Una fiestecita o tremenda rumba nunca serán más importantes que la vida; si valoramos la vida seremos conscientes que por esos pocos minutos de felicidad traslapada de incertidumbre podrá llegar la fatalidad. Ponderar, entonces, por unos minutos esas dos situaciones. Con los pies en la tierra y no debajo de la tierra en un cementerio. […]
Una fiestecita o tremenda rumba nunca serán más importantes que la vida; si valoramos la vida seremos conscientes que por esos pocos minutos de felicidad traslapada de incertidumbre podrá llegar la fatalidad. Ponderar, entonces, por unos minutos esas dos situaciones. Con los pies en la tierra y no debajo de la tierra en un cementerio.
Decían unos parroquianos: “Las fiestas patronales de nuestro pueblo no las vamos a perder si las prohíben, las haremos de manera familiar”. Al respecto, manifestamos que la salud y la vida de cualquier ser humano deben prevalecer sobre cualquier festejo familiar o grupal. La salud y la vida las debemos proteger; vendrán otros momentos para esos encuentros fiesteros programados o no.
Surgen las inquietudes: “La pandemia no debe afectar nuestro estado de ánimo”; “La pandemia no puede frenar el desarrollo económico”. Recojo aquí las palabras de Claudia López, alcaldesa de Bogotá: “Estamos entre la vida y la muerte”, bastante disiente este pronunciamiento. No seamos indiferentes al momento que padecemos, ya que cualquier familiar indisciplinado, entusiasmado, asiste a una fiesta, sale de ella, satisfecho por pasar un rato alegre, pero contagiado, llegando a su núcleo familiar, afectándolo sin querer queriendo como lo decía el Chavo del 8.
La situación se ha tornado incorregible e incontrolable para las autoridades; no existe una cultura de contención, solo una tendencia de enfrentamiento con la institucionalidad, ya que a estos actos no permitidos, realizados violando las normas, llega la Policía a controlarlos y los reciben a piedra, cuchillos y hasta con armas de fuego, difícil la situación. Se entregan comparendos y cierres de establecimiento comerciales a quienes infringen la norma, pero eso no sirve para nada; a los pocos días siguen las mismas rumbas; no han pagado ni cumplido las sanciones.
Sin duda alguna, esas fiestecitas o rumbas clandestinas aumentarán los contagios de este virus, que en este momento se ha vuelto más agresivo, mortal, enquistando diversas variantes que al virus lo hacen de alta transmisibilidad. No seamos como los zánganos que por ese momento de felicidad, copular a la abeja reina, aunque esa sea su función, ya saben el resultado; no tengo por qué decírselos, mejor averígüenlo.
De alguna forma tendremos que valorarnos; suspendamos esos festejos; aguantemos unos meses más, atravesamos lo más álgido, un tercer pico. Sin vacunas tocará resguardarnos; no hay de otra, así de sencillo. Conservemos nuestras vidas, seamos responsables; siéndolos respetaremos las vidas de nuestros familiares. Una fiestecita nunca podrá ser la excusa para pasar un momento feliz; ya que, con esta, lo que conseguiremos es contagiarnos y el pasaporte para salir de este mundo.
Como consecuencia, colapsará el sistema hospitalario en camas UCI, de no tomar medidas más estrictas; escasean y se valorará mediante Comité Médico los pacientes COVID-19. La fiesta de los inconscientes será el festejo final para muchos, resultado de una indisciplina desbordada. Finalizando, preguntamos: ¿La indisciplina nos seguirá matando? No estamos blindados; jóvenes y viejos, un festejo innecesario e inoportuno nos sacará del camino de la vida. El derecho a la vida consagrado constitucionalmente requiere sumo cuidado para mantenerlo, ya que sobre ese derecho se implementarán otros, incluso el de la recreación; ya que con vida tendremos ese esparcimiento y disfrute.
Una fiestecita o tremenda rumba nunca serán más importantes que la vida; si valoramos la vida seremos conscientes que por esos pocos minutos de felicidad traslapada de incertidumbre podrá llegar la fatalidad. Ponderar, entonces, por unos minutos esas dos situaciones. Con los pies en la tierra y no debajo de la tierra en un cementerio. […]
Una fiestecita o tremenda rumba nunca serán más importantes que la vida; si valoramos la vida seremos conscientes que por esos pocos minutos de felicidad traslapada de incertidumbre podrá llegar la fatalidad. Ponderar, entonces, por unos minutos esas dos situaciones. Con los pies en la tierra y no debajo de la tierra en un cementerio.
Decían unos parroquianos: “Las fiestas patronales de nuestro pueblo no las vamos a perder si las prohíben, las haremos de manera familiar”. Al respecto, manifestamos que la salud y la vida de cualquier ser humano deben prevalecer sobre cualquier festejo familiar o grupal. La salud y la vida las debemos proteger; vendrán otros momentos para esos encuentros fiesteros programados o no.
Surgen las inquietudes: “La pandemia no debe afectar nuestro estado de ánimo”; “La pandemia no puede frenar el desarrollo económico”. Recojo aquí las palabras de Claudia López, alcaldesa de Bogotá: “Estamos entre la vida y la muerte”, bastante disiente este pronunciamiento. No seamos indiferentes al momento que padecemos, ya que cualquier familiar indisciplinado, entusiasmado, asiste a una fiesta, sale de ella, satisfecho por pasar un rato alegre, pero contagiado, llegando a su núcleo familiar, afectándolo sin querer queriendo como lo decía el Chavo del 8.
La situación se ha tornado incorregible e incontrolable para las autoridades; no existe una cultura de contención, solo una tendencia de enfrentamiento con la institucionalidad, ya que a estos actos no permitidos, realizados violando las normas, llega la Policía a controlarlos y los reciben a piedra, cuchillos y hasta con armas de fuego, difícil la situación. Se entregan comparendos y cierres de establecimiento comerciales a quienes infringen la norma, pero eso no sirve para nada; a los pocos días siguen las mismas rumbas; no han pagado ni cumplido las sanciones.
Sin duda alguna, esas fiestecitas o rumbas clandestinas aumentarán los contagios de este virus, que en este momento se ha vuelto más agresivo, mortal, enquistando diversas variantes que al virus lo hacen de alta transmisibilidad. No seamos como los zánganos que por ese momento de felicidad, copular a la abeja reina, aunque esa sea su función, ya saben el resultado; no tengo por qué decírselos, mejor averígüenlo.
De alguna forma tendremos que valorarnos; suspendamos esos festejos; aguantemos unos meses más, atravesamos lo más álgido, un tercer pico. Sin vacunas tocará resguardarnos; no hay de otra, así de sencillo. Conservemos nuestras vidas, seamos responsables; siéndolos respetaremos las vidas de nuestros familiares. Una fiestecita nunca podrá ser la excusa para pasar un momento feliz; ya que, con esta, lo que conseguiremos es contagiarnos y el pasaporte para salir de este mundo.
Como consecuencia, colapsará el sistema hospitalario en camas UCI, de no tomar medidas más estrictas; escasean y se valorará mediante Comité Médico los pacientes COVID-19. La fiesta de los inconscientes será el festejo final para muchos, resultado de una indisciplina desbordada. Finalizando, preguntamos: ¿La indisciplina nos seguirá matando? No estamos blindados; jóvenes y viejos, un festejo innecesario e inoportuno nos sacará del camino de la vida. El derecho a la vida consagrado constitucionalmente requiere sumo cuidado para mantenerlo, ya que sobre ese derecho se implementarán otros, incluso el de la recreación; ya que con vida tendremos ese esparcimiento y disfrute.