Ante el vertiginoso y alarmante expansionismo de la terrible pandemia producida en el contexto universal por la covid-19, en Colombia debemos preguntarnos: ¿Es peor el virus o la pobreza que se origina? ¿Puede el aislamiento reemplazar los ingresos laborales? ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Qué hacer luego de culminada la pandemia? Para comprender con exactitud lo […]
Ante el vertiginoso y alarmante expansionismo de la terrible pandemia producida en el contexto universal por la covid-19, en Colombia debemos preguntarnos: ¿Es peor el virus o la pobreza que se origina? ¿Puede el aislamiento reemplazar los ingresos laborales? ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Qué hacer luego de culminada la pandemia?
Para comprender con exactitud lo que está sucediendo en el país, es urgente e indispensable hacer una reflexión analítica y con cifras y estadísticas sobre las consecuencias devastadoras que muestran la más desoladora imagen de un país apabullado por la corrupción que lo dirige a la ruina. La población clasificada como pobre, más la que deriva sus ingresos de pequeños y minúsculas actividades en prestación de servicios hoy suspendidos por la cuarentena y cuyo bienestar básico depende de su trabajo diario, factor que hace exigible que haya gente en las calles.
De tal manera, que lo que pone en evidencia la pandemia es la extensión de la pobreza en casi toda la geografía nacional, donde el acceso a los servicios públicos y la seguridad social, a pesar de la teórica cobertura universal, es limitada, con déficit financiero aún, no subsanados por enredos administrativos, trabas burocráticas de costos impagables, de espera sin fin, delatadas ahora por las precauciones que se han tomado.
Algo que angustia más esta situación lo constituyen las personas socorridas por el Departamento Nacional de la Prosperidad Social a través del Sisben y programas dirigidos a la comunidad en extrema vulnerabilidad confirmada por jóvenes y ancianos. Población está priorizada e identificable, misma tarea que es ayudada con el aislamiento, quedando por fuera quienes no están en ninguno de estos listados.
Ante éste aterrador y descomunal panorama, es válido preguntar: ¿cómo llegar a todas las personas con ayudas rápidas y en efectivo que complementen la moratoria del pago de los servicios públicos y de créditos bancarios mientras dure la pandemia?, que entre otras cosas se sabe cuándo inició, pero se desconoce cuándo va a terminar.
La crisis refleja la realidad socioeconómica, los empresarios han tenido que prescindir de sus empleados por no tener con que pagarles. Ahora, ¿de qué van a vivir los desempleados? Otra reflexión tiene que ver con las exigencias que hace el Gobierno nacional para que la gente cumpla el protocolo de aislamiento preventivo.
Corresponde evaluar y tratar las consecuencias de las pandemias en el aspecto sanitario, medidas que se deben tomar en la prevención de la propagación de la misma; también, en el plano económico, identificando y cuantificando sus efectos, para enfrentarlos con nuevos criterios de creatividad e ingenio, realizando los ajustes necesarios, acordes a la nueva situación. La sensatez debe aparecer para no propagar el pánico que afectará en últimas la salud mental.
Ante el vertiginoso y alarmante expansionismo de la terrible pandemia producida en el contexto universal por la covid-19, en Colombia debemos preguntarnos: ¿Es peor el virus o la pobreza que se origina? ¿Puede el aislamiento reemplazar los ingresos laborales? ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Qué hacer luego de culminada la pandemia? Para comprender con exactitud lo […]
Ante el vertiginoso y alarmante expansionismo de la terrible pandemia producida en el contexto universal por la covid-19, en Colombia debemos preguntarnos: ¿Es peor el virus o la pobreza que se origina? ¿Puede el aislamiento reemplazar los ingresos laborales? ¿Lo estamos haciendo bien? ¿Qué hacer luego de culminada la pandemia?
Para comprender con exactitud lo que está sucediendo en el país, es urgente e indispensable hacer una reflexión analítica y con cifras y estadísticas sobre las consecuencias devastadoras que muestran la más desoladora imagen de un país apabullado por la corrupción que lo dirige a la ruina. La población clasificada como pobre, más la que deriva sus ingresos de pequeños y minúsculas actividades en prestación de servicios hoy suspendidos por la cuarentena y cuyo bienestar básico depende de su trabajo diario, factor que hace exigible que haya gente en las calles.
De tal manera, que lo que pone en evidencia la pandemia es la extensión de la pobreza en casi toda la geografía nacional, donde el acceso a los servicios públicos y la seguridad social, a pesar de la teórica cobertura universal, es limitada, con déficit financiero aún, no subsanados por enredos administrativos, trabas burocráticas de costos impagables, de espera sin fin, delatadas ahora por las precauciones que se han tomado.
Algo que angustia más esta situación lo constituyen las personas socorridas por el Departamento Nacional de la Prosperidad Social a través del Sisben y programas dirigidos a la comunidad en extrema vulnerabilidad confirmada por jóvenes y ancianos. Población está priorizada e identificable, misma tarea que es ayudada con el aislamiento, quedando por fuera quienes no están en ninguno de estos listados.
Ante éste aterrador y descomunal panorama, es válido preguntar: ¿cómo llegar a todas las personas con ayudas rápidas y en efectivo que complementen la moratoria del pago de los servicios públicos y de créditos bancarios mientras dure la pandemia?, que entre otras cosas se sabe cuándo inició, pero se desconoce cuándo va a terminar.
La crisis refleja la realidad socioeconómica, los empresarios han tenido que prescindir de sus empleados por no tener con que pagarles. Ahora, ¿de qué van a vivir los desempleados? Otra reflexión tiene que ver con las exigencias que hace el Gobierno nacional para que la gente cumpla el protocolo de aislamiento preventivo.
Corresponde evaluar y tratar las consecuencias de las pandemias en el aspecto sanitario, medidas que se deben tomar en la prevención de la propagación de la misma; también, en el plano económico, identificando y cuantificando sus efectos, para enfrentarlos con nuevos criterios de creatividad e ingenio, realizando los ajustes necesarios, acordes a la nueva situación. La sensatez debe aparecer para no propagar el pánico que afectará en últimas la salud mental.