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Columnista - 30 marzo, 2015

Oraciones de una madre a su hijo

Hijo, antes de que habitaras en las aguas mansas de mi vientre, tu padre y yo estábamos preparados para esperarte; ahora sé que ya vives en mí, percibo tus palpitaciones y espero con prudencia el tiempo de tu nacimiento. Convencida de que Dios es fuente suprema de vida, doy gracias a Él por el infinito […]

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Hijo, antes de que habitaras en las aguas mansas de mi vientre, tu padre y yo estábamos preparados para esperarte; ahora sé que ya vives en mí, percibo tus palpitaciones y espero con prudencia el tiempo de tu nacimiento. Convencida de que Dios es fuente suprema de vida, doy gracias a Él por el infinito don de ser madre.

Presiento mis amaneceres viéndote crecer. Deseo siempre que abras en silencio tus oídos para que escuches al Eterno Redentor, su palabra es bálsamo que sana a los que tienen roto el corazón. Hijo estoy pensando cuando llegue el momento de llevarte a las fiestas de disfraces. El primer disfraz será de ángel, para que descubras el Ángel de tu Guarda y aprendas la gratitud de amar al Señor, y como soy católica de tradición vallenata, también deseo que glorifiques a Dios en la imagen de santo Ecce Homo, sagrado patrón de esta feligresía.

El segundo disfraz será de médico para que empieces a conocer la importancia de los alimentos y la higiene de la vida. El tercero será de payaso alegre para que valores la terapia del humor y la risa. El cuarto, de deportistas para que entiendas qué tan necesario es el ejercicio para la vitalidad del cuerpo. El quinto, de profesor para que descubras la devoción por aprender. El sexto, de bailador para que tu cuerpo en armonía disfrute la música. El séptimo, de poeta para que reveles los colores del sonido, las voces de los árboles y los secretos en los labios del amor. Y los siguientes disfraces serán de ingeniero, pintor, piloto; pero jamás de torero ni cazador. No quiero que tus sueños ni tus manos se manchen con la sangre de la muerte. Alabo a Dios para que te proteja y te haga fuerte a las tentaciones que envilecen la condición humana.

Estos disfraces serán recreaciones para descubrir tu vocación. Enamórate de las cosas buenas que brotan de tu alma y sabrás lo que es talento. Aprenderás que cuando te dedicas largas horas a dialogar con los libros, el tiempo pasa sin fatigarte. Celebrarás la invención de las letras, la musicalidad de los versos y la belleza del paisaje. Quiero que creas en ti. Que cultives las semillas de la gratitud y el respeto. Todos esos dones tú los tienes. No quedes en deuda con tu tiempo. Aprende a vivir con prudencia, sin los afanes desmedido de querer ser siempre el primero, sin reconocer los méritos a los demás. La derrota es la madre de la victoria, no pregones el conformismo de conseguir las cosas fáciles. Todos tenemos el derecho a ser progresivamente más digno y mejores.

Tampoco quiero que uses el disfraz de guerrero para que la violencia y la venganza no sean motivos en tu corazón. El guerrero es un prisionero de su invento, reduce su territorio al tamaño de los pies. El guerrero cabalga en el lomo de la creciente y se siente como el río que ya no puede regresar. La soberbia del guerrero aniquila el perdón, en su alma el amor es casa deshabitada, es ceniza calcinada. Su única razón es la guerra.

Columnista
30 marzo, 2015

Oraciones de una madre a su hijo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Hijo, antes de que habitaras en las aguas mansas de mi vientre, tu padre y yo estábamos preparados para esperarte; ahora sé que ya vives en mí, percibo tus palpitaciones y espero con prudencia el tiempo de tu nacimiento. Convencida de que Dios es fuente suprema de vida, doy gracias a Él por el infinito […]


Hijo, antes de que habitaras en las aguas mansas de mi vientre, tu padre y yo estábamos preparados para esperarte; ahora sé que ya vives en mí, percibo tus palpitaciones y espero con prudencia el tiempo de tu nacimiento. Convencida de que Dios es fuente suprema de vida, doy gracias a Él por el infinito don de ser madre.

Presiento mis amaneceres viéndote crecer. Deseo siempre que abras en silencio tus oídos para que escuches al Eterno Redentor, su palabra es bálsamo que sana a los que tienen roto el corazón. Hijo estoy pensando cuando llegue el momento de llevarte a las fiestas de disfraces. El primer disfraz será de ángel, para que descubras el Ángel de tu Guarda y aprendas la gratitud de amar al Señor, y como soy católica de tradición vallenata, también deseo que glorifiques a Dios en la imagen de santo Ecce Homo, sagrado patrón de esta feligresía.

El segundo disfraz será de médico para que empieces a conocer la importancia de los alimentos y la higiene de la vida. El tercero será de payaso alegre para que valores la terapia del humor y la risa. El cuarto, de deportistas para que entiendas qué tan necesario es el ejercicio para la vitalidad del cuerpo. El quinto, de profesor para que descubras la devoción por aprender. El sexto, de bailador para que tu cuerpo en armonía disfrute la música. El séptimo, de poeta para que reveles los colores del sonido, las voces de los árboles y los secretos en los labios del amor. Y los siguientes disfraces serán de ingeniero, pintor, piloto; pero jamás de torero ni cazador. No quiero que tus sueños ni tus manos se manchen con la sangre de la muerte. Alabo a Dios para que te proteja y te haga fuerte a las tentaciones que envilecen la condición humana.

Estos disfraces serán recreaciones para descubrir tu vocación. Enamórate de las cosas buenas que brotan de tu alma y sabrás lo que es talento. Aprenderás que cuando te dedicas largas horas a dialogar con los libros, el tiempo pasa sin fatigarte. Celebrarás la invención de las letras, la musicalidad de los versos y la belleza del paisaje. Quiero que creas en ti. Que cultives las semillas de la gratitud y el respeto. Todos esos dones tú los tienes. No quedes en deuda con tu tiempo. Aprende a vivir con prudencia, sin los afanes desmedido de querer ser siempre el primero, sin reconocer los méritos a los demás. La derrota es la madre de la victoria, no pregones el conformismo de conseguir las cosas fáciles. Todos tenemos el derecho a ser progresivamente más digno y mejores.

Tampoco quiero que uses el disfraz de guerrero para que la violencia y la venganza no sean motivos en tu corazón. El guerrero es un prisionero de su invento, reduce su territorio al tamaño de los pies. El guerrero cabalga en el lomo de la creciente y se siente como el río que ya no puede regresar. La soberbia del guerrero aniquila el perdón, en su alma el amor es casa deshabitada, es ceniza calcinada. Su única razón es la guerra.