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Columnista - 17 abril, 2024

O-Dios y guerras

Entender la frase, la que va más allá de cualquier metáfora: “Dios nos creó a su imagen y semejanza”, es más complejo de lo que creemos. Interpretarla exegéticamente es imposible desde cualquier punto de vista, pues la esencia de su significado es muy diferente a la lealtad literal que se pueda procurar. Desde hace rato […]

Entender la frase, la que va más allá de cualquier metáfora: “Dios nos creó a su imagen y semejanza”, es más complejo de lo que creemos. Interpretarla exegéticamente es imposible desde cualquier punto de vista, pues la esencia de su significado es muy diferente a la lealtad literal que se pueda procurar.

Desde hace rato nos llama la atención, y más en estos últimos tiempos, el escuchar que los hombres aún se siguen matando en nombre de Dios, cuestión que hoy está de moda por la eterna guerra del Medio Oriente, un conflicto antiquísimo que hoy pretende anteponer otro tipo de motivos al que verdaderamente le dio inicio, cuando hace más de cien años el Reino Unido mediante la Declaración de Balfour en 1917, abogó por la creación de un Estado Judío en Palestina, lo que desencadenó una serie de eventos que llevaron a la partición del territorio en la década de los 40.

Aunque con sarcasmo debo decir que siempre ha sido así, pues desde los remotos tiempos bíblicos, las espadas se empuñaban y blandían para matarse los unos con otros, sabiendo ambos bandos, supuestamente, que todos eran hermanos e hijos de Dios.

Hoy, al encender nuestros televisores y ver un noticiero, sin duda alguna la gran mayoría de ellos inicia su tanda de titulares con la violencia que se vive en el Medio Oriente, habiendo desplazado, este recrudecimiento del conflicto, a la guerra entre Rusia y Ucrania, la que nos inquietaba hace poco aunque fuera por distintos móviles. Otros quizás no saben que en la actualidad existen aproximadamente unas cincuenta y seis guerras activas a nivel mundial, algunas por motivos religiosos u otras por diferentes motivos. Pero al final, todas son guerras del hombre contra el hombre. Y las guerras que se deben luchar son las que se abandonan rápidamente y poco caso se les hace, como por ejemplo, la guerra contra el hambre, contra el maltrato hacia la mujer, contra la prostitución infantil, contra la violencia (aunque parezca sarcasmo), etc. A estas guerras muy pocos son los guerreros que se entregan con cuerpo y alma.

Vivimos batallas diarias y no necesariamente en las que tenemos que empuñar un arma, batallas originadas por nuestros odios y rencores, impulsadas y patrocinadas por nuestro lado más oscuro o tal vez, por qué no, por el lado que creemos que es la luz que nos guía e ilumina, plantándonos con testarudez ante nuestros argumentos esgrimidos, a veces, sin razón, pero al final, tratándolos de imponer aunque sea a la fuerza y con violencia. 

Peleamos contra nosotros mismos, contra nuestros hermanos, padres, hijos, familiares, amigos, vecinos, etc. Intentando imponer, como dije, argumentos o pareceres, sin importar el costo, pero convencidos que el precio a pagar por nuestras guerras vale la pena. Nos hemos proyectado como prolongaciones de Dios, criaturas hechas a su imagen y semejanza sin importarnos las consecuencias, pues le damos a Él no solo todo lo bueno de lo que somos, nuestra compasión, nuestro afán de justicia, sino también todo lo malo, nuestra avaricia, nuestro fanatismo, nuestra inclinación a la violencia.  

Sin embargo, de todas las guerras, las matizadas por el contexto religioso probablemente son las peores, teniendo en cuenta que ambas partes enfrentadas asegura que actúa en nombre, representación y defensa de su Dios. Y cualquier persona, en el nombre de su Dios, quizás actúa con mayor brutalidad que si lo hiciera en defensa de una ideología no religiosa. Tal como nos lo dice el periodista mexicano Eduardo Ruíz-Healy, después de todo, no es lo mismo matar a otro en el nombre y con la autorización de la divinidad, que hacerlo por otra razón. La humanidad lucha por la salvación de sus almas, supuestamente, lo que muchos no saben es que antes de creer en Dios, creemos en el alma, la cual es nuestra primera creencia, mucho más antigua que la de Dios, es la creencia que engendró nuestra creencia en Dios. 

Pero, volviendo a la frase “a nuestra imagen y semejanza”, tal vez no sería mejor recordar y pensar que somos nosotros quienes hemos moldeado a Dios a nuestra imagen y semejanza y no al revés. Y que en esta verdad radica la clave para una espiritualidad más madura, más pacífica y más esencial, como nos lo recuerda el escritor iranoestadoudinense Reza Aslan en su libro Dios, una historia humana. 

POR: JAIRO MEDÍA CUELLO.

Columnista
17 abril, 2024

O-Dios y guerras

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Jairo Mejía Cuello

Entender la frase, la que va más allá de cualquier metáfora: “Dios nos creó a su imagen y semejanza”, es más complejo de lo que creemos. Interpretarla exegéticamente es imposible desde cualquier punto de vista, pues la esencia de su significado es muy diferente a la lealtad literal que se pueda procurar. Desde hace rato […]


Entender la frase, la que va más allá de cualquier metáfora: “Dios nos creó a su imagen y semejanza”, es más complejo de lo que creemos. Interpretarla exegéticamente es imposible desde cualquier punto de vista, pues la esencia de su significado es muy diferente a la lealtad literal que se pueda procurar.

Desde hace rato nos llama la atención, y más en estos últimos tiempos, el escuchar que los hombres aún se siguen matando en nombre de Dios, cuestión que hoy está de moda por la eterna guerra del Medio Oriente, un conflicto antiquísimo que hoy pretende anteponer otro tipo de motivos al que verdaderamente le dio inicio, cuando hace más de cien años el Reino Unido mediante la Declaración de Balfour en 1917, abogó por la creación de un Estado Judío en Palestina, lo que desencadenó una serie de eventos que llevaron a la partición del territorio en la década de los 40.

Aunque con sarcasmo debo decir que siempre ha sido así, pues desde los remotos tiempos bíblicos, las espadas se empuñaban y blandían para matarse los unos con otros, sabiendo ambos bandos, supuestamente, que todos eran hermanos e hijos de Dios.

Hoy, al encender nuestros televisores y ver un noticiero, sin duda alguna la gran mayoría de ellos inicia su tanda de titulares con la violencia que se vive en el Medio Oriente, habiendo desplazado, este recrudecimiento del conflicto, a la guerra entre Rusia y Ucrania, la que nos inquietaba hace poco aunque fuera por distintos móviles. Otros quizás no saben que en la actualidad existen aproximadamente unas cincuenta y seis guerras activas a nivel mundial, algunas por motivos religiosos u otras por diferentes motivos. Pero al final, todas son guerras del hombre contra el hombre. Y las guerras que se deben luchar son las que se abandonan rápidamente y poco caso se les hace, como por ejemplo, la guerra contra el hambre, contra el maltrato hacia la mujer, contra la prostitución infantil, contra la violencia (aunque parezca sarcasmo), etc. A estas guerras muy pocos son los guerreros que se entregan con cuerpo y alma.

Vivimos batallas diarias y no necesariamente en las que tenemos que empuñar un arma, batallas originadas por nuestros odios y rencores, impulsadas y patrocinadas por nuestro lado más oscuro o tal vez, por qué no, por el lado que creemos que es la luz que nos guía e ilumina, plantándonos con testarudez ante nuestros argumentos esgrimidos, a veces, sin razón, pero al final, tratándolos de imponer aunque sea a la fuerza y con violencia. 

Peleamos contra nosotros mismos, contra nuestros hermanos, padres, hijos, familiares, amigos, vecinos, etc. Intentando imponer, como dije, argumentos o pareceres, sin importar el costo, pero convencidos que el precio a pagar por nuestras guerras vale la pena. Nos hemos proyectado como prolongaciones de Dios, criaturas hechas a su imagen y semejanza sin importarnos las consecuencias, pues le damos a Él no solo todo lo bueno de lo que somos, nuestra compasión, nuestro afán de justicia, sino también todo lo malo, nuestra avaricia, nuestro fanatismo, nuestra inclinación a la violencia.  

Sin embargo, de todas las guerras, las matizadas por el contexto religioso probablemente son las peores, teniendo en cuenta que ambas partes enfrentadas asegura que actúa en nombre, representación y defensa de su Dios. Y cualquier persona, en el nombre de su Dios, quizás actúa con mayor brutalidad que si lo hiciera en defensa de una ideología no religiosa. Tal como nos lo dice el periodista mexicano Eduardo Ruíz-Healy, después de todo, no es lo mismo matar a otro en el nombre y con la autorización de la divinidad, que hacerlo por otra razón. La humanidad lucha por la salvación de sus almas, supuestamente, lo que muchos no saben es que antes de creer en Dios, creemos en el alma, la cual es nuestra primera creencia, mucho más antigua que la de Dios, es la creencia que engendró nuestra creencia en Dios. 

Pero, volviendo a la frase “a nuestra imagen y semejanza”, tal vez no sería mejor recordar y pensar que somos nosotros quienes hemos moldeado a Dios a nuestra imagen y semejanza y no al revés. Y que en esta verdad radica la clave para una espiritualidad más madura, más pacífica y más esencial, como nos lo recuerda el escritor iranoestadoudinense Reza Aslan en su libro Dios, una historia humana. 

POR: JAIRO MEDÍA CUELLO.