Diremos que gran parte de la juventud colombiana desgraciadamente está involucrada en el consumo de sustancias psicoactivas (unos en más escala que otros), lo más preocupante del caso es que los jóvenes sin tener conciencia del daño enorme que se están causando celebran con deleite intenso la alegría momentánea y efervescencia que estas producen; sin […]
Diremos que gran parte de la juventud colombiana desgraciadamente está involucrada en el consumo de sustancias psicoactivas (unos en más escala que otros), lo más preocupante del caso es que los jóvenes sin tener conciencia del daño enorme que se están causando celebran con deleite intenso la alegría momentánea y efervescencia que estas producen; sin embargo, advertimos nos inquieta que este gran fenómeno produce perturbación de la actividad psíquica, la cual suprime la libre determinación de la voluntad; en otras palabras, los jóvenes se están convirtiendo en auténticos robots, literalmente hablando, por culpa de las drogas.
No admitiremos que a los drogadictos se les tilde de desechables; éste no es el calificativo correcto, ellos son seres humanos, de carne y hueso, poseídos por fuerzas malignas que los obligan a olvidarse de sí mismos. No es conveniente alborotar el falso racionalismo que el drogadicto lo es y se desarrolla porque lo quiere ser; también, cobran capital importancia las mafias delincuenciales que los atrapan desde infantes y los convierten en expendedores de drogas. Cuando escuchamos calificativos despreciables contra los jóvenes, podemos afirmar que son expresiones que germinan y crecen, abonadas en la vanidad de un discurso estéril. Como fruto de esta consecuencia es fundamental y necesario exigir reflexión con el objetivo de preservar el valor de esos seres, por desgracia ubicados en el centro del huracán. La magnitud de este desafío se puede dimensionar a través de un diagnostico sencillo pero básico, que es la prevención. Los jóvenes deben saber y entender las consecuencias nefastas de las drogas, antes de consumirlas. A decir verdad, un niño no está preparado para enfrentar racionalmente este monstruo desalmado que es la adicción; al caer en ella, lo va dominando lenta y paulatinamente hasta convertirlo en un esclavo. Se requieren herramientas que evidencien el compromiso, que el joven pueda llegar a cambiar a una metodología al contexto normativo de la regla, entre ellas el respeto, la obediencia; aquí cobra mucho la obediencia y todo aquello que profundiza desequilibro y prende la mecha de una crisis futura. No hay que olvidar que los drogadictos son enfermos y esta enfermedad no ha dejado a nadie al margen de su crudeza; por lo tanto, son el lienzo perfecto para manifestar este descontento, la delincuencia en sí.
El uso de las drogas produce consecuencias nefastas que fracturan la unidad y sobre todo la solidez moral de la sociedad; debilita, desintegra, menoscaba al ser humano; estos antecedentes han estado presentes por cientos de años; no obstantes, en los últimos se ha recrudecido, y, lo peor del caso, anida confusión que no permita avanzar, sino por el contrario convierte al ser humano involutivo; irá para atrás como el cangrejo. Es necesario decir que las drogas no tienen condición social, genero, edad; allí todos se involucran y de la misma manera.
¿Quién iba a creer que el hijo de la señora Juana, con título profesional, una maestría, padres ejemplares, con una situación económica definida, ande en las calles por culpa de las drogas, harapiento, hambriento, buscando comida en los potes de la basura? ¿Será que este joven es consciente de lo que hace? Articulación narrativa de la multiplicidad de hechos relacionados con la drogadicción, en la cual se inserta la verdad como un acontecimiento vivo, palpable y devastador. Preguntamos: ¿qué debemos hacer ante éste abismal problema? Este es un fenómeno en crecimiento que genera la necesidad de intensificar esfuerzos articulados a lograr soluciones que permitan extirpar este terrible flagelo y es precisamente una preocupación genuina que debe mantenerse en la familia, sociedad y el Estado, de multiplicar en contexto de viabilidad, políticas claras, objetivas que coadyuven a la solución integral de éste serio problema, no pañitos de agua tibia como actualmente se dan, de lo contrario tendremos una nueva generación en peligro.
Diremos que gran parte de la juventud colombiana desgraciadamente está involucrada en el consumo de sustancias psicoactivas (unos en más escala que otros), lo más preocupante del caso es que los jóvenes sin tener conciencia del daño enorme que se están causando celebran con deleite intenso la alegría momentánea y efervescencia que estas producen; sin […]
Diremos que gran parte de la juventud colombiana desgraciadamente está involucrada en el consumo de sustancias psicoactivas (unos en más escala que otros), lo más preocupante del caso es que los jóvenes sin tener conciencia del daño enorme que se están causando celebran con deleite intenso la alegría momentánea y efervescencia que estas producen; sin embargo, advertimos nos inquieta que este gran fenómeno produce perturbación de la actividad psíquica, la cual suprime la libre determinación de la voluntad; en otras palabras, los jóvenes se están convirtiendo en auténticos robots, literalmente hablando, por culpa de las drogas.
No admitiremos que a los drogadictos se les tilde de desechables; éste no es el calificativo correcto, ellos son seres humanos, de carne y hueso, poseídos por fuerzas malignas que los obligan a olvidarse de sí mismos. No es conveniente alborotar el falso racionalismo que el drogadicto lo es y se desarrolla porque lo quiere ser; también, cobran capital importancia las mafias delincuenciales que los atrapan desde infantes y los convierten en expendedores de drogas. Cuando escuchamos calificativos despreciables contra los jóvenes, podemos afirmar que son expresiones que germinan y crecen, abonadas en la vanidad de un discurso estéril. Como fruto de esta consecuencia es fundamental y necesario exigir reflexión con el objetivo de preservar el valor de esos seres, por desgracia ubicados en el centro del huracán. La magnitud de este desafío se puede dimensionar a través de un diagnostico sencillo pero básico, que es la prevención. Los jóvenes deben saber y entender las consecuencias nefastas de las drogas, antes de consumirlas. A decir verdad, un niño no está preparado para enfrentar racionalmente este monstruo desalmado que es la adicción; al caer en ella, lo va dominando lenta y paulatinamente hasta convertirlo en un esclavo. Se requieren herramientas que evidencien el compromiso, que el joven pueda llegar a cambiar a una metodología al contexto normativo de la regla, entre ellas el respeto, la obediencia; aquí cobra mucho la obediencia y todo aquello que profundiza desequilibro y prende la mecha de una crisis futura. No hay que olvidar que los drogadictos son enfermos y esta enfermedad no ha dejado a nadie al margen de su crudeza; por lo tanto, son el lienzo perfecto para manifestar este descontento, la delincuencia en sí.
El uso de las drogas produce consecuencias nefastas que fracturan la unidad y sobre todo la solidez moral de la sociedad; debilita, desintegra, menoscaba al ser humano; estos antecedentes han estado presentes por cientos de años; no obstantes, en los últimos se ha recrudecido, y, lo peor del caso, anida confusión que no permita avanzar, sino por el contrario convierte al ser humano involutivo; irá para atrás como el cangrejo. Es necesario decir que las drogas no tienen condición social, genero, edad; allí todos se involucran y de la misma manera.
¿Quién iba a creer que el hijo de la señora Juana, con título profesional, una maestría, padres ejemplares, con una situación económica definida, ande en las calles por culpa de las drogas, harapiento, hambriento, buscando comida en los potes de la basura? ¿Será que este joven es consciente de lo que hace? Articulación narrativa de la multiplicidad de hechos relacionados con la drogadicción, en la cual se inserta la verdad como un acontecimiento vivo, palpable y devastador. Preguntamos: ¿qué debemos hacer ante éste abismal problema? Este es un fenómeno en crecimiento que genera la necesidad de intensificar esfuerzos articulados a lograr soluciones que permitan extirpar este terrible flagelo y es precisamente una preocupación genuina que debe mantenerse en la familia, sociedad y el Estado, de multiplicar en contexto de viabilidad, políticas claras, objetivas que coadyuven a la solución integral de éste serio problema, no pañitos de agua tibia como actualmente se dan, de lo contrario tendremos una nueva generación en peligro.