Otra muerte más que lamentamos con rabia en el corazón. Otro nombre que engrosa la ya de por sí bastante larga lista de cadáveres bañados en pétalos de flores que el país despide entre monumentales procesiones de dolor. Otra mujer que no verá el siguiente amanecer por culpa de la brutalidad del hombre. Otro brote […]
Otra muerte más que lamentamos con rabia en el corazón. Otro nombre que engrosa la ya de por sí bastante larga lista de cadáveres bañados en pétalos de flores que el país despide entre monumentales procesiones de dolor. Otra mujer que no verá el siguiente amanecer por culpa de la brutalidad del hombre. Otro brote de indignación propagándose como pólvora de televisor en televisor hasta apagarse en el silencio del olvido, esperando pacientemente por el siguiente titular escalofriante para despertar de nuevo.
La violencia contra la mujer está desbocada en Colombia y más sombrío aún que el desolador panorama de este tóxico fenómeno que nuestra sociedad no ha logrado erradicar es la resignada confesión de que se nos están acabando las opciones para combatirlo. De nada ha servido el jurídicamente debatible delito autónomo del feminicidio, las campañas subliminales de los canales privados a través de su novelas en prime time ni las iniciativas particulares de personalidades nacionales como “Ni con el pétalo de una rosa”. El odio parece blindado ante la razón.
Y así, ante la mirada cómplice de nuestras raíces machistas, Colombia sigue abusando de sus mujeres cada vez con mayor sevicia. Miles de Yulianas y Rosa Elviras anónimas, cuyos casos no logran dar el salto a los medios para ser objeto de rechazo generalizado, han introducido a golpes el maltrato dentro de su cotidianidad. Amigas, familiares, conocidas, todos podemos enumerar un par de casos cercanos que se han quedado sin denunciar, mientras los responsables andan orondos, posando de machos y condenando de dientes hacia afuera el delito que ellos mismos perpetran.
Es la proporción de la violencia no conocida lo que más debería preocuparnos. Lo que en un principio parecía un comportamiento de una escasa minoría, un rezago del pasado convulsionado por las armas de nuestra historia republicana, hoy se ha revelado como una amenaza de cifras alarmantes. Una epidemia heredada a las nuevas generaciones, las cuales supuestamente fueron educadas en la tolerancia, el respeto por la diferencia y los valores del nuevo milenio.
Aun cuando la macabra realidad que sintonizamos en los noticieros este año nos dé motivos para pensar que nada parece poder contra este monstruo, Colombia debe seguir intentando corregir a sus hombres ¿Más educación? ¿Penas más altas? ¿Espacios exclusivos? No sabemos cuál sea la respuesta correcta a una pregunta que nos urge resolver, pues el tiempo pasa y los hematomas en el cuerpo y en el alma siguen apareciendo. En esta carrera contra la irracionalidad, los días se cuentan en víctimas.
No es fácil entender por qué para algunos es tan difícil comprender que maltratar mujeres está mal, pero por frustrante que pueda sentirse, debemos seguir persistiendo en el mensaje para que nunca tengamos que reconocer al nuestro como un país que no es para ellas. Esta es la guerra que no podemos perder. Tenemos una responsabilidad moral con nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras hijas, con las que estuvieron y ya no están, con las no están y pronto estarán.
[email protected]
@FuadChacon
Otra muerte más que lamentamos con rabia en el corazón. Otro nombre que engrosa la ya de por sí bastante larga lista de cadáveres bañados en pétalos de flores que el país despide entre monumentales procesiones de dolor. Otra mujer que no verá el siguiente amanecer por culpa de la brutalidad del hombre. Otro brote […]
Otra muerte más que lamentamos con rabia en el corazón. Otro nombre que engrosa la ya de por sí bastante larga lista de cadáveres bañados en pétalos de flores que el país despide entre monumentales procesiones de dolor. Otra mujer que no verá el siguiente amanecer por culpa de la brutalidad del hombre. Otro brote de indignación propagándose como pólvora de televisor en televisor hasta apagarse en el silencio del olvido, esperando pacientemente por el siguiente titular escalofriante para despertar de nuevo.
La violencia contra la mujer está desbocada en Colombia y más sombrío aún que el desolador panorama de este tóxico fenómeno que nuestra sociedad no ha logrado erradicar es la resignada confesión de que se nos están acabando las opciones para combatirlo. De nada ha servido el jurídicamente debatible delito autónomo del feminicidio, las campañas subliminales de los canales privados a través de su novelas en prime time ni las iniciativas particulares de personalidades nacionales como “Ni con el pétalo de una rosa”. El odio parece blindado ante la razón.
Y así, ante la mirada cómplice de nuestras raíces machistas, Colombia sigue abusando de sus mujeres cada vez con mayor sevicia. Miles de Yulianas y Rosa Elviras anónimas, cuyos casos no logran dar el salto a los medios para ser objeto de rechazo generalizado, han introducido a golpes el maltrato dentro de su cotidianidad. Amigas, familiares, conocidas, todos podemos enumerar un par de casos cercanos que se han quedado sin denunciar, mientras los responsables andan orondos, posando de machos y condenando de dientes hacia afuera el delito que ellos mismos perpetran.
Es la proporción de la violencia no conocida lo que más debería preocuparnos. Lo que en un principio parecía un comportamiento de una escasa minoría, un rezago del pasado convulsionado por las armas de nuestra historia republicana, hoy se ha revelado como una amenaza de cifras alarmantes. Una epidemia heredada a las nuevas generaciones, las cuales supuestamente fueron educadas en la tolerancia, el respeto por la diferencia y los valores del nuevo milenio.
Aun cuando la macabra realidad que sintonizamos en los noticieros este año nos dé motivos para pensar que nada parece poder contra este monstruo, Colombia debe seguir intentando corregir a sus hombres ¿Más educación? ¿Penas más altas? ¿Espacios exclusivos? No sabemos cuál sea la respuesta correcta a una pregunta que nos urge resolver, pues el tiempo pasa y los hematomas en el cuerpo y en el alma siguen apareciendo. En esta carrera contra la irracionalidad, los días se cuentan en víctimas.
No es fácil entender por qué para algunos es tan difícil comprender que maltratar mujeres está mal, pero por frustrante que pueda sentirse, debemos seguir persistiendo en el mensaje para que nunca tengamos que reconocer al nuestro como un país que no es para ellas. Esta es la guerra que no podemos perder. Tenemos una responsabilidad moral con nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras hijas, con las que estuvieron y ya no están, con las no están y pronto estarán.
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@FuadChacon