dice: «…Saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir».
La inspiración siempre lo sorprendía trabajando: «El cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso». Desde sus vivencias tiende hilos de comunicación con lectores que en ese momento habitaban más en su imaginación que en los libros, aún por escribir: «No te preocupes. Hasta ahora has escrito y seguirás escribiendo. Lo único que tienes que hacer es escribir una frase verídica». En otras palabras, sugiere que lo puesto en ‘el papel de la ficción’ debe quedar tan bien escrito que parezca verdad.
Aunque no lo mencione, es notable que Hemingway conocía y seguía la estética kafkiana de escribir con las palabras que los personajes usarían en actos comunicativos reales, y si el efecto es el que se ha buscado, esas palabras “son necesarias” para que el cuento “suene a verdadero”.
En el oficio de orfebre de la palabra, Hemingway nos comparte una rutina, clave: «Mientras estaba trabajando en algo mío, me resultaba necesario leer al acabar de escribir. Si uno sigue pensando en lo que escribe, pierde el hilo y al día siguiente no hay modo de continuar».
El desembarco de Ernest Hemingway en París fue vivido como una epifanía. Al “llegar a todo aquel nuevo mundo de la literatura”, cual don Quijote, pasaba las noches en claro inmerso en el mundo maravilloso de la recién traducida literatura rusa del siglo XIX: «…Por mucho tiempo solo estuvieron los rusos».
Y cómo no destacar el caso extraño y hasta milagroso de Dostoyevski, un ‘mal escritor’ consentido por el genio y por los dioses, «…no acabo de entenderlo. ¿Cómo puede escribir tan mal, tan increíblemente mal, y hacernos sentir tan hondamente? Había cosas increíbles y que no se debían creer, pero había algunas tan verdaderas que uno cambiaba a medida que las leía. La flaqueza y la locura, la malignidad y la santidad, la insania del juego, estaban allí para que uno las conociera».
Y cómo no, el lector Hemingway nos habla de Tolstoi, “es muy buen escritor”, nos dice; y su obra maestra, de aliento épico, La guerra y la paz, es “probablemente la mejor novela que existe, y uno puede releerla y releerla”. Y no fue menor el entusiasmo que sintió al leer a Turgenev, Gogol y Chéjov.
Otras influencias de Hemingway, en su formación de escritor, fueron: Joyce, Ulises; D. H. Lawrence, Hijos y amantes; Scott Fitzgerald, The Great Gatsby… En una vivencia, de rasgos ‘esquizofrénicos’, que parece el estigma común de grandes artistas, el joven Hemingway escuchaba voces: «…la idea que yo tenía de mi grandeza como escritor es que era un secreto muy bien guardado entre mi mujer y yo». De eso, y más, nos habla Hemingway en París era una fiesta, “según era en los primeros tiempos, cuando éramos muy pobres y muy felices”.