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Columnista - 11 abril, 2012

Para Ver Mejor La Cumbre: Retrocede hasta Schamballah*

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro La miseria de la grandeza está en que hay que edificarla sobre cadáveres mancillados. Los colombianos estamos siendo conducidos por un espejismo llamado prosperidad – seguridad, que no es persuasión,  y de ello nos dan científica cuenta las estadísticas, que son máscaras de la realidad, y que como […]

Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

La miseria de la grandeza está en que hay que edificarla sobre cadáveres mancillados. Los colombianos estamos siendo conducidos por un espejismo llamado prosperidad – seguridad, que no es persuasión,  y de ello nos dan científica cuenta las estadísticas, que son máscaras de la realidad, y que como todo disfraz, se puede quitar o poner de acuerdo a la conveniencia de los tiempos y sus amos.

El flagelo del hambre galopante y del terror de cada día tiene su fecha de expedición y fue precisamente en el malhadado lapso en que nacieron entre nosotros unos ‘mecenas’, y por desgracia, el producto no trae fecha de expiración, puesto que somos conducidos por dinastías.

Ahora les transfiero media página de un libro de quinientas diecisiete, de Jacques Bergier, a manera de ilustración, para ver de dónde salió el fenómeno de la izquierda y la derecha en los asuntos de las naciones, que tiene su origen en una leyenda tibetana (ya sabemos que las leyendas y los refranes contienen gran parte de la historia de la humanidad):

“Según la leyenda, hace treinta o cuarenta siglos existía en el Gobi una importante civilización. Después de una gran catástrofe, tal vez atómica, el Gobi quedó convertido en un desierto y los sobrevivientes emigraron, unos hacia el extremo norte de Europa y otros hacia el Cáucaso. El dios Thor, de las leyendas nórdicas, sería uno de los héroes de aquella migración.
Los “iniciados” del grupo “Thule” estaban persuadidos de que estos emigrados del Gobi constituían la raza fundamental de la humanidad, el tronco ario. Los miembros del grupo “Thule” estaban destinados al dominio material del mundo, debían ser protegidos contra todos los peligros, y su acción se prolongaría durante millares de años, hasta el próximo diluvio. Se comprometían a darse muerte con su propia mano si cometían cualquier falta que rompiese el pacto, y a consumar sacrificios humanos.
La leyenda, tal como fue referida a Haushoffer allá por el año de 1905, y tal como lo explica a su manera René Guénon en  “El Rey del Mundo”, después del cataclismo del Gobi, los maestros de la alta civilización, los detentores de conocimiento, los hijos de la Inteligencia de Fuera, se instalaron en un inmenso sistema de cavernas, bajo el Himalaya.

En el corazón de esas cavernas se dividieron en dos puntos, el que siguió “el camino de la derecha”, y el que siguió el “camino de la izquierda”. El primer camino tendría su centro en Agarthi, lugar de contemplación, ciudad oculta del bien, templo de la no-participación en el mundo. El segundo pasaría por Schamballah ciudad de la violencia y el poder, cuyas fuerzas gobiernan a los elementos y a las masas humanas, y apresuran la llegada de la humanidad al “gozne de los tiempos”. Estos datos y nombres, volvieron a salir a la luz pública mundial,  de la boca de los responsables de Ahnenerbe, en el proceso de Nuremberg.

Desde los mayas hasta los nazis se utilizaron rituales ‘mágicos’ de sacrificios humanos; algunas de las masacres a las que nos tienen acostumbrados algunos compatriotas -de derecha y de izquierda- tienen los visos de esos sacrificios, a juzgar por los detalles espantosos que se filtran en los medios, y que no pienso evocar aquí, ni más faltaba.

A los jóvenes estudiosos de la Historia, les recuerdo que cada hecho o personaje puede ser consultado en Internet.

*Schamballah: Ciudad de la violencia y el poder, cuyas fuerzas gobiernan a los elementos y a las masas humanas.

[email protected]

Columnista
11 abril, 2012

Para Ver Mejor La Cumbre: Retrocede hasta Schamballah*

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Silvia Betancourt Alliegro

Desde mí cocina Por Silvia Betancourt Alliegro La miseria de la grandeza está en que hay que edificarla sobre cadáveres mancillados. Los colombianos estamos siendo conducidos por un espejismo llamado prosperidad – seguridad, que no es persuasión,  y de ello nos dan científica cuenta las estadísticas, que son máscaras de la realidad, y que como […]


Desde mí cocina
Por Silvia Betancourt Alliegro

La miseria de la grandeza está en que hay que edificarla sobre cadáveres mancillados. Los colombianos estamos siendo conducidos por un espejismo llamado prosperidad – seguridad, que no es persuasión,  y de ello nos dan científica cuenta las estadísticas, que son máscaras de la realidad, y que como todo disfraz, se puede quitar o poner de acuerdo a la conveniencia de los tiempos y sus amos.

El flagelo del hambre galopante y del terror de cada día tiene su fecha de expedición y fue precisamente en el malhadado lapso en que nacieron entre nosotros unos ‘mecenas’, y por desgracia, el producto no trae fecha de expiración, puesto que somos conducidos por dinastías.

Ahora les transfiero media página de un libro de quinientas diecisiete, de Jacques Bergier, a manera de ilustración, para ver de dónde salió el fenómeno de la izquierda y la derecha en los asuntos de las naciones, que tiene su origen en una leyenda tibetana (ya sabemos que las leyendas y los refranes contienen gran parte de la historia de la humanidad):

“Según la leyenda, hace treinta o cuarenta siglos existía en el Gobi una importante civilización. Después de una gran catástrofe, tal vez atómica, el Gobi quedó convertido en un desierto y los sobrevivientes emigraron, unos hacia el extremo norte de Europa y otros hacia el Cáucaso. El dios Thor, de las leyendas nórdicas, sería uno de los héroes de aquella migración.
Los “iniciados” del grupo “Thule” estaban persuadidos de que estos emigrados del Gobi constituían la raza fundamental de la humanidad, el tronco ario. Los miembros del grupo “Thule” estaban destinados al dominio material del mundo, debían ser protegidos contra todos los peligros, y su acción se prolongaría durante millares de años, hasta el próximo diluvio. Se comprometían a darse muerte con su propia mano si cometían cualquier falta que rompiese el pacto, y a consumar sacrificios humanos.
La leyenda, tal como fue referida a Haushoffer allá por el año de 1905, y tal como lo explica a su manera René Guénon en  “El Rey del Mundo”, después del cataclismo del Gobi, los maestros de la alta civilización, los detentores de conocimiento, los hijos de la Inteligencia de Fuera, se instalaron en un inmenso sistema de cavernas, bajo el Himalaya.

En el corazón de esas cavernas se dividieron en dos puntos, el que siguió “el camino de la derecha”, y el que siguió el “camino de la izquierda”. El primer camino tendría su centro en Agarthi, lugar de contemplación, ciudad oculta del bien, templo de la no-participación en el mundo. El segundo pasaría por Schamballah ciudad de la violencia y el poder, cuyas fuerzas gobiernan a los elementos y a las masas humanas, y apresuran la llegada de la humanidad al “gozne de los tiempos”. Estos datos y nombres, volvieron a salir a la luz pública mundial,  de la boca de los responsables de Ahnenerbe, en el proceso de Nuremberg.

Desde los mayas hasta los nazis se utilizaron rituales ‘mágicos’ de sacrificios humanos; algunas de las masacres a las que nos tienen acostumbrados algunos compatriotas -de derecha y de izquierda- tienen los visos de esos sacrificios, a juzgar por los detalles espantosos que se filtran en los medios, y que no pienso evocar aquí, ni más faltaba.

A los jóvenes estudiosos de la Historia, les recuerdo que cada hecho o personaje puede ser consultado en Internet.

*Schamballah: Ciudad de la violencia y el poder, cuyas fuerzas gobiernan a los elementos y a las masas humanas.

[email protected]