Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 17 enero, 2013

Nuestro cuento es otro

Cuando se habla de la identidad es imposible dejar de lado la cultura y viceversa: son categorías inseparables, guardan una estrecha interrelación


Por: Raúl Bermúdez Márquez  [email protected]

 

Cuando se habla de la identidad es imposible dejar de lado la cultura y viceversa: son categorías inseparables, guardan una estrecha interrelación, puesto que la identidad está sostenida por los repertorios o elementos culturales que la conforman y construyen. La cultura incluye todo tipo de conocimientos, creencias, arte, costumbres, etc., y como lo menciona Max Weber, se presenta como una “telaraña de significados” que son construidos y tejidos por los actores sociales.

 

En palabras de Giménez, la “interiorización de la cultura” es la identidad. Es decir, “las personas y los grupos, para definir sus identidades y sus rasgos culturales, se valen de un conjunto de elementos como ser parte de una historia, de un lugar, de una comunidad y de una familia”. Mújica (2007:16).

 

El carnaval es una celebración pública que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana, con fecha variable (entre febrero y marzo según el año), y que combina algunos elementos como disfraces, desfiles, y fiestas en la calle. A pesar de las grandes diferencias que su celebración presenta en el mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol.

 

El origen de su celebración parece probable de las fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del toro Apis en Egipto. Según algunos historiadores, los orígenes de esta festividad se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de 5.000 años, con celebraciones muy parecidas en la época del Imperio Romano, desde donde se expandió la costumbre por Europa, siendo llevado a América por los navegantes españoles y portugueses a partir del siglo XV.  

 

Pero puede decirse que, en general, el carnaval ha sido siempre una fiesta eminentemente popular, en la que sobre todo las clases humildes y los jóvenes se enfrentaban temporalmente e intentaban subvertir un orden social muy rígido para ellos. En Suramérica, donde quiera que las fiestas carnestolendas importadas de Europa llegaran y encontraran las condiciones culturales para ser integradas e interiorizadas a la tradición se quedaron y perduraron. Es el caso de los carnavales de Corrientes en Argentina, Río de Janeiro en Brasil o los de Barranquilla en Colombia.

 

No fue así en Valledupar. Aquí, como lo apunta Carlos Calderón los carnavales se dieron por primera vez en 1906, pero en un marco que reñía con sus orígenes irreverentes. Como lo expresa el mismo Carlos en una entrevista, “En aquella época el carnaval se estructuraba de una manera mucho más clasista. La “gente de primera” (la más adinerada) organizaba sus festividades y daba dinero a gente de “segunda y tercera” para que organizaran ––siguiendo el modelo establecido por los primeros–– sus propios festejos” Ese modelo como era apenas natural hizo crisis porque simplemente iba en contravía del verdadero espíritu carnestoléndico que rechaza y se burla de esas diferencias de clase.

 

A comienzos de la década de los 50,  personajes  como Víctor Cohen, Marcelo Calderón y Delio Cotes entre otros,  soportados en una gran colonia proveniente de Barranquilla y de la zona bananera le dieron un nuevo impulso a los carnavales en Valledupar. El auge duró unos 20 años porque a partir de la realización del primer Festival Vallenato en 1968 las fiestas entraron en una franca decadencia. Y era lógico. El acordeón, la caja y la guacharaca constituyen la síntesis  de tres expresiones culturales, la europea, la africana y la indígena que produjeron un género  musical que  hoy nos enorgullece y nos identifica: el vallenato. A ese declive hay que reconocerlo  también contribuyó el vandalismo que se entronizó en los desfiles sobre todo cuando la motocicleta reemplazó en esos eventos a las caminatas, a los jeeps y a los vehículos de tracción animal.

 

De manera que me parece acertada la decisión del alcalde Fredys Socarrás de suspender los carnavales en Valledupar porque sencillamente nuestro cuento es otro: el Festival Vallenato que se realiza todos los abriles. 

 

Columnista
17 enero, 2013

Nuestro cuento es otro

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

Cuando se habla de la identidad es imposible dejar de lado la cultura y viceversa: son categorías inseparables, guardan una estrecha interrelación



Por: Raúl Bermúdez Márquez  [email protected]

 

Cuando se habla de la identidad es imposible dejar de lado la cultura y viceversa: son categorías inseparables, guardan una estrecha interrelación, puesto que la identidad está sostenida por los repertorios o elementos culturales que la conforman y construyen. La cultura incluye todo tipo de conocimientos, creencias, arte, costumbres, etc., y como lo menciona Max Weber, se presenta como una “telaraña de significados” que son construidos y tejidos por los actores sociales.

 

En palabras de Giménez, la “interiorización de la cultura” es la identidad. Es decir, “las personas y los grupos, para definir sus identidades y sus rasgos culturales, se valen de un conjunto de elementos como ser parte de una historia, de un lugar, de una comunidad y de una familia”. Mújica (2007:16).

 

El carnaval es una celebración pública que tiene lugar inmediatamente antes de la cuaresma cristiana, con fecha variable (entre febrero y marzo según el año), y que combina algunos elementos como disfraces, desfiles, y fiestas en la calle. A pesar de las grandes diferencias que su celebración presenta en el mundo, su característica común es la de ser un período de permisividad y cierto descontrol.

 

El origen de su celebración parece probable de las fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y las lupercales romanas, o las que se realizaban en honor del toro Apis en Egipto. Según algunos historiadores, los orígenes de esta festividad se remontan a las antiguas Sumeria y Egipto, hace más de 5.000 años, con celebraciones muy parecidas en la época del Imperio Romano, desde donde se expandió la costumbre por Europa, siendo llevado a América por los navegantes españoles y portugueses a partir del siglo XV.  

 

Pero puede decirse que, en general, el carnaval ha sido siempre una fiesta eminentemente popular, en la que sobre todo las clases humildes y los jóvenes se enfrentaban temporalmente e intentaban subvertir un orden social muy rígido para ellos. En Suramérica, donde quiera que las fiestas carnestolendas importadas de Europa llegaran y encontraran las condiciones culturales para ser integradas e interiorizadas a la tradición se quedaron y perduraron. Es el caso de los carnavales de Corrientes en Argentina, Río de Janeiro en Brasil o los de Barranquilla en Colombia.

 

No fue así en Valledupar. Aquí, como lo apunta Carlos Calderón los carnavales se dieron por primera vez en 1906, pero en un marco que reñía con sus orígenes irreverentes. Como lo expresa el mismo Carlos en una entrevista, “En aquella época el carnaval se estructuraba de una manera mucho más clasista. La “gente de primera” (la más adinerada) organizaba sus festividades y daba dinero a gente de “segunda y tercera” para que organizaran ––siguiendo el modelo establecido por los primeros–– sus propios festejos” Ese modelo como era apenas natural hizo crisis porque simplemente iba en contravía del verdadero espíritu carnestoléndico que rechaza y se burla de esas diferencias de clase.

 

A comienzos de la década de los 50,  personajes  como Víctor Cohen, Marcelo Calderón y Delio Cotes entre otros,  soportados en una gran colonia proveniente de Barranquilla y de la zona bananera le dieron un nuevo impulso a los carnavales en Valledupar. El auge duró unos 20 años porque a partir de la realización del primer Festival Vallenato en 1968 las fiestas entraron en una franca decadencia. Y era lógico. El acordeón, la caja y la guacharaca constituyen la síntesis  de tres expresiones culturales, la europea, la africana y la indígena que produjeron un género  musical que  hoy nos enorgullece y nos identifica: el vallenato. A ese declive hay que reconocerlo  también contribuyó el vandalismo que se entronizó en los desfiles sobre todo cuando la motocicleta reemplazó en esos eventos a las caminatas, a los jeeps y a los vehículos de tracción animal.

 

De manera que me parece acertada la decisión del alcalde Fredys Socarrás de suspender los carnavales en Valledupar porque sencillamente nuestro cuento es otro: el Festival Vallenato que se realiza todos los abriles.